martes, 4 de enero de 2011

¿Por qué papá?

Si hay algo más feo que una sala de espera, es una sala de espera de un psicólogo. Por varios motivos en realidad: el primero y principal es que, cuando el paciente de la hora anterior sale, no lo querés mirar a la cara, porque es como que te metés en su privacidad y te da cosita pero… inevitablemente lo mirás. Y él a vos. En un segundo y medio tratás de establecer alguna patología, probablemente inexistente, pero necesitás hacerlo de todas formas. Ese instante es funesto.

Además, convengamos en que estos consultorios no suelen ser un derrochero de alegría. Revistas de psicología, cuadros exóticos, plantas de plástico y… más revistas de psicología.

Ni hablar si el profesional atiende en un consultorio en su hogar. Esa espera puede ser más interesante, pero peligrosa al mismo tiempo. Mejor no saber nada del psicólogo… “ah… mirá… tenía mujer…” ya está, ver una foto de tu psicólogo abrazado a una mujer, o con un niño en brazos, o a tu psicóloga con una panza de quince metros de embarazo… cambia todo… y no me pregunten por qué.

Por eso mejor llegar siempre en punto a terapia, así entrás de una y no necesitás ahondar en el mundo del psicólogo, en su buen gusto para la decoración o en intentar leer algo entretenido mientras esperás tu turno. Mejor entrar de una e inundarlo con tu mar de problemas…

-          Miedo. Eso. No sé a qué. Si no, quizás no vendría acá, no? Si tuviese todo taaann claro…

Juana estaba –como dicen los psicólogos- en una actitud negadora. Hacía varias sesiones que venía jugándose el tema del miedo, y no lograba salir de las cuatro frases prefabricadas que había construido en anteriores conversaciones con sus amigas. Venía girando en falso.

-          Juana, me parece que es hora de que salgas de esa frase “tengo miedo” y que intentes preguntarte por qué o para qué mejor dicho, ¿para qué me sirve “tener miedo”?... La próxima vamos a trabajar la relación con tu padre. Hoy dejamos acá.

Un sentimiento de injusticia se apoderó de su pecho. ¿Cómo que “dejamos acá”? ¿Acá dónde exactamente? si sentía que ni había empezado a hablar del tema. Y por qué metía a su padre en toda esta historia, ¡¿qué tenía que ver?!

Se fue puteando en lo bajo y con un nudo más grande del que había llevado. Al final, tanta ansiedad por ir al psicólogo y tantas cosas que había acumulado, para terminar hablando de lo mismo que venía hablando hacía cuatro sesiones y encima concluir con que seguirían la próxima sesión… hablando del padre. Un fiasco.

La relación con su padre, Jorge, hacía tiempo que estaba entrecortada, por no decir cortada del todo. Sus padres se habían separado cuando ella tenía cuatro años y, en ese momento, Jorge decidió irse de la casa, dejando atrás a su mujer y a sus dos pequeñas hijas. Si bien nunca desapareció del todo, el contacto no fue lo tan asiduo que Juana hubiese querido tener. El diálogo, entonces, nunca fue fluido. Siempre estuvo mechado de viejos remordimientos y pases de facturas con IVA incluido.

Jorge había formado una nueva pareja hacía unos años y esto empeoró aún más la relación con Juana, quien, a pesar de sentirse bastante open-minded, no podía tolerar que su padre pudiera llegar a se feliz con otra familia.

No era inofensiva la intención de su psicólogo, de querer hablar de la relación con su padre. Siempre evitaba el tema de una forma hasta un tanto infantil. Pero si ella elegía estar ahí sentada y elegía pagarle setenta pesos la sesión, para algo era. Aunque ese algo resultara incómodo.

-          A veces me pregunto para qué vengo, si salgo más angustiada de lo que entré… encima me tengo que dar la vuelta al mundo para llegar. Salgo corriendo de la oficina, me fumo todo el tránsito de la hora pico para llegar puntual y… con qué se sale… con mi viejo… mi viejo!!! Si hubiese sabido que íbamos a empezar a hablar de mi viejo ni venía… ¿Qué les pasa a los psicólogos que todo vinculan con los viejos…? no puede ser que me voy a indisponer y por eso me agarró un poco de miedo a qué sé yo… no sé… pero bueno… ¿¿todo tiene que ver con los viejos??

Necesitaba urgente una reunión con las chicas, para tratar de analizar lo que había analizado con su psicólogo. Terapia de la terapia.

-          Qué suerte amiga que te encontré. Si no estabas, no sé qué hacía. Tengo una angustia…
-          ¿Cerveza o mate?
-          Cerveza definitivamente… voy a ahogar mis penas.

Pasaron largas horas conversando en el balconcito de la casa de Euge, intentando ver por qué le había molestado tanto que el psicólogo nombrara a su papá. Después de todo, era su papá.

-          Euge, boluda, vos sabés todo lo que pasé… no quiero saber nada con él… y nada tiene que ver en mi vida… ¿por qué sacarlo ahora?...
-          Ayy gorda, me parece que tu papá sí tiene mucho que ver en tu vida, más desde la ausencia, que desde la presencia, porque para marcártela, no hace falta que esté al lado tuyo… pero el tema te jode y tenés que averiguar por qué…

Ese día, se acostó mareada entre la espuma de tanta cerveza y las palabras del psicólogo y de su amiga que rebotaban en la cabeza como un flipper. Sabía que a sus treinta y un años, ya no podía hacerse la distraída con el tema de su padre, que nunca había logrado asumir. Cerró los ojos y se durmió, sin mayores preámbulos.

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