lunes, 28 de febrero de 2011

Volver con la frente marchita


Las vueltas siempre tienen ese “qué sé yo” que te genera cierta amargura en la boca, por supuesto, si la pasaste bien en el viaje. Y ese era el caso de Juana.

Emprendieron la ruta una vez más. Esta vuelta un poco más temprano. No tenían el entusiasmo ensordecedor del viernes, pero estaban de bastante buen humor. Julieta al volante y las chicas cebando mate.

La ruta estaba cargada nuevamente, así que las chicas sabían que iban a tener que armarse de paciencia y tardar lo que tuviesen que tardar. Juana le tenía cierto temor a la velocidad, a los camiones grandes, y más, a los camiones grandes con acoplado –que abundaban por esa ruta-.

Mejor tranquis.

El sol empezó a esconderse, de a poco, en el horizonte. El balance del fin de semana era positivo para todas, pero más, para Juana. Se había reencontrado con un amor. Había hecho el amor. No había sufrido por amor (la mejor parte!). Se había divertido. Había comido de lo lindo, sin remordimientos de balanza y calorías. Se había olvidado del trabajo (no de su papá…). Se había reído bastante y había soñado otro poco. Positivo.

Julieta estaba en un balance similar, salvo por lo colorada que estaba; casi ni se podía sentar en el asiento del auto, de lo que le ardía la cola. Son esas partes del cuerpo que jamás -y léase bien- JAMÁS una llega a ser lo suficientemente cubritiva, para evitar el rojorzor posterior.

Eugenia también sacaba un balance positivo. Javier había aparecido menos del 10% del fin de semana en su temario de conversación, y encima, había conocido a un amigo de Sebastián que rajaba la tierra… y le había dado bola! ¿Qué más quería? Suficiente para un fin de semana en San Pedro (sobre todo, comparándolo con los fines de semana en Buenos Aires… que muchas veces, resultaban ser un verdadero fiasco).

Contentas, empezaron a compartir anécdotas del fin de semana y no advirtieron del todo que les estaban haciendo luces detrás.

En un minuto, un auto rojo se les puso a la par, tocándoles bocina como si fuera el partido de Argentina-Inglaterra del ´86, cuando Maradona hizo el gol con la mano de Dios.

-          Naaaaaaaa –dijo Juana- estos nabos devuelta?! Entre sorprendida y tentada de la risa…
-          Ayyy… Rambito y Rambón –dijo Eugenia- jajajajaj
-          Hola chicos!! Gritó Julieta.
-          Buen viaje chicas! Gritó Fernando, mientras Matías Alé desmejorado saludaba con ahínco cuasi infantil.
-          Chauuuuuuu buen viajeee tambiénnnn!!!! Gritó Juana y, apenas el auto se les adelantó, empezó a reirse de manera tal que casi se hace pis encima.

Se empezaron a reir las tres. Una risa espontánea, sana y curadora. Qué placer…

Juana fue por más.

-          Chicas, estos dos… es lo mismo que… que te hayas levantado con conjuntivitis el día de tu casamiento…!! que el bebé recién nacido te despierte cada media hora… que… que estés con los pelos de dos metros y medio el día en que el chico de tus sueños te invita a ir a un telo…!
-          Que pierdas el colectivo justo antes de rendir tu última materia en la facu…! Dijo Julieta, golpeando el volante con las manos, tratando de mitigar la risa.  
-          …que te vayas a probar el vestido que habías comprado hacía cuatro meses para el casamiento de tu amiga y no te entre… ah! Y que falte una semana para el evento! Agregó Eugenia, casi descompuesta de risa…
-          Ayyy chicas…. Jajajajja……. Es lo mismo que imaginarse a Gangster cogiendo con Anselmi…jajajaj
-          Geniallll…… festejaron las muchachas el último “es lo mismo que”.

El viaje de regreso había sido más divertido de lo que ellas mismas hubieran podido imaginar.
Y Juana, para sus adentros, pensó: esto es como volver con la frente marchita, pero de risa… qué buenas amigas tengo!!! Qué grandes que son…!

Cuando Juana entró al departamento lo sintió como ajeno, extraño. Siempre le sucedía eso cuando volvía de un viaje, incluso aunque fuera por dos días. Esos dos días habían sido intensos igual. Esa noche, sin embargo, no tuvo demasiado tiempo de sentirse extraña… apenas se tiró en la cama, se durmió como un bebé (de esos que duermen profundamente…).

viernes, 25 de febrero de 2011

Mensajes del más allá...

Cuando fue a revisar el teléfono, tenía cinco mensajes de texto y uno de voz. Prácticamente, desde antes de ir a la parrilla, Juana no había prestado más atención al teléfono y, perdido en la cartera como estaba, nunca se dio cuenta de que habían intentado contactarse con ella.

Primer mensaje de texto:
Hola princesa! Por acá todo mal, con Fer estamos a las trompadas… la reciente convivencia no está resultando. Vos? Cómo te trata San Pedro?

El mensaje era de Federico, con quien Juana tenía un trato preferencial. Incluso corría sus problemas y problemones de lado, para atenderlo, escucharlo, socorrerlo y más. Ahora estaba lejos, pero, más allá de contestar el mensaje, apenas volviera se haría un espacio para poder verlo fuera de la instancia laboral.

Segundo:
Hola mi amor, cómo estás? Espero que bien. Tu papá sigue estable. Elena te manda muchos besos. Yo también!

Contestación:
Gracias ma por avisarme! Mandale saludos a Ele y muchos besos para vos. Lo fuiste a ver?

Tercer mensaje:
Hola hermosa! Te extraño.

Te extraño? Quéeee? Qué había tomado ese chico? Leo era un caso aparte. De verdad. Un pibe divino que, sinceramente, cualquier chica hubiese adorado. No era, ni por lejos, el caso de Juana. Y el encuentro con Sebastián, había terminado de dejar en claro para ella lo poco que le importaba. Ninguna contestación habilitaba ese mensaje. Mejor, retirarse a silencio.

Cuarto mensaje:
Personal hoy te duplica el crédito! Cargando desde $30 hasta $100, obtenés el 100% extra sobre el monto recargado! El doble de crédito! Y para las recargas entre $20 y $29 inclusive, te regalamos 100 SMS gratis!

Borrar.

Quinto mensaje:
Para que te quede registrado mi número. Sebastián.

Juana no recordaba muy bien en qué estúpido momento, le había pasado su número de celular. Ahora, claramente arrepentida, igual procedió a registrarlo como “Seba ex”.

Listo los mensajes de texto, ahora faltaba chequear el de voz. De haberlo sabido, hubiera evitado hacerlo. Hubiera preferido hundir el teléfono que tenía pocos meses de uso en el fondo del río. Hubiera preferido seguir en el mundo de ignorancia que había estado hasta hacía escasos diez minutos, sin saber que su teléfono chillaba para que le prestara atención.

Mensaje de voz:
Hola Juana, soy Vale (como si hiciera falta que lo aclarara) la verdad, estoy muy molesta con vos, porque me contó mamá que estabas enojada conmigo, porque yo no iba a Buenos Aires, cómo si yo no tuviese que hacer nada en mi vida. Como si yo no tuviese una vida en realidad! La verdad, me hubiese encantado hablar con vos, pero veo que estás muy ocupada para atenderme o… no sé… quizás no quieras hacerlo. Cuando puedas, llamame.

Algo le había quedado en claro a Juana después de escuchar ese mensaje.
1- Ese mensaje, tenía más veces que nunca antes, la palabra Yo. Muy típico de su hermana. El egocentrismo como estandarte.  
2- Claramente no tenía ganas de atenderla y, si bien había sido sin querer, lo mejor que le podría haber pasado fue exactamente lo que le pasó: no haber escuchado el llamado.
3- La paranoia de Valeria iba in crescendo.
4- No solo no tenía ganas de devolverle el llamado, sino que tampoco tenía ganas de dedicarle a su hermana más de cinco minutos de angustia. Con lo cual, apenas terminó de escuchar el mensaje, puteó en arameo y cinco idiomas más, lo borró y se fue con las chicas a tomar sol al río.

Telefonía celular. Quién la necesitaba?


jueves, 24 de febrero de 2011

El día después...


Un agujero grande en el centro del pecho. Un agujero literal, no imaginado. Eso vio Juana en su cuerpo, cuando se levantó… Empezó a correr para todos lados, sin saber qué hacer, buscando ayuda, gritando… con un agujero terrible, que dejaba ver más allá…! Qué espanto!
-          Ayyy!
-          Qué pasó?, qué pasó? Se despertó exaltado Sebastián, sin entender que estaba ocurriendo.
-          Ay qué feo, por favor, tuve una pesadilla horrible…
-          Qué soñaste?
-          No sé –mintió ella- no me acuerdo, pero sé que fue fea…
Juana miró el reloj. Eran las siete menos cuarto de la mañana. Hacía frío.
-          Tengo que volver, dijo ella.
-          Te llevo.
Se despidieron con un beso en la mejilla. Qué extraño, después de haber compartido toda una noche –o casi toda una noche-, ahora se despedían con un beso en la mejilla.
-          Nos vemos, dijo él.
-          Nos vemos!
-          Ah Juana… gracias.
-          Por qué?
-          Por no guardarme rencor. Fui un turro con vos.
-          Dejá… no hablemos ahora de eso… es muy temprano…
-          Gracias igual.
-          Ok… Bye.
-          Bye.
Juana sabía que no lo iba a volver a ver. Sentía que mucho no le importaba, y sentía también que el último comentario lo absolvía de culpa y cargo. Sin embargo, el sueño –la pesadilla más vale- se le había presentado como muy reveladora.
El camping estaba prácticamente en silencio. La mayoría de la gente, seguía durmiendo. Abrió el cierre de la carpa con lentitud, casi con una lentitud digna de espía rusa. Pero ese detalle de precisión no alcanzó, porque Eugenia se despertó.
-          Quién es?
-          Soy yo zonza, quién va a ser?
-          Qué hacés!? Qué hora es? Preguntó casi sin respirar entre una frase y la otra.
-          Las siete.
-          Eso es muy temprano…
-          Sí, por eso, seguí durmiendo, que vas a despertar a Juli.
-          Cómo te fue?
-          Después te cuento, dale, dormite ahora.
Juana no pegó un bendito ojo. Ese agujero en el pecho no era por Sebastián –nada más-. Era por todo lo que estaba viviendo. Tenía ganas de cambiar.
Cuando por fin las chicas se despertaron, Juana se vio sometida a un interrogatorio policial. Julieta preparó mate cocido. Estaba exquisito.
-          Pero de una? Preguntó Eugenia.
-          Sí, de una. Me subió arriba suyo…
-          Ahhh terrible… dijo Eugenia.
-          Y hoy cómo te levantaste? Quiso saber Julieta.
-          Rara chicas, no se los voy a negar… pero bien. Igual, creo que se me vino a la cabeza tooodooo el resto de cosas que me vienen pasando. La pasé genial, la estoy pasando genial, pero bueno… no puedo olvidarme del resto.
-          Por supuesto. Asintió Julieta.
-          Igual, me deja más tranquila lo que me decís –agregó Eugenia-. Tenía mucho miedo de que te levantaras al otro día queriéndote matar…
-          El famoso día después… tituló Julieta.
-          No! Tampoco es para tanto… pero soñé que tenía un agujero en el pecho…
-          Un agujero? Preguntaron al unísono las chicas.
-          Un agujero, acá –se señaló el pecho, debajo del busto- así de grande… y con las manos trató de hacer una circunferencia del tamaño de un melón.
-          Mmmmm… qué significará?
-          Estuve toda la mañana pensando en eso –sorbió un poco de mate cocido y prosiguió-: para mí, es porque en realidad, más allá de Sebastián, más allá de Leo, más allá de todo… me siento vacía…
-          Muy buen análisis… dijo Eugenia.
-          Sí, igual lo tengo que hablar con el psicólogo, no? Pero tengo esa sensación. 
-          Bueno, y está bien, cuál es el problema? Le preguntó Julieta.
-          Ninguno, ninguno… el tema es que no sé por dónde empezar… o mejor dicho, qué es lo que quiero cambiar en realidad… es como la canción chicas “no sé lo que quiero, pero lo quiero ya”…! Nunca les pasó?
-          Puffff… suspiró Eugenia.
-          Pufff al cuadrado, dijo Julieta.
Al mate cocido, le siguió el de bombilla. Julieta se tomó una buscapina porque había tomado alcohol de más y se le partía la cabeza, pero por el dolor de panza. Eugenia se sentía mucho mejor y Juana, apenas pudo, fue a ducharse porque no aguantaba el olor a pucho y a transpiración que despedía su ropa. Aunque, no se quejaba.

lunes, 21 de febrero de 2011

Amantes furtivos

Caminando por la ribera, Juana no entendía cómo, de repente, estaba ahí. Cinco años atrás hubiese pagado lo que no tenía para vivir algo un poco parecido a esa situación, y ahora, la estaba viviendo sin habérselo propuesto. Un finde en San Pedro le trajo a Sebastián nuevamente a su vida.

El auto había quedado estacionado a unos metros. Los amigos de Sebastián tendrían que volver caminando, seguramente acompañando a las chicas.

La luna, redonda, brillante, exuberante, los alumbraba de forma natural. Juana esbozó una sonrisa en su rostro. No tenía presentes en ese instante los problemas que tanto la acuciaban.

-          Volvemos al auto? Está fresco, no? Dijo él.
-          Sí… dijo ella, aunque no sintiera fresco alguno.

Juana sabía que se aproximaba una situación de incómoda intimidad. Esa situación extraña que se da con un ex cuando hace años que no ves, pero en el fondo, conocés hasta sus lunares.

Se subieron. Reclinaron los asientos para atrás, para ver el horizonte que a Juana se le presentaba delicioso. Sentía como su pecho subía y bajaba en un ritmo más acelerado que el habitual. Se sentía insegura como debutante. Estaba nerviosa como la primera vez que estuvieron juntos, cuerpo a cuerpo, en la habitación de la casa materna de Juana.

Le rozó la pierna casi sin querer y Juana se sintió fluyendo, como si discurriera por el asiento. Floja, débil, ligera… y de golpe volvía la tensión. Ese juego de liberación y tensión, que había empezado a sentir desde el momento en que se acercó a su nuca, se repetía cada vez más rápido. Era un tintineo interno constante. Era un tira y afloje insistente y placentero.

Juana pensaba: se dará cuenta como estoy? Bueno, a él también se le nota… Qué vergüenza! Bueno, tranqui Juani, lo conocés de siempre, tenés confianza… ayy no sé… por favor… se me nota demasiado me parece…

Él giro su cabeza y se detuvo a contemplarla. Ella lo imitó. Él la agarró con su mano, colocándola en la bajada que se forma entre la oreja y la quijada. En ese hueco en el que, cuando un hombre te pone una mano, sentís de todo, menos ternura.

La miró fijamente a los ojos.

Juana sabía lo que sus ojos le estaban diciendo. Los conocía de memoria.

La agarró, ahora con sus brazos, y la llevó con fuerza arriba suyo. Sin explicaciones. Sin mediar palabras. Desde allí, ella abrió su camisa. Botón tras botón. Y reapareció ese pecho que años atrás había dejado menos marcado. Apareció su contundencia varonil. Apareció un hombre de treinta y tres  años que ya no era aquel de veinticuatro que había conocido.

Se besaron ardientemente. Se besaron intensamente, buscándose las lenguas, encontrándose. Juana sentía el calor que salía de su cuerpo. Casi ni notó, como los vidrios se habían empañado a su alrededor. La respiración de ambos fogueaba la llama interna.

Las barreras de contención se terminaron de aflojar y Juana se dejó llevar.

El río fue testigo mudo de un espectáculo de cuerpos cruzándose, entremezclándose, redescubriéndose.

El alba los encontró dormidos.   

viernes, 18 de febrero de 2011

No era que...?


-          Te voy a repetir lo que dijiste hace escasas veinticuatro horas Juana –le decía Eugenia en el baño del bar, mientras Julieta se había quedado charlando con Sebastián y el grupo de amigos que lo acompañaban- dijiste algo así como: “no tengo la cabeza para estar con alguien ahora, tengo que meditar, tengo que pensar…”
-          No dije meditar.
-          Meditar, pensar, es lo mismo! Y sí dijiste meditar…
-          Bueno… y?
-          Y? te pregunto yo a vos… y?
-          Pero no me pasa nada con Sebastián Euge por favor!
-          Ayyy dios mío, te conozco esos ojos más que nadie Juani…
-          No-me-pa-sa-na-da… ok?
-          No quiero que sufras ni un segundo y medio por un nabo que dejaste atrás hace tantos años.
-          Ya lo sé amiga, ya lo sé… Vamos, dale?
-          Estás nerviosa, te conozco.
-          Sí bueno, sí, estoy nerviosa, pero nada más… vamos…

El baño de mujeres a esa altura, era la estación de retiro a las ocho de la mañana de un día lunes. Ya no se podía ni caminar. Respirar era un privilegio que quedaba solo para la parte trasera del bar, en donde habían dispuesto unas mesitas.

Camino a la barra, que es en donde las estaban esperando, vio a Fernando y al Matías Alé desmejorado…
-          Euge, esto es La Morocha?
-          La verdad ni idea, por qué?
-          Porque ahí están esos dos boludos del camping…
-          Qué mala que sos por favor…
-          Bueno sí, sí, pero vayamos por acá, porque si nos agarran, no nos sueltan más…

Se escabullieron entre la gente y terminaron alcanzando el objetivo: Sebastián y Julieta -que seguía charlando de cuanta pavada se le cruzaba por la cabeza-.

-          Volvieron! –dijo Sebastián con un entusiasmo, hasta podríamos decir, desconocido para Juana- pensé que se las había llevado un ovni…!
-          Si supieras lo que es el baño de mujeres –le contestó Eugenia- otra que ovnis…!

El chiste fue festejado por los presentes. Juana parecía como aquietada, suspendida en el aire, mirándolo. De vez en cuando, trataba de mirar para otro lado, detenerse en otros rostros, disimular, para evitar quedar expuesta. Pero resultaba taaaannn obvio… Ese chico tenía una especie de encanto magnético que siempre había surtido efecto en ella. Así fue cuando lo conoció. Era una fiesta. Él se le acercó a hablar y, a partir del momento en que dijo “hola”, ya no pudo despegarse de él.

Sin embargo, había pasado mucha agua debajo del puente. Verdaderamente, había pasado un tsunami debajo del puente. Ella no podía hacerse la boluda con todo lo que había sufrido a causa de él, pero esa noche, no quería autometerse el dedo en la herida… prefería vivir, por una vez en la vida, lo que estaba sintiendo en ese preciso-exacto momento.

-          Tomás algo?, la invitó Sebastián.
-          Sí, obvio… a ver…
-          Dejame adivinar. Una caiphirina?
-          Dale…

Exacto. Él conocía sus gustos al dedillo. Habían compartido años de relación, en los cuales aprendés esos detalles no necesariamente por un interés desmedido por el otro, sino sencillamente, por efecto de repetición. Además, Juana no variaba demasiado sus gustos: Fernet, caiphirina, de vez en cuando también un Mojito le sentaba bien.

Poco a poco, las chicas fueron apartándose y quedaron charlando con los amigos de Sebastián. Charlar es una forma de contarlo, porque verdaderamente el bullicio era tal, que no se podía escuchar nada ni a veinte centímetros de distancia.

-          Cómo? No te escucho nada!! Le dijo Juana casi gritándole a Sebastián.

Él se acercó al oído de Juana. Sintió su perfume. El infaltable Tommy. Ella sintió su respiración caliente en la nuca.

-          Que si querés que vayamos a caminar?...

Un shock eléctrico la recorrió desde la punta de los pies hasta el último pelo de su cabeza. Sintió como la corriente reanimaba partes de su cuerpo que había olvidado que tenía.

-          Dale, vamos? Insistió él.
-          Vamos, sí, vamos.

Juana se despidió de sus amigas -a pesar del lamento de Eugenia- y partieron por esa misma puerta por la que entraron, sin saber que el destino los volvería a cruzar.

domingo, 13 de febrero de 2011

Primer amor

      -          Nudo en el estómago.
-          Batallón de mariposas desde la garganta hasta el bajo vientre.
-          Sudoración indiscriminadamente excesiva (en verano o invierno).
-          Espera eterna de llamados telefónicos (antes, por lo menos, eran solo llamados… ahora deben ser: mensajes de texto, mensajes vía twitter, facebook y un millón y medio de redes sociales más).
-          Un centenar de ositos de peluches, a los cuales les pusiste nombre (a veces apellido, y a veces, hasta apodo) y, muchos de ellos, ni siquiera comprados, sino más bien sacados de una máquina en un veraneo adolescente.
-          Cientos, miles, trigésimo miles de cartas escritas de puño y letra. Con besos estampados con un labial rojo furioso que no te pertenecía (quizás era de tu mamá, quizás era de tu abuela); con perfume (y a veces le llegaste a poner tanto, que arruinabas la carta y tenías que volver a empezar); con dibujitos (que hoy no dedicarías ni a tus sobrinitos); con lágrimas derramadas encima, que enturbiaban toda posible escritura.
-          Fotos, pegadas por todos lados, estampadas en cualquier superficie (placards, interiores de carpetas, agendas, al lado de la computadora –si tenías-, debajo de la almohada si eras vergonzosa y soñadora).
-          Canciones que eran “sus” canciones, aunque él no lo supiera tal vez…
-          Perfección en estado puro. Esa, la del primer amor, casi imposible de imitar en sucesivas relaciones.
-          Ganas de verlo. Siempre. Verlo en el boliche, verlo en el club, verlo en el cumpleaños, verlo en el colegio, verlo en el bar de la esquina del colegio… eso! Simplemente verlo.
-          Ruborización de mejillas por doquier.
-          Estreno, por semana, de una remerita nueva.
-          Suspensión de salidas por aparición de granos.
-          Primeros cosquilleos sexuales. Esas ganas de hacerte pis, sin tener ganas de hacerte pis.
-          Si eras demasiado chica, los primeros trazos de maquillaje. Si eras más grande, doble mano de pintura.
-          Mucho Neruda…
-          Y bastante de táctica y estrategia (que nunca aplicaste) de Benedetti.

Eso… el primer amor. Único e indescriptible. Eso es lo que había sentido Juana por Sebastián González.

Pero esa noche, la noche del 29 de enero, allí estaba ella, como aquella primera vez en la que le sonrió tímidamente, preguntándole algo que ya sabía.

- Sebastián?

Él se dio vuelta, con aire despreocupado y una gran sonrisa en la cara y, cuando descubrió que la persona que le había tocado el hombro y lo había llamado por su nombre era Juana… no lo dudó. La abrazó fuertemente.

Las chicas miraban todavía desde la mesa, dudando de que hubiese sido una buena idea irlo a buscar. Juana sufrió mucho cuando cortó la relación con él. En realidad, cuando él la cortó, porque se había enamorado de una compañera de trabajo nueva. Ella se veía con él en un futuro, casada, con hijos y todo lo que tienen las historias felices de rococó y puntilla. Después, con el correr de los años, comprendió que en verdad tenían bastantes diferencias. Tenían estilos de vida diferentes. Tenían proyectos distintos. Tarde o temprano, por la compañera de trabajo o por quien fuera, se iban a terminar separando. Y, aunque él no lo supiera, ella lo había perdonado.

Es ese tipo de perdón que viene con el tiempo. Como que el dolor, el enojo y la angustia caducan y ya no hay espacio para sostenerlos. Entonces, cuando ellos se corren, entra el perdón. Y una vez que se instala, lo que sucede es que la melancolía le hace compañía.

Juana sentía eso. Una mezcla de recuerdos lindos y una melancolía gris que la hacían sonreír amargamente cuando se lo nombraban. Pero mientras era una palabra, la cuestión estaba resuelta… ahora lo tenía ahí, frente a ella, mejor dicho, con ella… abrazándola fuertemente.

-          Juana –dijo él separándose un poco, pero sosteniéndola por los hombros- estás más linda que nunca.

Las chicas expectantes no sabían si acercarse o no. Quizás, Juana estaba esperando a ser rescatada, quizás, si se aparecían e intentaban llevársela, las odiaría por el resto de sus días. Finalmente, decidieron esperar en la mesa, tranquilas, mirando la escena desde lejos.

-          Tanto tiempo… ¿qué es de tu vida?, preguntó Sebastián.

Juana quedó sin habla por un segundo. Era él. Él. No la imagen de él que tuvo durante tantas noches, luego de haber cortado. Era él. No la voz de él en un mensaje de voz dejado en su celular unos meses antes de terminar la relación “Hola amor!, cómo estás? Te extraño, hoy nos vemos?”. Ese mensaje torturante que escuchó decenas de millones de veces, llorando sobre el aparato hasta que un buen día decidió borrarlo para ya no volver a escucharlo más. Era él. No una foto. Mucho menos una foto estrujada contra el pecho por extrañarlo, o arrugada por aborrecerlo, o doblada por querer esconderlo a la vista… Era él. “Sebastián es Sebastián” decían siempre sus amigas. Y era así. Y ahora lo tenía ahí… de carne y hueso….

-          Mi vida? Todo bien. Laburando…
-          Estás sola? La interrumpió él.
-          No, no, estoy con las chicas. Euge y Juli.
-          No me digas! Dónde están? Preguntó con sincero interés.
-          Allá, ves? –señaló con el dedo para la mesa de la esquina del boliche, que estaba cada vez más lleno- sentadas en aquella mesa.

Entre medio de la gente, las chicas vieron a Juana que las señalaba. Sebastián las miró y les dedicó una cálida sonrisa. Ellas le devolvieron el gesto.

Eugenia masculló por lo bajo, mientras impostaba la sonrisa…

-          Mejor que no le haga nada a Juana, porque sino la sonrisa se la va a tener que meter en el culo…

-          Y vos? –le preguntó ella- qué es de tu vida?

-          Tranqui… muy tranqui… me recibí.

-          Te recibiste?

-          Sí, finalmente. Ahora soy todo un ingeniero. Estoy trabajando para Volkswagen.

-          Aaaah… muy bien.

-           Siii… la verdad estoy muy bien.

Juana no se animaba a hacer esa pregunta. Mejor no.

-          Pero che… de verdad… estás más linda que nunca.

Juana, sin quererlo, comenzó a ruborizarse. De todas formas, la poca luz del lugar, evitó que quedara en evidencia.

Y, como en esos embrujos de la vida, de una forma mágica y ancestral, de una forma que ni en sus miles de sueños ella hubiese imaginado, comenzó a sonar su canción. La canción.

En la voz de Gustavo Cordera, comenzó a escucharse Mi Caramelo.

viernes, 11 de febrero de 2011

Parrillada para tres

La tarde estuvo “espléndida”.

jajaja -se rió Juana- está bien que tengamos todas más de treinta Juli, pero “espléndida” es una palabra que usa mi vieja, dale!!

Juana ya había recuperado el humor. Seguramente, gracias a la extensa charla que habían tenido. Quizás, un poco a propósito, el tema del papá de Juana no se tocó. En cambio, sí  hablaron de todo esto: el  desaparecido de Javier; Manuel; el “pobre” de Leo; Gangster; las ganas de cambiar de laburo de Eugenia; la materia que seguía debiendo Julieta para recibirse de una vez por todas; las várices; la depilación definitiva (Juana recordó que ese tema seguía pendiente en su lista de pendientes); de las sesiones de terapia; de las ganas de Eugenia de hacer un curso de chef (su gran pasión nunca desarrollada, al menos profesionalmente, porque su amiga “era una genia cocinando”); de Fede y su novio (que, aparentemente, estaban atravesando una crisis); de las liquidaciones de verano; de las adicciones; de Barreda, lo cual desencadenó a la vez un extenso debate sobre la culpa, la pena, y el perdón o no perdón; de la posibilidad y de las ganas de ser madre de Julieta (que sabía que no tenía candidato, pero sus ganas iban más allá de la realidad misma)…

Cualquiera que hubiera grabado la conversación, hubiese podido editar el primer tomo de una saga de libros. Imparables. Era una de las cosas que más disfrutaban hacer cuando estaban juntas. La otra, era comer.

Por eso, decidieron que a la noche, después de pegarse una ducha, irían a una parrillita que habían visualizado apenas llegaron a San Pedro. Y así, de hecho, lo hicieron.

La ducha las reconfortó ampliamente, después de que el sol las había castigado por horas al lado del río. Y con lo blanca que era Julieta, aunque se había puesto protector, parecía una frutillita.

Fueron caminando, para no depender del tema de a dónde dejar el auto, y además, porque sabían que luego iban a terminar yendo a tomar algo: la idea de estirar las piernas le ganó dos a cero al auto. Todas estuvieron de acuerdo.

En el camino, recibieron uno que otro piropo levantador de autoestima.

La parrilla estaba casi llena, pero encontraron un buen lugar mirando al río. La noche estaba cálida, estrellada y sin viento. Los mosquitos empezaron a acechar, pero Juana sacó el Off de la cartera y chau problema.

-          ¡Parrillada para tres!, exclamó contenta Juana.
-          ¿Saben que el otro día escuché en la tele a una nutricionista que decía que los argentinos celebramos tooodo comiendo? Dijo Julieta.
-          Jajaja ... y qué tiene eso de malo? Preguntó Juana.
-          Además, qué quiere que hagamos? ¿Que juguemos a la rayuela? Preguntó indignada Eugenia, que sabía que llevaba un par de kilos de más.
-          Bueno, es que no puede ser que siempre medie la comida –explicó Julieta ante la mirada incrédula de sus amigas y continuó- porque no resulta sano…
-          No me jodas Juli, si nosotras mismas cada vez que nos juntamos es para comer… sentenció Eugenia.
-          Puede ser que a veces nos excedamos un poco –suavizó la charla Juana- pero te podría decir Juli que este tema hasta tiene una explicación antropológica… nuestros antepasados y los antepasados de nuestros antepasados se juntaban alrededor del fuego para comer lo que habían cazado, y también lo hacían con gran algarabía… entonces por qué, ahora, nosotros vamos a venir a cuestionar eso? Ya demasiado quilombo tenemos alrededor, que también ahora nos vamos a privar de esto? Bastante que hago lo que puedo durante la semana, comiendo ensalada, tomando agua mineral, poniéndome crema en la cara y las manos… y encima me van a pedir que no disfrute de una parrillada con ustedes que son mis amigas del alma y que estamos acá, en el mismísimo San Pedro, para olvidarnos un poco –principalmente yo- de los problemas????                                                                           

 Jajajajaja se rieron las chicas a la par. Sabían que Juana divertida era una buena señal.

-          ¡Parrillada para tres!, reforzó el concepto Juana y llamó al mozo extendiendo su brazo.

Las chicas comieron como para una semana. Mollejas, chinchulines –los preferidos de Juana-, morcilla, chorizo, asado y vacío. Acompañaron el menú light, con papas fritas y vino tinto y brindaron por la nutricionista de la tele, dedicándole un “¡viva el asado, carajo!”.

-          uffff… estoy repleta. Dijo Eugenia.
-          Repleta es poco… Agregó Julieta.
-          Ni loca voy a bailar, con todo lo que comí. Siguió Juana. Como si se turnaran para hablar y respirar.
-          Vamos a tomar algo, así de paso, bajamos la comida con la caminata, propuso Julieta. Y sus amigas asintieron.

Transitaron las despobladas calles de San Pedro, al menos por esos lados, mientras algunos naranjos se asomaban por las veredas y las estrellas las acompañaban en su andar.

Estaban tranquilas y más bien silenciosas. Juana se prendió un cigarrillo  -enrareciendo el aire dulzón que había predominado hasta el momento- y Eugenia la acompañó.

-          Yo también quiero fumar uno, dijo Julieta.
-          Qué boluda, si vos no fumás. Eugenia escondió el paquete en su cartera.
-          Pero hoy quiero fumarme uno, no me jodas Euge…

Y su amiga no tuvo más remedio que ofrecérselo. Si bien tosió al principio, por la falta de costumbre, estaba liberada como para fumarlo tranquila. Como cuando, varios años atrás, en el primer campamento que habían hecho con la escuela en Ñandubaysal, Entre Ríos, la propia Eugenia y su amiga Juana probaron el pucho y ya no lo largaron más.

-          Sos una tonta. No sé para que querés fumar, si no fumás. Dijo Juana. Pero no intervino más.

Enseguida, llegaron al centro. Muchos jóvenes en motito y las luces de los bares, le dieron de pronto a San Pedro un aire menos pueblerino. Las chicas eligieron un bar que tenía una onda tranqui pero que –y sin saberlo- era el que más terminaba llenándose al final de la noche. Julieta se pidió un Amarula y Juana y Eugenia una caipirinha de maracuyá, bien fresca, para hacerle burla al calor que empezaba a sentirse en el lugar.

De pronto, la mirada de Eugenia se congeló. Miraba como dicen que miran los perros a un punto fijo cuando están viendo a un espíritu.

-          Qué pasa Euge!? Le preguntaron sus amigas, sacudiéndola para ver si decía algo.
-          Ese… -Eugenia dudó, pero dirigió su mirada hacia la entrada del bar- no es Sebastián?

Los ojos color miel de Juana se humedecieron. Era Sebastián. Su primer y verdadero amor, quien la dejó por otra mujer a sus veintiséis años, destrozándole también por primera vez su corazón y llevándola, también por primera vez, a terapia.

Era Sebastián González. ¿Qué sería de él después de tanto tiempo?

-          Ayyy chicas, no chicas… -empezó a tartamudear Juana- no estoy preparada para verlo, no, no, no quiero.
-          Tranqui Juana, tranqui, que está mirando para otro lado –la agarró del brazo Eugenia- si querés nos vamos.
-          No, no quiero irme, no.
-          ¿Qué querés hacer? Le consultaron.
-          Quiero hablarle.
-          ¿Quéeeeeeee? Dijo por lo bajo Eugenia con tono de reprimenda.
-          Sí, quiero hablarle. Insistió Juana.

Si bien hacía tiempo -años en verdad- que Juana había dejado de sentir lo que se llama verdaderamente amor por ese hombre, él le seguía provocando algo extraño en el cuerpo, como una llama latente y un temblor gratificante entre medio de las piernas.

-          Esperá –la instó Eugenia- no hagas algo de lo que después, te podés arrepentir…
-          Te aseguro que no, le contestó Juana.

Sin mirar a su alrededor, caminó directamente a su encuentro.

-          Sebastián? Preguntó, a la par que le tocó el hombro con su mano.