viernes, 4 de marzo de 2011

Ritual Sadomasoquista


Lunes. Lunes después de un fin de semana en San Pedro con amigas. Lunes en Capital Federal (o debiera decir Ciudad Autónoma de Buenos Aires?). Lunes con 33 º C de temperatura. Lunes en subte línea D. Lunes…  tan lunes.

Juana no había puesto un pie en la oficina, y ya quería volverse corriendo al río (sí, corriendo si era necesario).

En el viaje al trabajo, a veces dormía, otras leía, y la mayoría de las veces, se dedicaba a pensar. Hoy había sido el turno del último caso.

La pregunta disparadora fue -después de haber pasado un fin de semana más que placentero, en el cual se había dedicado a hacer todo aquello que realmente quería-: ¿por qué coño terminamos haciendo siempre lo que no tenemos ganas de hacer?, ¿qué fuerza ancestral nos obliga a ir en dirección contraria a nuestros deseos?, ¿por qué nuestros padres nos criaron para pensar que siempre primero está el deber, el cumplimiento, la ley y el orden?, ¿por qué los padres de nuestros padres se lo enseñaron así a ellos?... y finalmente: ¿por qué mierda no hago lo que realmente tengo ganas?

No tenía respuestas. O tenía muchas, pero que no la terminaban de convencer. Decidió entonces que había llegado el momento de romper con ese “ritual sadomasoquista” que emprendía a diario, renovándolo y renovándolo, como suele hacerse con los rituales para que supervivan. A veces lo hacía en mayor medida, otras, en menor, pero siempre lo hacía.

¿Por dónde empiezo entonces? Se dijo Juana para sus adentros.

Ya sé! –se entusiasmó mentalmente-, primero voy a hacer un listado de cosas que no me gusta hacer, o las hago de compromiso… a ver…
-          Ir a comer todos los santos domingos al club. Llueva, truene, granice o nos invadan los extraterrestres, tengo que sentarme  a esa mesa… ya no da. Tengo que hacerlo, cuando realmente tenga ganas. El problema va a ser comunicárselo a mamá. Pero bueno, ya veré cómo lo hago.
-          Ir a eventos en general, no teniendo ganas, solo por el hecho de que sus respectivos organizadores alguna vez en su vida asistieron a un evento mío. Algo así como que… tengo que ir al cumpleaños de la nieta del dueño del club, porque él vino cuando yo cumplí 15 años… y además yo no lo invité por supuesto…!!
Juana seguía repasando mentalmente…
-          Quedarme hasta tarde en cualquier evento, cuando estoy haciendo un esfuerzo sobrehumano por no quedarme dormida arriba de los sándwiches o del lemon pie… ¿por qué no me voy? ¿¿¿Quién me obligaaaaa???
-          Tomar el subte justo en la hora pico, cuando puedo hacerlo 15 minutos más tarde, total en la agencia nadie se fija en el horario, salvo yo misma y mi obsesión cuasi enfermiza por llegar puntual…
-          Escuchar una conversación que me interesa un bledo y medio, tratando de poner cara de interesada, cuando el interlocutor me importa aún menos que un bledo y medio!
Pensó que era una buena lista, en principio, como para arrancar. En verdad, no creía que iban a surgir tantas cosas espontáneamente, al hacerse la pregunta. Pero surgieron.

El abrazo con Federico fue reconfortante, después de la auto-sesión lapidaria que había tenido en el subte.

Fue a dejar la vianda en la heladera. Y cuando cerró la puerta, se quedó apoyada pensando una vez más. Estaba en un día analítico.

Apenas volvió a su escritorio, Patricia Ganger apareció por la puerta, luciendo impecable como solía hacerlo. Cómo puede ser que ella tenga ese look cuasi perfecto a esta hora de la mañana, y yo apenas haya podido hacerme un rodete y pintarme un poco las pestañas? Pensó.

-          Buen día, saludó Patricia.
-          Buen día, respondieron todos.
-          Juana, me gustaría conversar con vos.
-          Cómo no…
Juana la siguió hasta su oficina. Una que quedaba justo en un ángulo, por lo cual tenía dos amplios ventanales que le daban una luz impresionante y que ella trataba de apagar un poco con las cortinas. Tenía una foto sobre el escritorio en donde estaba ella y un chico chiquito, que Juana sacó la conclusión que sería su sobrino. Ella impecable, una vez más. Sonrisa Odol. Pelo Pantene. Piel La Roche Posay.

-          Estuve revisando las cuentas que tiene cada uno en el equipo y noté que estaba un poco desbalanceada.
-          En qué sentido? Preguntó Juana.
-          En el sentido de que…
Juana pensó: dequeísmo….

-          …vos tenés diez cuentas, Federico cinco, Silvia cinco también, Marcos seis y Rocío, bueno, ahora está por entrar en licencia, pero ella tiene tres…
-          Claro, porque tiene que ver un poco con la antigüedad y el trabajo realizado que…
-          Sí, sí –la interrumpió- lo sé, pero de ahora en adelante, vamos a cambiar el criterio, para hacerlo más equilibrado.
Momento crucial para saber si podía poner a prueba su nueva guía de conducta.

-          No me parece justo. Dijo Juana secamente.
-          Ah… no… Por qué? Preguntó irónicamente su jefa.
-          Porque, sinceramente, yo trabajé mucho para conseguir esos clientes. Si bien ingresaron por el nombre de la agencia y confiaron en nosotros por el nombre de la agencia, también es cierto, que yo gestioné el vínculo con ellos y logré ganarme su confianza. Yo conozco la identidad de cada uno de esos clientes. Sería un trastorno estar explicándoselo a alguien más, para lograr que capturen el concepto, mientras los clientes nos siguen demandando trabajo.
-          Ajá… dijo Patricia.
Juana tuvo la sensación de que había dejado en pelotas a Patricia Ganger por un minuto. Pero no.

-          Entiendo tu postura, pero redistribuiremos las cuentas de todas formas.
A Juana se le vino toda una serie de pensamientos maquiavélicos a la cabeza. Sabía que la sinceridad y el hacer lo que tenía ganas de hacer, no podían llegar tan lejos… salvo que decidiera ser una desempleada más ese mismo día, en ese mismo instante, y la verdad, eso no estaba entre sus planes.

-          Ok. Perfecto. En qué te puedo ayudar?
-          Por ahora, en nada más. Solo quería comentártelo, como lo voy a hacer con el resto de tus compañeros.
-          Muy bien, permiso entonces, dijo Juana, tragándose el maremoto de insultos que tenía atravesado en la garganta.
Cuando salió, Fede vio la cara de Juana y supo que algo no estaba bien.

-          Después te cuento Fede, acá no.
Ni siquiera hizo falta que Federico le preguntara qué había pasado. Juana supo que él quería saber, pero no era el momento. Menos, el lugar.

Su deseo de volverse menos hipócrita con la vida cotidiana, había tragado el polvo a menos de una hora de haberse manifestado. Algo no estaba bien. Era el indicio para pensar en hacer un cambio. 

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