lunes, 19 de septiembre de 2011

Confesión

Juana estaba ridículamente nerviosa. Ese nerviosismo torpe y repetitivo que se siente en situaciones extremas. Situaciones sentidas como extremas claro está. No realmente extremas.

A saber:
-          El último final de la carrera, cuando estás esperando en el pasillo a que mencionen tu nombre y vos ahí paradita… un tsunami recorriéndote el estómago y unas ganas de salir corriendo en sentido opuesto al de la sala, que ni te imaginás… y una decena de personas, entre familiares y amigos, que esperan el momento triunfal en que salís con tu último examen rendido… y aprobado!
-          Cuando vas a ver a tu chico… después de un tormentón de novela… y vos sentís que es el amor de tu vida… y él te dijo que “tenían que hablar”… pufff! Este momento lo vivió cualquier ser humano femenino en la faz de la tierra… y la que no lo vivió… no puede preciarse de llamarse mujer. Los nervios de esos momentos son tan intensos… desgastantes… angustiantes… interminables… hasta que te dicen “chau, esto se corta acá”… de nervios se pasa a cuasi-depresión-hasta-que-aparezca-el-próximo-chico. Todas lo vivimos alguna vez sí señoras.
-          Cuando estás esperando el resultado del bendito stick que te dice: a) sí, vas a ser madre o b) por ahora no, olvidate. Dependiendo de la situación, por supuesto la respuesta deseada cambia. Pero supongamos que tenés 19 años, un novio estrenado hace unos meses que a duras penas recuerda tu sobrenombre… esos nervios son terribles!! Ese momento previo de espera mientras tragás saliva y rezás en idiomas que ni conocías… son para el olvido. Dicen por ahí que un cuerpo no resiste dos situaciones similares de nervios tan extremos en períodos inferiores a los dos años…
-          La compra de tu propia casa. No hay situación más estresante que procurar el techo propio. Ya no estamos hablando de la etapa del ahorro, si no de la compra en sí misma. La búsqueda, la elección y cuando descubrís que es esa… que nadie más se la lleve. Y si encima tenés todo el rollo del préstamo hipotecario, sabés que tenés que hacerlo lo más rápido posible. Casi de Record Guiness viene el tema. En pocos días te convertís en agente inmobiliario de primera calidad. El que quiere celeste…
-          Y… aunque parezca absurdo incluirlo en este listado, no podemos dejar de mencionar… el cambio de look. Sí, a simple vista, parece algo sencillo de hacer… pero cómo dejar de lado esos 20 centímetros de cabellera así de una… zack! Y ya son historia. Tan mal no te puede quedar, no? después de todo, en la calle están todas las chicas con un look similar… justo a vos te va a quedar mal?? Por otra parte, el pelo crece… verdad? Sí, todo lo que quieran, pero ese instante previo al tijeretazo es de… nervios extremos!!!

…El control de peso de la embarazada en el tercer mes (y en el cuerto, y en el quinto, y en el sexto…) nervios, nervios y más nervios.
…Cuando estás esperando a la directora porque te mandaron a llamar ya que tu hijo se portó mal en su primer día de clases…
…Cuando conocés a un flaco nuevo y en pura escena hot, se te rompe el forro…
…por supuesto que la lista puede ser infinita…

De todas las cosas mencionadas, Juana había vivido un par, pero no había pasado nunca por: Confesión a una amiga que puede costar la amistad.

Esa materia no la había cursado nunca. Nadie nunca le había regalado un manual de autoyuda al respecto. No leyó ningún artículo sobre “Cómo decirle a tu amiga que está siendo engañada y no morir en el intento”. En fin… ni el tecito de tilo había logrado calmarla.

-          Má qué tecito… yo necesito un río entero hoy. Dijo, soltando las palabras al aire.

Así de nerviosa estaba Juana esperando a Julieta en su casa. La cita era impostergable. Ya no podía hacerse más la pavota. Ya no soportaba esa pata de elefante en el centro del estómago. Quería contar lo que sabía y quería hacerlo cuanto antes.

Esperando a que llegara, con el té en la mano izquierda, Juana se fue mordiendo prolijamente los padrastros de la mano derecha… mientras miraba sin prestar atención RSM en la pantalla.

La tarde había dejado paso a la primera oscuridad de la noche y uno a uno se habían ido encendiendo los farolitos de las cuadras vecinas.

Las escenas y sonidos fueron encadenándose sin un guión definido.

Una mujer tendiendo la ropa… ¿será ama de casa o vendrá recién de trabajar?
… unos pájaros entrando y saliendo incesantemente del nido… ¿irán por comida antes de que caiga definitivamente la noche?
… un avión que pasó y se perdió detrás de esa pila de edificios… ¿a dónde viajarán?
… un grito a lo lejos de uno en la calle… ¿qué plan tendrán?
… el olorcito a asado que viene de alguna casa vecina y se escurre por el espacio abierto de la ventana. ¡qué rico!... igual no tengo hambre para nada…

Testigo muda de todas las situaciones, su mente sin embargo no la dejaba en paz. La estrategia de repetir una y mil veces el diálogo que se pretende decir frente a otro, con la esperanza de que luego salga igual, es tan inocente como creer en los reyes magos… pero una lo intenta ante cada situación de nervios.

-          Ok… ejem… bueno Juli, te cité acá en casa porque tengo que decirte… ¿cité?!
Pero qué es esto? Una entrevista de trabajo… nahhh… vamos devuelta. Juli… seguramente no te va a gustar lo que escuches… pero… na na na… no puedo empezar tan negativa, no puedo… respiro hondo, vamos que puedo… Juli: no quiero dar más vueltas con este tema… hace días que vengo angustiada y quiero y NECESITO hablar con vos… ok? Muy dramático, no? Sí, muy dramático, parezco mi vieja….la puta madre! Tanta comunicación en mi vida al pedo!!!

Juana ensayaba las primeras líneas de un diálogo que se produciría en breves instantes, cuando sonó el timbre del departamento.

- Soy yo Juani, Juli, me abrieron abajo y subí directamente. Dale, abrime!!


jueves, 8 de septiembre de 2011

Pecado

La estación 9 de Julio la sorprendió pensando. Después de todo, a ella también le había afectado la decisión de su hermana. No era simplemente el verla angustiada a su madre. Era su propio dolor el que se ponía en juego.

Acostumbrada a crear una armadura ante situaciones de inestabilidad, Juana se había recubierto tanto, pero taaantoo, que de vez en cuando olvidaba poner el corazón al ruedo.

En realidad, toda la situación del viaje, descubría otra más profunda. El vínculo de Juana con su hermana. Un tema que tiempo atrás había sabido ocupar grandes espacios en las sesiones de terapia, pero que hacía unos meses ya, que había dejado de aparecer. No por estar resuelto… Simplemente por estar tapado. Reprimido diría el psicólogo.

Juana envidiaba el vínculo entre hermanos que tenían los demás. ¿Quiénes más? Casi todos los demás… según su visión parcializada. Todo depende de los anteojos con qué se mire la realidad claro está.

Envidiaba en los demás el vínculo de conexión que ella no tenía con Valeria. Envidiaba el hecho de que los otros hermanos se tuvieran mutuamente cuando se necesitaran… incluso cuando no se necesitaran. Envidiaba el tener una relación no mediada por rencores del pasado, facturas sin pagar, reproches ni olvidos. Nunca había tenido la suerte de experimentar la sensación de pasar por frases como “me lo prestó mi hermana”; “este mail me lo escribió mi hermana”; “mi hermana es lo más, siempre compartimos todo”; “sin mi hermana, yo no sé qué haría, ella está ahí siempre”… y las frases caían en paracaídas una tras otra en el cerebro de Juana, sin que pudiera atajarlas del todo bien.

La mayoría de las veces terminaba por cuestionarse ese sentimiento tan… ¿bajo? Por algo a la envidia la contaban entre los pecados capitales. Era, de hecho, uno de los pecados con peor prensa en el mundo. Desde la religión hasta la psicología de Melanie Klein. Porque la lujuria… vamos, que no es tan mala después de todo… y la gula, era un pecado que a Juana no le provocaba demasiado remordimiento. Pero la envidia… Sin embargo, ateniéndose a su estricta definición “desear algo que no se posee”, cada vez que pensaba en el vínculo entre hermanos, ella llegaba a la conclusión de que sentía envidia.

No se sentía ni la más orgullosa, ni la mejor por experimentar esa sensación, pero de algo estaba segura: no se mentía a sí misma.

Cuando emergió por fin del subte, una brisa primaveral la sorprendió. Esperaba sentir más frío. Quizás no estaba acostumbrada a llegar a la agencia a esa hora, y no tenía tan medido el clima de mediodía.

Apenas entró, Federico saltó del escritorio y fue a recibirla con un abrazo. Juana supo que a veces la vida no te permite tener buenas relaciones con algunas personas de tu entorno familiar, pero por suerte, te cruza con tantas otras personas, que sin ser familiares, pasan a ser hermanos del alma. Federico era uno de esos hermanitos sin lugar a dudas.

Juana quería saber qué había pasado con Gangster. Cómo era que se había ido, qué info tenía Fede… si él no sabía algo, nadie más lo sabía. Manejaba la data fresca mejor que el periodista estrella de Crónica TV. Y nunca, pero nunca, vendía pescado podrido.

Fede le contó que el viernes a la tarde se había desatado una gran batahola en la oficina de Anselmi. Que el interlocutor de Anselmi era Gangster. Y que el tema terminó con un portazo de ella. Y una posterior e inmediata renuncia.

Aparentemente, el viejo le habría prometido más de lo que efectivamente le estaba dando. El reclamo venía por el lado de los viajes, de los cuales Gangster solo había visto los tickets a nombre de otros colegas.

-          Perdón Fede, y vos cómo sabés todo eso?
-          Tengo mis informantes mi vida. Y no te los voy a re-ve-larrrr… Y vos, cómo la pasaste en Córdoba?
-          Tenés tres días para que te cuente?

Quedaron en ir a merendar una tarde para ponerse en autos. Como corresponde. De forma explayada o nada.

Por lo pronto, Juana tenía que ponerse al día con la tanda de mails en negrita que tenía en la bandeja de entrada y empezar a responder a más de un cliente. Sorpresivo fue encontrar entre “las negritas” el nombre de Sebastián. Era cierto eso de que él lo iba a intentar nomás. No dejaba de estar presente de alguna u otra forma. Pero ella lo siguió de largo. No lo borró. Solo lo dejó ahí pendiente.

Juana estaba cansada, un poco por el viaje, un poco por lo que había significado el viaje… quizás el último encuentro con su hermana en mucho tiempo. Y seguramente por lo que ese viaje significaría de ahí en adelante para su madre.

Era un cansancio mental, no físico. El cuerpo le estaba respondiendo bien, a pesar de que necesitaba retomar la dieta con urgencia. El tema era la capoccia. Ahí le costaba más arrancar un régimen para purificarse. Eso lo hacía con el psicólogo, a quien, por esos días, extrañaba más que al chocolate.

A pesar del cansancio, sabía que seguía teniendo algo pendiente. Algo que no podía patear más para adelante, porque en cualquier momento explotaba y los heridos iban a estar desperdigados por todas partes. Además, no podía seguir cargando esa mochila tan pesada. Necesitaba hablar con Julieta. Necesitaba hacerlo cuanto antes, de hecho. Por eso la llamó y sin demasiadas vueltas, la invitó a cenar a su casa esa misma noche. Iba a llegar el momento de la verdad. Un momento para el cual no todos estamos preparados. En ese instante, la invadió un sentimiento con gran certeza: no quería estar en los zapatos de su amiga, cuando se enterara de la noticia. Esa era definitivamente una situación cero envidiable.