miércoles, 30 de marzo de 2011

Quizás...


-          Y ahora qué quiere? Qué le picó? Yo sabía que iba a pasar esto, se iban a confundir las cosas y yo no quiero saber nada…

Sonó el celular.

Juana lo había dejado arriba de la mesa, por si las dudas. Apenas sonó, lo abrió para ver de quién se trataba.

-          Euge! Qué hacés desaparecida?!
-          Hola amiga!! Ya sé, sorry, estuve ausente esta semana.
-          Totalmente… igual no te puedo decir nada, porque los últimos días estuve igual, corriendo de un lado para el otro… qué contás?
-          Hablé con Juli, pobre, justo el lunes cuando se enteró de la bomba del casamiento, yo estaba… bueno, para eso te llamaba, para contarte a vos también…
-          Qué?! qué?! qué?!
-          Te acordás del amigo de Sebastián?
-          Sebastián, mi Sebastián?
-          Sí, tu Sebastián… bueno, el amigo… Federico…
-          Mucho no me acuerdo la verdad…
-          Y claro, si vos estabas a full con tu Sebastián…
-          Pero qué pasó?
-          Divino… me llamó el lunes a la tarde al celu, me invitó a salir y acepté…
-          Ahhhh muuuyyy biennn, mirala vos!
-          Siii espectacular, me encantó!
-          Ayyy cuánta emoción que siento, cuánto me alegra Euge!!
-          Si… el tema es que nos vimos el lunes, martes y jueves… amiga no puedo más!
-          Ahhh nooo, a fulll… a puro fuego?
-          A puro fuego!
-          Y cómo viene? Jaja
-          Viene muy bien amiga, muy bien… pero che! Lo importante es lo de adentro…
-          Sí jaja lo que pase adentro de la cama…!
-          Bueno, el pibe igual me encanta, es super conversador, pegamos muy buena onda y acá estamos, veremos…
-          Me alegra mucho de verdad…
-          Y vos, en qué andás? Dónde estás? Te llamé a tu casa y no me atendió nadie.
-          Estoy en Recoleta, en un barcito con una onda parisina increíble, comiendo un sandwichito… tranqui…
-          Ah, muy cool lo tuyo… qué hacés hoy?
-          Nada, supongo que me quedaré en casa.
-          No tenés ganas de hacer algo?
-          La verdad Euge, si querés nos juntamos a comer, pero no más de eso. Tuve una semana a mil y necesito recuperar energías.
-          Ok, bueno, si querés te invito a cenar a casa, te va?
-          Me re va. Hablamos más tarde, dale?
-          Dale. Y me contás toooodoooos los detalles…
-          Ja, qué tonta! Byes!
-          Byes!

La charla la entretuvo por un rato, pero no se había olvidado del llamado. Eligió no contárselo a Euge, para evitar empezar a hacer conjeturas varias que no la iban a llevar a ningún lado. Pero la intriga continuaba.

Odiaba que le pasaran esas cosas. Estaba tranquila, disfrutando de la tarde, paseando, comiendo algo rico y, de repente, pasaba algo que la sacaba del reino de la paz… y la ubicaba directamente, en el reino del nerviosismo.

Soy muy exagerada… por qué estás pavadas me ponen tan nerviosa? Empezó a preguntarse Juana y continuó: vos podés controlarte, vos podés seguir en tu onda zen y relajarte y dejarte de hinchar las bolas. Depende de vos… dale… concentrate, hoy es tu día de disfrute, trabajaste mucho, estuviste a las corridas, ahora a relajar…

Sonó nuevamente el celular.

Lo abrió rápidamente.

Seba ex.

-          Hola.
-          Hola! Pensé que no me querías atender...
-          Jaja por qué no te voy a querer atender?
-          Porque sos mala conmigo, siempre me tratás mal y a mí eso me encanta…

Sebastián había entrado con los tapones de punta. De una.
-          Si, si… muy mala…
-          Te preguntarás el por qué del llamado?
-          Exacto.
-          Estaba acá en casa, mirando una peli y me acordé de vos… de lo bien que lo pasamos en San Pedro el finde pasado…
-          Ajá, mirá…
-          Y dije… si tengo ganas de llamarla, por qué no la voy a llamar… no?
-          Por qué cohibirte, no?
-          Eso. Me gustaría verte. Hoy qué hacés?
-          Sebas… mirá… no quiero parecer mala onda… yo el sábado la pasé super bien también. Me encantó verte. Pero no sé si da volvernos a ver ahora…

Una vez más, Juana elegía el resguardo de un no, a la adrenalina de un . Una cosa era pasar una noche de aventura en San Pedro (por qué será que cuándo las cosas se hacen lejos, parecen menos graves, menos serias, menos comprometidas?...), y otra muy distinta era que se convirtiera en una especie de retorno, de Matrix Reloaded… no la convencía mucho la idea.
-          ...Me explico?
-          Perfectamente. Y te respeto. De todas formas, permitime que de batalla.
-          Vos podés hacer lo que quieras. Siempre lo hiciste o no…?
-          Viene de palo? Me la banco ehhh!

Esa actitud la desconcertó un poco a Juana, acostumbrada a recibir de Sebastián otro tipo de reacción en el pasado.
-          Ah, muy bien, parece que los años, algo de efecto hicieron…
-          Ajá… los años, las relaciones que tuve en el camino… un poco de todo.

Juana tuvo ganas de saber más, pero se resistió a ella misma y a su deseo.

-          La cuenta por favor… Dijo Juana a propósito, para que Sebastián escuchara y entendiera la indirecta.
-          Bueno, te dejo, porque estás ocupada… pero no me voy a dar por vencido, ok?
-          Ok.
-          Hablamos, dale.

Dudó la contestación.

-          Besos.
-          Chau preciosa.

Ella le dijo que no, pero en el fondo sintió una cosquillita de placer… En el fondo, muy en el fondo – no confesable para el resto del mundo- el llamado le había dibujado una sonrisa en el rostro.

Qué boluda! Por qué me pongo contenta por estas cosas?

-          $42.

Se había olvidado de la moza y de que había pedido la cuenta.

-          Cobrate $45. Gracias.
-          Cómo estuvo todo?
-          Todo bien.

Y quizás, para sus adentros, ese “todo bien” significaba más que el placer de haber comido una rica comida en el barcito Le Pont Bleu de Recoleta. Solo quizás…

jueves, 24 de marzo de 2011

La llamada

Juana abrió primero un ojo, ya que el otro lo tenía apoyado sobre la almohada. Sentía haber dormido una eternidad y estaba –casi, casi- en lo cierto. Se desperezó ampliamente. Fue hasta el baño caminando con la velocidad justa y necesaria para desplazarse. Prendió la luz y se miró al espejo. El reflejo que encontró, le gustó. Se lavó los dientes y se refrescó la cara.

No había tenido sueños, ni pesadillas. No la había despertado ningún martillo, ni cualquier otro ruido que proviniera de alguna obra cercana. No la había llamado nadie. Era una paz a la que Juana no estaba acostumbrada. Pero había decidido disfrutarla.

Se puso un pantalón de jogging y una remera de manga tres cuartos. Se calzó las zapatillas. Decidió salir, para ir a hacer unas compras pequeñas, pero necesarias: leche, pan negro y queso blanco. También compró el diario.

Cuando regresó, puso el pan en la tostadora, abrió un poco la ventana del living y se puso a preparar café. Le gustaba el ruidito que hacía la cafetera al comenzar a trabajar. Un aire agradable le trajo olor a comida casera. Alguna vecina preparando lo que sería el almuerzo familiar. 

Con su tazón de café con leche, sus tostadas y su diario, se fue al balcón y se tiró en el puff a disfrutar de su desayuno. Tenía todo un fin de semana por delante y no tenía planes. No tenía encuentros programados ni con sus amigas, ni con su madre -a quien le había anunciado que ese domingo no iría a almorzar al club- ni con nadie. Estaba completamente libre. Sintió un poco de temor. Siempre que estaba en un momento como ese, caminaba sobre una línea muy delgada, tratando de hacer equilibrio sin ser equilibrista. De un lado, veía un prado verde y florcitas de colores: la sensación de libertad, de relajación, de considerarse un ser individual que se disfrutaba a sí misma. Del otro, un valle aislado, sombrío, casi desértico: el de la soledad. Y ahí se presentaba instantáneamente la necesidad de encontrar a un compañero, con quien hacer lo que le gustara, pero de la mano.

Las publicidades del diario pusieron este último lado en perspectiva. Todas anunciaban con anticipación el día de los enamorados. El famoso día de San Valentín. Programas de a dos por doquier que, en los últimos años, había pasado alternativamente con Eugenia o con Julieta o con algún chonguito hermoso, pero poco estable.

El desacelerar el ritmo, y dedicarse un tiempo para ella -que no implicara un turno en algún lugar o anotarse en algún curso extra- le traía cierto placer, pero le traía también, cierta reflexión. El pensar que nunca encontraría a esa persona que fuera para ella, era un fantasma recurrente en esos instantes de esparcimiento mental. Ella no buscaba al hombre ni perfecto, ni ideal, buscaba al hombre para ella. Pensaba en cómo miles de almas lo lograban. Se encontraban, se gustaban, se casaban, tenían hijos. Algunos a veces se separaban, pero al menos, lo habían intentado. Ella tenía la sensación de que nunca le tocaría vivir algo así. De que había nacido para estar sola. Si bien nunca había estado demasiado sola, pensaba que así terminaría. Sola. Por eso, inconscientemente, se construía esa armadura para estar protegida ante cualquier posible catástrofe. Y su vulnerabilidad, que también era necesaria para llegar al corazón de alguien, quedaba siempre de lado.

Y siempre hacía lo mismo también con el diario. Lo compraba solamente para hojearlo. Salvo alguna que otra nota que particularmente le llamara la atención, siempre lo cerraba habiendo leído tan solo los títulos. Ella ya lo sabía de antemano, pero un sábado de disfrute, no podía ser sin diario.

Decidió que iría a Plaza Francia. No sabía bien por qué, pero siempre que tenía una tarde libre, iba para ese lado.

Como había desayunado hacía unos instantes, pensó que la mejor alternativa sería partir y luego comer algo por ahí. Cambió su atuendo. Eligió colores alegres, para tratar de contrarrestar esa incipiente melancolía que estaba asomando. Se pensó como una chica melancólica. No sabía si eso era bueno o no. Pero lo era. Decidió darle batalla a la melancolía de forma ardua. Se puso un pañuelo naranja en el cuello y unos aros dorados grandes. Se recogió el pelo con un broche y los bucles le cayeron en cascada de un lado y del otro. Una musculosa blanca con un trabajo muy delicado y una pollera de tono cobrizo completó el atuendo. En los pies, unas sandalias también doradas. Por si las dudas, agarró un saquito. No fuera a ser cosa que la sorprendiera el ocaso, con algún que otro grado de menos. Eligió una cartera que le hiciera juego con la ropa que llevaba puesta. Salió contenta, dejando atrás las pensamientos recientes.

Se tomó un colectivo y en menos de cincuenta minutos, llegó al lugar de destino elegido. La Feria de Artesanos que cada tarde de sol se disponía en la plaza, era una de las cosas que a Juana más le gustaban. Esa tarde, los puestos de la feria estaban en su máximo esplendor, vendiendo desde hebillas, chalecos, cinturones de cuero y ceniceros, hasta buñuelos, salame y quesos. Los pasillos angostos, atestados de gente, entrecruzaban varios idiomas. El inglés predominaba, pero también escuchó bastante portugués y algo de italiano.

En uno de los puestos se compró un anillo, con una piedra turquesa; un color que le fascinaba. Adoraba mirar por largos minutos cada hilera de aros, de collares, de pulseras y de cuanto brillo y brillito encontrara por allí. Repasaba uno por uno, para no perderse alguno que fuera de su interés. Cuando hallaba al indicado, era en vano seguir el recorrido, porque ella ya lo había elegido. Y él, ya la había elegido a ella. Al menos, era lo que Juana sentía.

El caminar con pausa, el poder detenerse en cuanto lugar quisiera, sin tener que seguir la marcha porque un qué o un por qué o un cómo la apremiaran, era un placer que la llenaba de felicidad. Una felicidad simple, mínima, pero felicidad al fin.

Recorrió todo el camino de la feria, revisando cada puesto, incluso aquellos en los cuales sabía que no se llevaría nada, pero que igual le llamaban la atención. En uno de ellos, sin embargo, encontró aquella película que alguna vez un profesor le había recomendado y por menos de diez pesos fue suya: Los tres Berretines. La guardó como un tesoro en la cartera, que era más grande que un bolso playero. Le encantaba salir a pasear con un buen espacio, para ir acumulando cosas allí adentro. Luego de cuarenta minutos de minuciosa inspección, sintió sed. Compró un agua mineral a un señor que tenía una heladera de tergopol en el piso.

-          $7 pesos.

Qué afano, pensó. Pero la sed pudo más y la agarró igual.

Botellita en mano, se sentó en el pasto a ver la gente pasar. Varias cosas disfrutaba Juana: caminar por los barrios, observando las casas; andar en auto también por los barrios, mejor si no los conocía demasiado, y… observar la gente pasar. Sobre todo, si estaba en un lugar tan lleno de gente, como lo era en ese momento la Recoleta.

Se detuvo en los atuendos, en las posturas, en los gestos. En qué miraban las personas a las cuales ella estaba mirando, o mejor dicho, casi inspeccionando. Era una gran observadora. Se sentía con cierta habilidad, para esa ciencia del observar. Cada tanto, tomaba un poco de agua. El sol le pegaba de frente, iluminándole la cara y los bucles que seguían coronándole la cabeza.

Bueno, suficiente –se dijo a sí misma- a seguir camino.

Encaró para el lado de los restaurantes, pero los que daban a la calle tenían pinta de muy chetos o muy internacionales para ella. Entonces, decidió perderse por alguna callecita lateral y encontró un bar que tenía unas mesas afuera, sobre las que pegaba el sol, con una onda parisina increíble (aunque nunca hubiera estado en París, así se imaginaba ella un bar en París). Se sentó.

Qué tarada… me olvidé de traer un libro –se autoregañó. Y pensó que un libro en ese lugar y con el sol dándole de espaldas, hubiese sido el moño ideal para su salida.

Llamó a la moza y le pidió la carta. Todo lo que leyó, le gustó. Fue difícil decidirse.

-          Qué vas a pedir?
-          Un sándwich de rúcula, tomate y queso brie.
-          Para tomar?
-          Un jugo de limonada y menta.
-          Excelente elección.
-          Gracias.

Estaba en pleno romance con ella misma, con su decisión, con su elección, con su osadía de salir sola al mundo, casi cayendo sobre el prado verde que había visualizado por la mañana, cuando sonó el teléfono. Empezó a bucear en su cartera inmensa, revolviendo cosas para poder encontrarlo, sin demasiada suerte, hasta que dejó de sonar, cuando finalmente pudo capturarlo.

Llamada perdida. Seba ex.

Sin más, volvió a instalarse en la delgada línea roja. De un lado, el prado. Del otro, el valle… y la pregunta sin respuesta: Para qué habrá llamado?

viernes, 18 de marzo de 2011

El tiempo no para

Cuando Juana se quiso acordar, ya había llegado al final de la semana. Los días que habían transcurrido desde la vuelta de San Pedro, volaron como el huracán Katrina. Y no es que no hubiera habido cosas, para nada. Cuando se puso a pensar, se cansó de todo lo que había hecho, aunque ya lo hubiera hecho.

La visita frustrada al padre en la clínica; las corridas para socorrer a cuanto amigo en crisis se cruzó por el camino; la visita a la mamá; la sesión de terapia; los cinco clientes que había ido a visitar; las tres presentaciones que le hizo a Gangster; el arreglo del baño… ufff… había sido bastante. Y solo estaba haciendo la revisión gruesa. Ni quería entrar en el detalle.

Juana tenía la extraña sensación de que el tiempo transcurría demasiado velozmente. De que los días duraban minutos, los minutos segundos, los segundos eran prácticamente inexistentes.

Antes, cuando era chica, todo era distinto. No tenía los límites temporales encarnados en el cuerpo... en el alma. Las vacaciones parecían interminables. El verano duraba medio año. El carnaval, tres meses por lo menos. La playa se convertía, para ella, en su segundo hogar.

Un sentimiento similar tenía en relación a la navidad y al festejo de año nuevo. Esperar hasta las doce, para que viniera Papá Noel, era como esperar –ya de adulta- a cobrar a fin de mes. Eterno…

Esa percepción del tiempo era buena (o debería decir… esa no-percepción del tiempo?). Era sana en muchos sentidos. Porque, en el fondo, hablaba de la inocencia ante el mundo. De la falta de preocupaciones, de responsabilidades, que ahora estaba obligada a enfrentar.

Que mañana vence la factura de la luz…
Que el martes tengo turno con la ginecóloga…
Que el miércoles a la noche está la reunión de consorcio…
Que el viernes rindo…
Que para mañana tiene que estar terminado, sin falta, el informe de gestión…

Y ni hablar si encima se te ocurre tener hijos…

Que la semana que viene está la reunión de padres…
Que mañana está el acto de bienvenida…
Que a la noche hay que hacer la tarea…
Que tengo que pasar a retirar el trajecito el jueves a la tarde…
Que mañana hay que llevarlo a rugby…
Que esta tarde hay que irla a buscar a danza…

¡No! ¡Por favor!

El tiempo insaciable rasca y rasca, horada y horada… hasta hacer un hueco en la conciencia, al cual no le vemos el final…

Y pensar que hubo un tiempo en el que no había tiempo. No había conciencia del tiempo, digamos. Cómo habrá sido vivir en ese espacio sin tiempo? Sin reloj? Sin apresuramientos? Sin stress?

Con el capitalismo -sí señores- con el capitalismo el tiempo se convirtió en dinero. Tiempo = dinero. Por lo tanto, perder el tiempo, pasó a convertirse en perder dinero. Y chau inconsciencia temporal! Y chau felicidad!

Juana se sintió agotada, con solo sentarse a pensar en el sofá.

No le gustaba el hecho de tener que correr en todo momento, para todos lados, y muchas veces, sin siquiera saber bien hacia dónde iba.

Cuando llegaba tarde, miraba el reloj sin parar, como queriendo detener imaginariamente sus agujas. Correr para ir a trabajar. Correr para alcanzar el subte a la salida, y tratar de tomarlo lo menos ocupado posible. Correr para encontrar los negocios abiertos y poder comprar lo que necesitaba para subsistir en su casa. Correr para hacer lo más rendidor posible el día. Pero el día, esa medida de tiempo, era acotado! Tenía solamente 24 horas! Correr, correr, correr…

La consultora le exigía un ritmo bastante acelerado, muchas veces impuesto por los otros (leáse: Anselmi – Gangster – el propio cliente), pero muchas veces también, impuesto por ella misma. Juana era como su propio verdugo, y sin sueldo y sin consuelo…

Generalmente, cuando decidía parar la pelota, lograba analizar alguna de estas cuestiones, pero después, el tiempo volvía a capturarla entre sus brazos invisibles y no la dejaba ir.

-          Pura posmodernidad –empezó a decir en voz alta, como si estuviera hablándole a un público en un auditorio multitudinario-, esto es: fugacidad, instantaneidad, estética de videoclip… un incesante transcurrir de imágenes una detrás de otra y detrás de otra…

Y luego se preguntó a sí misma: ¿cuándo fue el momento en que dejé de pensar que la  Navidad duraba un año, a pasar a no tener tiempo para nada, ni siquiera para pintarme las uñas?...

Había momentos en que realmente no encontraba espacio para respirar. El acopio de cosas y tareas era tal, que no podía ni hablar con sus amigas (situación que realmente le desagradaba). No podía limpiar la casa, como a ella le gustaba. No podía ir al super y comprar comida, como para que la heladera se transformara en un lugar digno de visitar. Que irse a depilar, a la peluquería o a hacerse los pies, eran lujos temporales imposibles de autoregalarse.

Estaba en contra de esa forma de vida, por principios, por ideología, por salud… pero no lo llevaba a la práctica: por imposición, por adaptabilidad, por supervivencia (supervivencia en ese mundo capitalista, del cual ella renegaba, pero sentía que no podía dejar de pertenecer…).

Pertenecer no siempre tiene sus privilegios- pensó.

Suspiró. Se extendió en el sofá y se quedó dormida. Profunda y absolutamente dormida.

La mejor panacea ante la imposibilidad de cambiar el mundo externo, no podía ser otra que el sueño.







martes, 15 de marzo de 2011

Regazo materno

Cuando salió del trabajo, la sorprendió una lluvia de verano. Pero no una lluvia leve, liviana, sino, todo lo contrario: copiosa y cegadora. No se veía nada a un metro de distancia.

Juana buscó reparo debajo de un techo, esperando a que el colectivo se dignara a venir (como si el colectivo tuviese vida propia...). Por esas casualidades de la vida, había decidido no viajar en subte ese día.

Esperando allí abajo, sintiendo un poco de frío -ya que la ropa mojada empezó a pegársela en el cuerpo- comenzó a mirar la escena que se había montado a su alrededor. La gente corriendo de un lado a otro. Mayor atascamiento en el tráfico y más bocinazos que musicalizaban de una forma extraña la obra. En el medio, algunos truenos le aportaban potencia sonora. El fondo era un cielo gris oscuro, casi impenetrable. Y sobre los cordones, donde el agua seguía acumulándose, se formaban grandes burbujones. Una vez el abuelo de Juana le había enseñado que, cuando eso ocurría, la lluvia había llegado para quedarse un rato largo.

Juana no pudo hacer otra cosa que pensar en un abrazo materno, un tecito caliente, y una comida más caliente, casera y riquísima, como solía salirle a su mamá.

Cuando el colectivo asomó la trompa, a Juana no le importó salir de su guarida para ir corriendo hasta la puerta. Allí, un chorro entero, continuo y tupido le cayó de lleno en la cabeza.

Mucha gente, poco espacio. En lugar de tomarse la situación como en una novela melodramática, Juana optó por empezar a divertirse. Después de todo, no era otra cosa que un día de lluvia en Buenos Aires. Es decir, en una ciudad atestada de gente, atestada de vehículos, con calles diminutas (por lo menos en el microcentro) y con escasos techos reparadores.

Apenas pudo –y como pudo- Juana sacó su celular de la cartera. Le escribió un mensaje a su mamá que decía: Ma, voy para allá! Hacé algo rico!!

Su mamá, que siempre disfrutaba de sus visitas –aunque cada vez eran menos frecuentes- no tardó en contestarle: Hago pan de carne, querés?

La respuesta de Juana fue inmediata: Con papas!! Gracias ma!

El romance con la madre se reinició en ese mismo instante. En realidad, no era que Juana se llevara mal, pero Susi se la pasaba metiéndose en sus cosas; opinando de su grupo de amigas; indicándole que tenía que comer y qué no; cuestionándola porque no llamaba más seguido; tratando de presentarle cantidadatos pensando que “ya se le había pasado el cuarto de hora”. Pero ese día, Juana decidió no recordar todos aquellos detalles que la incomodaban de su mamá, sino, disfrutar de todo aquello que siempre había amado y que la hacían tan feliz. Sobre todo, en un día como ese.

El solo hecho de pensar en llegar a su casa, tener que bucear en la heladera y hacer magia con lo que encontrara, que seguramente, no sería tan exquisito comparado con cualquier plato de Susi, la hizo sentir muy agraciada y le arrancó una sonrisa en medio del colectivo lleno de caras enojadas, estufadas, empapadas, malhumoradas…

Llegó más tarde de lo habitual, dada la lentitud de todo… de los que subían, de los que bajaban, de los autos de alrededor y del propio colectivo. Pero llegó feliz y así lo hizo sentir. Entró con sus propias llaves.

-          Maaa, maaaaa…
-          Estoy en el jardín… gritó Susi a lo lejos.

Juana atravesó el living, la cocina, pispeó el horno -comprobó que allí yacía su próximo manjar- salió y la vio a su madre tratando de sacar el agua que se había acumulado con un secador.
-          Hola ma!
-          Hola Juani, entremos, entremos que se puso frío. Además, estás toda mojada nena..!

Buenos Aires es así en verano. Te estás muriendo de calor, te querés sacar hasta la piel, para ver si experimentás algo de alivio (porque ya te sacaste todo lo que podías en el camino) y, de repente, sin previo aviso, se larga un diluvio universal. Es cuestión de costumbre.

Entraron. Susi le alcanzó una muda de ropa y Juana se fue a cambiar al baño. Colgó las prendas en perchas de cara a la bañera, no con la esperanza de que se secaran, pero por lo menos, de que no les agarrara ese olor a humedad putrefacto, que le agarra a la ropa cuando la dejás hecha un bollo en algún balde por largo tiempo.

Salió con cara de relajada. Se sirvió un vaso de jugo y se sentó a ver la tele. Susi quiso indagar alguna que otra cuestión de su vida, pero ella esquivó bien las balas, hablando de la farándula, de los programas de la tv y… por supuesto, de la lluvia.

Antes de que Juana pudiera darse cuenta –estaba como zombi mirando la tele-, Susi ya había dispuesto la mesa.

Allí, en el centro, una panera la saludaba con gracia.

-          mmmm el pan de los chinos!!! Qué bueno está. Por hoy, suspendo la dieta. Aunque si sigo por este camino, voy a rodar.
-          Pero nena, estás loca. Si estás hecha un palito. Decime… qué comés todos los días? Arroz?
-          Naaa ma. De verdad, como bien. Te lo digo cada vez que nos vemos mujer.
-          Sí, que dicho sea de paso, es cada vez menos.
-          Bueno ma, mucho laburo, cosas.
-          Cosas… cosas… Y? alguien en vista?
-          Sí, a Santo Biasatti acá delante, no ves?
-          Juana, no te hagas la tonta. Yo pregunto por algún candidato…
-          Ayyy má, como están los hombres hoy en día… mejor dejalo ahí.
-          Okey, okey… tu papá esta mejor me enteré…

Qué gran habilidad tiene la vieja para saltar de un tema al otro sin trampolín- pensó fugazmente Juana.

-          Sí, yo también me enteré. De hecho, fui a verlo ayer y cuando estaba por entrar escuché a Pedro que hablaba por celular y le contaba a la novia que estaba mejor, que había comido y todo…
-          Pero lo viste?
-          No me animé a entrar.
-          Por qué? qué te pasó?
-          No sé má… mambos… no sé… dejalo ahí…
-          Okey, okey…

Últimamente, las repuestas finales de Susi eran: "Okey, okey"… para evitar cualquier cruce con su hija y lograr que las visitas se dieran más a menudo.

Por fin, el pan de carne se presentó en la mesa. Las papas le salían increíbles a Susi. Tan bien, casi tan bien, como a su abuela. Era un secreto especial, una receta que iba de generación en generación y que Juana todavía no había aprendido. Pero era un verdadero placer.

Juana comió con ganas, con esas ganas que a su mamá la hacen feliz. Es más, repitió el plato. De postre, se comió una banana. La panza estaba más que llena, y el corazón feliz.

-          mmmm má esto está riquísimo. Dijo más de una vez Juana, con el mismo tono de satisfacción, con el mismo agradecimiento.
-          Por qué hoy no te quedás a dormir acá? Total, tenés ropa.

Por un instante Juana pensó: dos noches seguidas fuera de casa…
Dudó, pero aceptó. Hacía mucho que no le daba el gusto a Susi y, después de todo, si se iba a esa hora, iba a llegar re tarde a la casa y re cansada. Parecía mejor idea subir y tirarse derechito en la cama a dormir.

-          Bueno, dale, dónde duermo?
-          Como quieras. Tu cama está hecha. Sino, conmigo.
-          A ver…

Juana subió las escaleras con paso acelerado. Quería comprobar una vez más lo que ya sabía de memoria. Su cuarto estaba intacto. Impecable. Ni un papel de menos, ni uno de más. El cuadrito del viaje de egresados. Las notitas de alguna de sus amigas. El gorro de cuando se recibió. Su cama, su colcha de toda su adolescencia. Su armario, con la ropa que ya no usaba, toda colgada, prenda por prenda.

En un punto, Juana pensaba que algo de todo eso era raro. En otro, la entendía. Su madre había vivido los primeros años de matrimonio, con dos hijas chicas, mucho bullicio, muchas cosas tiradas por todos lados, muchos juguetes, muchas voces. De un día para el otro, se separó y se quedó en esa misma casa con esas dos hijas. En un santiamén, una de sus hijas se fue a vivir a Córdoba y, al momento siguiente, la otra se le mudaba a demasiadas cuadras de distancia. Era bastante entendible.

Apagó la luz y cerró despacio la puerta de su cuarto. Era entendible, pero podía dejarlo todito para ella sola.

-          Ma, duermo con vos. Gritó desde arriba.
-          Buenoooo… ya voyyyy.

Por un instante Juana pensó qué era peor… si dormir en su ex cuarto con las cosas sin tocar tal como las había dejado, o dormir con su mamá… se lo preguntó más de una vez en verdad. Se lo preguntó hasta cuando fue al baño a hacer pis. Y se lo preguntó antes de entrar al cuarto de su madre.

Apenas puso un pie en su cuarto. No lo dudó más.

Olor rico por todas partes. Olor a flores, pero fresco, rico. Levantó la colcha y las sábanas, que se elevaron como en conjunto. Se acercó a olerlas. El perfume era exquisito también. Se metió despacio adentro, para no desarmarla. Se estiró y no llegó al final de la cama. Una sensación placentera le inundó el alma.

En eso subió su mamá.

-          ma… no me alcanzás medias?

Su mamá respondió a su pedido. Ella se puso las medias calentitas. Se volvió a acomodar y se tapó prácticamente hasta la nariz. Solamente asomaba uno que otro bucle por allí.

-          Querés ver un ratito la tele antes de dormirte?
-          Y dale… bueno…

Y allí comprendió todo. Ella también tenía un ángel de la guarda. Y ese ángel, era su mamá.

lunes, 14 de marzo de 2011

Un alma caritativa...

Amanecieron temprano. Julieta se fue a bañar primero. Después entró Juana.

Julieta preparó café bien negro; tenía unas ojeras que le llegaban hasta el piso. Juana no estaba mucho mejor. Pero seguía poniéndole onda, a pesar de la hora de la mañana en la que se encontraban.

Juana decidió preparar mate para el camino. Una vez que iba a viajar en auto al laburo, tenía que aprovecharlo a morir.

-          Por tu cara, parece que hubieras estado caminando por el desierto tres días seguidos, sin nada para tomar. Le dijo Juana a Julieta.
-          Gracias amiga, por eso te quiero tanto – sonrió Julieta- anoche tuve un sueño raro…
-          Qué soñaste?
-          Que estábamos nosotras tocando con los Abuelos de la nada…
-          Ah buenooooo… cada vez más creativa te ponés mientras dormís.
-          Terrible, no? Jaja… bueno, vamos, que si no, se te va a hacer tarde.

Salieron por el garage del edificio. Al mismo tiempo que se iba levantando el portón, Juana iba visualizando de a poco la cola del colectivo de la vereda de enfrente. Sintió un placer inexplicable. El no encontrarse esa mañana en una cola similar, era una especie de recompensa por haber saltado de la cama, todavía dormida, e ir corriendo hasta la casa de su amiga, para auxiliarla en un momento de desesperación.

El sol les pegaba de frente. Julieta se calzó los lentes negros, un poco para poder ver mejor, otro poco para disimular las ojeras que seguían persistentes en su rostro, a pesar del tapa ojeras y del polvo compacto color bronze.

Juana ya tenía preparado el mate con la yerba y solo se dedicó a echarle un poco de agua caliente, para iniciar un ritual que años atrás mantenía con su novio, Sebastián, cuando iban camino al trabajo. Se le cruzó por la cabeza. Pensó: no volvimos a hablar desde San Pedro… mejor, mejor… no lo llames con el pensamiento.

El agua ya tenía edulcorante.

Julieta se tomó el primero.

-          Ayyy qué rico! Por favor… dijo como si estuviera disfrutando una mila a la napolitana con fritas…
-          Son las manos que lo hacen Juli, son las manos que lo hacen…

El tráfico era un verdadero infierno, pero las chicas prendieron la radio y se pusieron a escuchar al Chavo Fucks y a debatir sobre lo que estaban debatiendo en la radio: “qué heredaste de tus viejos???”

Julieta la dejó en la puerta del trabajo. Juana le estampó un flor de beso en la mejilla. Le dio un abrazo gigante y le dijo: si me necesitás por algo, si necesitás hablar, sacarte la angustia, lo que sea… si? Me llamás. No te la aguantes sola, porque te mato.

-          Ok. Te vas a convertir en mi ángel de la guarda…
-          No querida, en cualquier momento, empiezo a cobrar…! Esto así no va… Jajaja

Juana entró y, a pesar de haber dejado de tomar mate hacía tan solo quince minutos, fue directo a la máquina de café. Se sacó un capuchino. Se fue con el vasito hasta el escritorio. Solo había llegado Silvia. Se saludaron.

Juana bostezó y abrió la boca como el hipopótamo de Pumper Nic.

Silvia le dijo sarcásticamente:
-          Larga noche parece…

-          Ufff, larguísima Silvita, no te imaginás… larguísima.

Juana prendió la máquina y, cuando levantó la cabeza, vio a Federico que entraba con una cara de muerto que daba miedo.

-          Hola muchachas.
-          Hola –contestó Silvia con la poca gracia que la caracterizaba- buen día.
-          Hola mi gordo! Qué pasa esa carucha? Dijo Juana.

Y Federico se largó a llorar.

-          Pará, pará… vamos al baño.

En el baño –de mujeres- se abrazaron fuertemente. Federico estaba desconsolado. Igual o peor de desconsolado que Julieta la noche anterior.

-          A ver… pará… contame tranquilo. Qué pasó?
-          No me quiereeee...
-          Cómo que no te quiere?! Estás diciendo pavadas!!!
-          No Juani, no me quiere. Se vino a vivir conmigo, solamente porque se quería ir de la casa.
-          Tranquilo, vení, sonate los mocos que sos un asco por favor.
-          Es que… me quiero morir… tanto tiempo deseando que viniera a vivir conmigo y ahora… esto?
-          Sonate te digo. Vení, sentate conmigo.

Se sentaron al lado de las bachas, sobre el mármol.
-          Te digo que no me quiere.
-          Vos estás en pedo. Yo lo conozco. Vi cómo te mira. Alguien que mira así, no se desenamora de un día para el otro Fede. Debe tener miedo…
-          Miedo de qué?
-          De todo. La convivencia. Las responsabilidades. Ahora ustedes están formando un hogar… no es lo mismo que estar de novios, cada uno por su lado, si se pelean, duermen separados, si quieren verse, solamente se llaman y ya. Ahora todo es de a dos. Las facturas, la limpieza, la comida, la cama… la vida.
-          Pero para mí es tan…
-          Natural?
-          Oui.
-          Bueno… pero no para todos es igual. Además, él es más chico. Eso influye. Yo lo entiendo te digo eh… fantaseo mucho con convivir, pero me da terror pensar en la convivencia seriamente. Igual, todavía no tengo candidato, no? Así que… pero no me quiero ir de tema. Te lo digo en serio, la convivencia es un tema fuerte.
-          Bueno, puede ser…
-          Vos le preguntaste qué le pasaba, en un momento de tranquilidad, no en plena pelea?
-          No… si estuvimos discutiendo estos últimos días todo el tiempo, no hubo espacio para la charla.

En ese instante, entró Silvia al baño. Ellos aguantaron la conversación, hasta que volvió a salir.

-          Qué chusma es esta mina, por dios –resopló Juana.
-          Es una reventada, dejala.
-          Bueno… en qué estábamos? Ah… sí. Dale tiempo. Dejalo respirar. Que él pueda armarse su espacio, porque siempre es más difícil para el que se muda que para el que recibe al nuevo inquilino digamos… el que entra en la casa del otro, tiene que hacerse su lugar… construirlo de alguna manera.
-          Pobre… ahora que pienso, le dejé solo dos cajones en el placard…
-          Bueno, ahí tenés! Eso no es compartir Fede… vos querés vivir con él y que él guarde sus cosas en dos míseros cajones…??? Vamosssss…
-          Sí, sí, tenés razón, ahora que lo hablo con vos, me doy cuenta.
-          También me meto cuando cocina, porque a todo le pone mucha sal.
-          Ayy!! Me hiciste acordar a esa publicidad de Hellmann´s, te acordás? Esa en la que la nena le pasaba el mensaje equivocado al papá y a la mamá y terminaba diciendo… “dice que a todo le pongas mucha Hellmann´s”!! genial…
-          Y qué tiene que ver?!
-          Porque dijiste… “a todo le pone mucha sal”… bueno, no importa. Sos insoportable Fede. Date cuenta. Te le metés en todos los espacios, cómo querés que no te presente batalla? Tenés que aflojar un poco, de verdad. Para convivir, me parece eh… -hablo desde la inexperiencia- tenés que dejar que el otro tenga su propio espacio, verdadero, sincero, y creo que desde ahí sí se puede plantear la posibilidad de una construcción conjunta.
-          Sos una grosa. Sos un ángel.
-          Es la segunda vez en el día que me lo dicen… –miró el reloj- y eso que recién son las nueve y media de la mañana! Me la voy a creerrrrr…
-          No sé quién fue la otra persona -espero que sea del sexo masculino-, pero si te lo dijo, tiene razón.
-          Nada de sexo. Menos masculino. Jaja. Ahhhh pero te tengo que contar algo nene! Casi me olvidaba.

Juana le contó en detalle el encuentro con Sebastián. Federico, de alguna manera ya lo conocía a Sebastián, sin conocerlo verdaderamente. El tema es que, apenas Fede y Juana se hicieron compinches, cuando ella empezó a trabajar, le contó toda la historia de pe a pa.

Federico la escuchaba atentamente, con los ojos abiertos como dos huevos duros. Y así como antes, Juana le había brindado consejos y ofrecido su oreja de escucha, ahora Federico, hacía lo propio.

Conformaban una buena dupla.

Tipo diez menos cinco, cuando descubrieron que habían pasado nada más ni nada menos que cincuenta minutos desde que habían entrado al baño, decidieron volver a la oficina. Antes, Fede se refrescó la cara.

-          Haceme caso Fede, para que él sienta que ese también es lugar, tenés que dejárselo apropiar… y con vos encima, no lo va a hacer. Ponete encima en otro momento, zonzo!

Salieron riéndose del baño. Juana iba a batir todos los récords en hacer sonreír a almas desvalidas en menos de 24 horas.

Se sentía agotada. No agotada fastidiosa. Agotada satisfactoriamente. Nada la podía hacer sentir mejor que hacer sentir mejor a sus amigos. Eran mimos que a ella le gustaría recibir en momentos como esos. Y que, de hecho, había recibido en momentos anteriores de su vida. Eran innegables. Pero estaba agotada igual. Había dormido en otra casa, después de haber charlado por más de tres horas con Julieta. Había amanecido temprano, y hablando del mismo tema con el que se había dormido la noche anterior. Llegó al trabajo y en menos de diez minutos, estaba metiéndose en otra historia de amor en crisis… pero con otros protagonistas.

Camino al escritorio pensó… Y quién será mi ángel che…?

Respiró profundo. Se sentó. Y se puso a trabajar.