jueves, 5 de enero de 2012

Irene, mi papá y yo

Se sentó a una mesa impecable. Cada detalle pensado con dedicación. La panera rebozando de panes saborizados y grisines de distinta índole. El mantel perfectamente planchado. Los platos, los cubiertos y los vasos –para el agua y para el vino- ubicados en esmerada concordancia. El menú era sencillo, tal como lo había pedido Juana: milanesas con puré. Sin embargo, la decoración que ambientaba el lugar -no solo la mesa-, le daban al menú un aire de distinción.

Era verdad que Juana había decidido no vivir tensamente ese encuentro, pero también era real que cierto nerviosismo se escapaba por su pierna izquierda debajo de la mesa, en un movimiento incesante, aunque controlado. Los hijos de Irene no estaban presentes, “tenían otros compromisos”.

Solo eran Irene, su papá y ella.

 Juana agradeció la comida, antes de comenzar. A simple vista se veía todo riquísimo, sabroso. Su papá estaba bastante distendido. Abrió una botella de vino, “para tomar solo un traguito”. Juana le aceptó el ofrecimiento y el Malbec rodó por su copa tiñendo sus paredes.

Él empezó a contar algunas anécdotas graciosas de la recuperación. Un tema que de un lado y del otro compartían Irene y Juana. De a poco, ella empezó a involucrarse lentamente en la charla, como pidiendo permiso para poder opinar, aunque logró irse soltando a medida que avanzaba el diálogo. Irene, además, era muy agradable. Por razones obvias, años atrás había caído para Juana en el mote “de la mina”. Muchos años ocupando ese lugar, era difícil correrla de repente.

Pero en realidad, cuando Juana se lo puso a pensar, sacó la conclusión de que no había sido tan de repente. Más bien se había ido dando un proceso natural de transformación, a través del cual en reiteradas ocasiones Irene había demostrado ser una buena mujer. No era la típica “mina”.

Las milanesas estaban exquisitas y ahí Juana pensó sin querer pensar: cómo le voy a explicar a mamá que las milanesas de Irene estuvieron buenísimas??? Se va a poner celosa mal… ayyy mamá…. Vos también deberías rehacer tu vida…

Juana se comió tres milanesas y una buena porción de puré.

- Tiene un gustito especial… algo que no logro identificar, un gusto muy suave, pero persistente… dijo Juana.

- Sí, le puse un poquito de romero. Pero es un secreto eh… le contestó Irene.

Pronto el Malbec dejó espacio para un café acompañado de un riquísimo cheesecake casero.

- Yo traje masitas también -dijo Juana- pruébenlas; es de una confitería buenísima que está cerca de casa.

- No te hubieses molestado…

Cuando los temas cotidianos como el clima, el trabajo, el transporte público, la inseguridad y otros cuantos se agotaron… vinieron los otros, los que se suelen evitar en una cena o almuerzo familiar. Pero este no era un almuerzo más, este era distinto. Era una oportunidad de encuentro que se venía postergando hacía mucho tiempo. Era el momento de conocerse un poco más. Juana quería conocer a su papá. Y su papá la quería conocer a ella.

- Contame Juana, vos estás en pareja? Arrancó su papá el temario de forma arbitraria.

Juana se sonrojó. Irene se paró con la excusa de ir a lavar los platos.

- mm.. no.
- Jaja dudaste…
- Naaa…

El padre le reconoció una mueca que hacía de chica cuando mentía. En realidad estaba sola, pero en su interior alguien la estaba atrapando nuevamente.

- Tu hermana? Cómo está?
- La verdad es que con Vale… -dudó-… con Vale no hablamos mucho porque ella estando en Córdoba y yo acá, cada una con sus responsabilidades y temas, queda poco tiempo.
- Pero es tu hermana, cómo no van a hablar? preguntó algo preocupado.
- Bueno… es que… -volvió a dudar-… somos distintas.
- Quizás esto suene extraño Juanita, lo sé… pero hace años que no tenemos una de estas charlas. Si te resulta incómoda, me avisás y cambiamos de tema. Pero quisiera saber un poco más de ustedes, de mis queridas hijas…

"queridas hijas" se le clavó a Juana como una daga en el centro del pecho. Esa frase le provocó dolor, nostalgia y unas ganas intensas de correr a abrazarlo, como hacía a menudo de chica, como estaba retratado en alguna que otra foto familiar…

- … No, está bien. Tenés razón... A ver… cómo te explico… ella está casada y bastante pendiente de su matrimonio. No es de llamarme para contarme nada, ni sus problemas, ni sus alegrías. Casi siempre tiene un reproche debajo de la manga… imaginate que todavía me reclama por el cumpleaños de quince…
- Cumpleaños de quince? Qué pasó? Recuerdo que estaba tan hermosa…
- Vos la viste?
- Por supuesto. La vi antes de entrar al salón. La saludé, pero no quiso saber nada conmigo. Todavía tengo presentes sus ojos de fuego...

Esas escenas que se iban dibujando en la cabeza de Juana, mientras su padre las describía, eran de lo más triste que ella había escuchado alguna vez… tantas cosas, detalles y momentos que ella ni siquiera sabía que habían ocurrido…

- Igual, nada. Son cosas de chicos, pero ella sigue trayéndolas del pasado.
- No es la única, verdad?
Es cierto. Yo también estuve muy enganchada con todo lo que había pasado. Mamá nos contó su historia y estuvimos tanto tiempo sin verte…
- Pero yo siempre quise verlas…
 - Es que no sé… a veces la historia se distorsiona, creo que una se ve obligada a elegir, cuando en realidad no hay que elegir nada. Mamá siempre va a ser mamá… y vos…
 - ...Papá…
 - ...Eso… Pero bueno, la situación que viviste este año me puso en alerta, me hizo dar cuenta de que las cosas son finitas, que no todo dura para siempre. Me simbronó. Me di cuenta que el estar distanciada de vos me hacía mal, por eso empecé a romper algunas estructuras en las que estaba desde adolescente y siento que eso me hizo muy bien… fue muy liberador…
- Cuanto me alegro hija…
- Más café? Interrumpió dulcemente Irene.
- No, gracias.
- Yo sí te acepto uno más, dijo Juana.
- Además… bueno…
- Qué?
- Elena me aclaró algunas cosas que yo tenía confundidas.
- Cómo qué?
- No sé si este es el momento para charlarlas, seguramente habrá otra oportunidad… pero te puedo asegurar que me ayudaron a cambiar mi postura.

Una pausa silenció el diálogo.

- … Te extrañé papá…

- … Yo también Juanita… y no sabés cuánto…

Juana se acercó amorosamente al sillón en dónde él estaba sentado. Se fundieron en un abrazo. La sensación de conocer el gusto de ese abrazo, de haberlo extrañado horrores y de sentirse extraña se entremezclaron en un hechizo mágico y placentero. La humedad se apoderó de sus ojos. Tragó para bajar el nudo. Pero supo que fue en vano. Cuando se volvieron a encontrar frente a frente, sus miradas completaron el sentido. Este era el primer gran paso de una historia que no iban a dejar que se volviera a cortar. No devuelta.

Irene volvió a ingresar a escena con un café humeante que Juana necesitaba para reconfortarse.

- Está riquísimo Elena… gracias. Gracias por todo el almuerzo en realidad. Te pasaste.

- De nada Juana, acá sos bienvenida siempre.

Y Juana pensó… mientras Irene y su papá continuaban charlando… y mientras sorbía un poco de café caliente…

No me resulta tan extraña la idea de compartir más momentos como este… Irene, mi papá y yo… qué loco! Años atrás me hubiera ido corriendo en dirección contraria. Hoy quiero más de esto. Necesito más.