martes, 26 de marzo de 2013

Gallito ciego


 -         En el colectivo ya me sentía mal… como nauseabunda.

-          Algo te cayó mal…

-          No comí nada eh… sólo tomé una coca…

-          Sí, lo sé, me contaste recién. Me refería a otra cosa.

-          ¿Qué? ¿Vos decís algo de lo que hablé con Sebastián?

-          Sí…

-          Puede ser…

                                         
Juana hablaba con su psicólogo del encuentro que había tenido con Sebastián. Ya le había contado el inicio, el nudo y ella sentía que había empezado el desenlace… pero el psicólogo no quería que avanzara tan rápido en el relato. Había detalles en los que detenerse. Y no los detalles que Juana quería sobresaltar conscientemente… la canción que le había llamado la atención; el colectivo de camino al bar; los arabescos rojos… no. El psicólogo quería hacer hincapié en esos puntos que Juana había volcado en algún lado de su discurso, pero que no los tenía tan claros en su cabeza.

 
-          Igual, no identifico bien qué me pudo haber molestado. Algo seguro me molestó, no te voy a mentir… algo no me gustó… Ah! Naaa casi me olvido!!!

-          Qué?

-          Tuve un sueño…

 
Juana escuchó como el psicólogo acomodó el block de notas que siempre llevaba sobre sus piernas y alistó la lapicera. Es más, hasta le dio unos segundos para que él hiciera esos movimientos tranquilo. No fue una pausa inocente. Fue planificada.

 
-          Te escucho.

-          Un sueño de lo más raro!

-          Adelante…

-          Bueno, yo estaba jugando a un juego que ni me acuerdo cómo se llama… a ver si vos te acordás!? Ese en el que te tapaban los ojos… te acordás?

-          No sé de cuál estás hablando, contame un poco más.

-          Ese que te tapaban los ojos y te giraban… la puta madre che cómo era..??? siiiiii Gallito Ciego…! No me salía por favor! Te acordás del gallito ciego?

-          Cómo era?

-         Bueno, yo te cuento el sueño, no sé si es así. Yo estaba con los ojos tapados, con una venda en los ojos digamos, como una tela negra y me giraban y giraban y giraban para marearme y después me empujaban de atrás como para que empezara a buscar a tientas…

-          Estabas sola?

-          No, había más gente… pero no vi quiénes eran.

-          ¿Y qué te parece el sueño?

-          Un cuelgue total…

-          Ok, pero además?

-          No sé! Me pareció raro, lo único que se me cruzó fue la sensación de mareo…

-          Qué pensaste en relación a eso?

-          Que así me sentí en el colectivo ayer cuando volví de verlo a Sebastián…

-          Ajá…

-          Esa misma sensación de mareo, como de estar dando vueltas, medio descompuesta incluso…

-          Bien. Y la venda en los ojos?

-          No sé… es fuerte esa imagen, no? Más ahora como lo dijiste: “venda en los ojos”. Qué? Hay algo que no quiero ver?

-          Eso lo dijiste vos.

-          Qué?

-          Lo de la venda en los ojos.

-          Yo dije eso?

-          Sí.

-          Venda en los ojos… bueno, evidentemente hay algo que no quiero ver.

-          Qué te parece que es?

-         No sé si es que no quiero ver… me siento como un poco a tientas con Sebastián… ahora por lo menos… si me preguntabas cinco meses atrás no…

-          Y qué cambió?

-          Y… qué piola! Que hace cinco meses él estaba un poco más atrás mío… como pendiente… y ahora…

-          Y ahora?

-          Y ahora nada… está, pero distinto… no me gustó lo de la chica que habló del otro lado del teléfono y cuando charlamos no me terminó de explicar bien. Pero no es que no le pregunté eh… no… no me lo quiso contestar bien, y bueno listo… tampoco lo voy a obligar a hablar… pero me quedó como trabado el tema.

-          Estás celosa.

-          Obvio. Pero bueno, me la tengo que bancar. Lo que pasa es que en un punto siento que no es Sebastián. Con estas cosas no…

-          No es Sebastián. ¿Y cómo es tu hombre ideal?

-          Mi hombre ideal? Ayyy qué pregunta… mi hombre ideal es… qué sé yo… familiero… sociable… que sepa lo que le gusta… que ame lo que hace… digo, su laburo, su profesión… que me haga reír… que me cuide o contenga… eso, básicamente.

-          Ajá... qué parecido a Sebastián, no?

-         

-          Bien, por hoy, dejamos acá.

 

domingo, 17 de marzo de 2013

Vamos viendo...


No había salido todo mal. No había salido tan mal.

La conversación había durado poco en comparación con lo que Juana hubiese querido quedarse charlando, pero Sebastián tenía otro compromiso por la noche imposible de suspender. Algo familiar, sin demasiada explicación ni detalle.

Y ella sabía que a fin de cuentas, había salido ganando. Sebastián quiso verla a pesar de estar enojado, y eso significaba algo. Él la había querido ver igual.

Sin embargo, algo en la garganta de Juana no se destrabó cuando dejó atrás la escena del encuentro y se aventuró de regreso a su departamento.

Es cierto. Se dijeron muchas cosas, no todas lights, no todas edulcoradas. La mayoría fueron bastante directas, sin eufemismos ni retoques retóricos; y tanto de un lado como del otro.

Ella le habló –por fin- de cómo había sufrido cuando cortaron la primera vez. De alguna forma esa tarde pudo largar todo lo que no había podido en los encuentros previos, ni siquiera en el momento mismo de la separación. En algún punto se liberó; en otro, sintió que se lo debía a ella misma. Lo iba a hacer de todas formas, aunque hacerlo significara distanciarse aún más de Sebastián. Pero no. Él se quedó pensativo cuando escuchó sus palabras.

Ella también le explicó que, a partir del momento que el destino quiso reencontralos, la única forma de preservarse ante el dolor había sido mantenerlo hasta ahí. “Hasta ahí, me entendés?”

Ella se disculpó por haberse comportado tan chotamente, a pesar de sentir que podía darse ese lujo… después de lo que había pasado entre ellos años atrás. Pero igual le pidió disculpas. Él se las aceptó.

Él, por su parte, asumió algunas responsabilidades de cuestiones anteriores aunque dijo: “Eso es el pasado  para mí, yo vivo el hoy”.

Él le contó que volvió a elegirla desde aquella noche en San Pedro. Que cuando estuvieron juntos, la había pasado muy bien. Que cuando no la veía, la extrañaba… pero que no podía asegurarle nada. Él también había sufrido.

Y ella quiso saber quién era esa chica. Bien, saber bien… saber todo. Con lujo de detalle.

Él por supuesto sólo le contó lo que quiso y ella tuvo que conformarse.

Él se terminó el segundo café y ella la única coca light que se había pedido. Él pago y tomó sus manos entre sus grandes manos… "¿Y? ¿Qué hacemos Juana?"

Ella sintió que tenía todo para decirle, pero de pronto enmudeció. ¿Miedo? ¿Pánico? ¿Amor? ¿Celos? ¿Todo eso junto?

“Hagamos… y vamos viendo, te parece?”.

Él sonrió y lo aceptó como respuesta. Era un comienzo. Tímido, pero comienzo al fin.

No hubo beso. O sí. Pero rápido, fugaz. Ella se quedó embriagada con su perfume de tinte bien masculino. Él le pidió disculpas por tener que irse “Así, corriendo”. Ella lo entendió y deseó acompañarlo. Entrar y sonreir y ser su novia; sentarse y comentar como su novia; hacer chistes y caer simpática como su novia; irse de la mano y saludar como su novia.

Pero solamente lo acompañó hasta la esquina. Él le ofreció plata para un taxi, ya que no podía acompañarla. Ella lo rechazó; luego, se subió al colectivo.

No había salido todo mal. No. No había salido tan mal. Sin embargo, ella se alejó con un cocktail de mariposas y signos de interrogación en el estómago.