lunes, 25 de febrero de 2013

Si...


Juana sentía que sus palpitaciones podían escucharse a cinco cuadras. Tenía el corazón acelerado y la respiración entrecortada. La espera en la parada del colectivo fue la tortura más angustiante de los últimos tiempos, casi equiparable a lo que había vivido el fin de semana… bueno, en realidad, se había tratado de una concatenación de situaciones angustiosas.

Pero, en el fondo del vaso… ahí debajo de la manga… había una chance, había un viso de esperanza: las palabras de Sebastián le habían devuelto algo de tranquilidad, aunque no quisiera admitirlo conscientemente.  

Buscó el celular en la cartera, que se hizo rogar, porque no pudo encontrarlo rápidamente.

Ahí estás…- dijo en voz baja, casi para sus adentros.

Conectó los auriculares, se los colocó prolijamente en sus orejas y empezó a buscar música en su gran selección de temas… algunos bastante viejos, otros recién incorporados…

Y así, sin más, apareció Loli Molina cantando como si fuera su propia voz la que dijera… “si me marié y me enredé es por que no sé mentir… si dije sí y dije no es porque no sé elegir… es que yo siempre llego tarde… siempre me olvido de acordarme… ya sé que te molesta, perdón”…

Oh Dios! Nadie en el mundo hubiese expresado mejor lo que Juana sentía en ese momento… parada con el celular en la mano, con sus brazos en forma de rezo mirando a algún punto fijo sin prestar demasiada atención y haciendo una fuerza importante para no llorar…

Estaba cerca del laburo todavía, no daba que la vieran así… pero su cabeza fue  aflojándose de a poco, y comenzó a verse a ella misma cantando suavemente la canción frente a un Sebastián molesto… ella sensual, desnudándose en piel y alma, acaraiciándolo con una mano, mientras con la otra sostenía el micrófono. Peinada y maquillada al estilo vintage…

Plop!

En los últimos acordes de la canción, llegó el colectivo y la magia se desvaneció así de repente. Además, después de ese tema, empezó a sonar uno de Gilda, que aunque a Juana le encantaba, la sacó de situación completamente.

El colectivo parecía una cafetera a punto de estallar… como cuando éramos chicos y le gritábamos al chofer “chofer, chofer, apure ese motor, que en esta cafetera nos morimos de calor”…

Juana ahora iba tarareando esa canción mientras seguía buscando una mejor en el celular. Tenía por delante unos cuarenta y cinco minutos en los cuales se iba a dedicar –como casi siempre- a observar a su entorno, tanto interno como externo, para evitar caer en las redes de su propia mente. Y, en ese colectivo plagado de seres humanos, iba a tener material para entretenerse… y sí, material… porque para ella el mundo era una especie de observatorio gigante. Curiosa y voyeurista por naturaleza, era de lo que más disfrutaba hacer, sobre todo si estaba atrevasando una situación de nervios…

Para llegar a la puerta del medio, tuvo que hacer una serie de peripecias chinas y logró abalanzarse al timbre por sobre el rodete de una chica, que quedó medio de coté cuando ella lo empujó sin querer…

Perdón…- dijo Juana.

No hay problema – le contestó la chica- y le hizo una mueca de “es entendible, si esto es un infierno”…

Uuuff…

Por fin bajó.

Estaba transpirada y un poco desubicada… tuvo que mirar dos o tres veces antes de decidir para dónde encarar la caminata.

Habían quedado en que Sebastián la pasaría a buscar por el trabajo, pero a último momento lo habían enganchado en una reunión, y el punto de encuentro pasó a ser uno un poco más intermedio, por lo que Juana se bajó para dirigirse al bar que habían establecido.

Faltaban unos metros para llegar y Juana sentía que su corazón palpitaba cada vez más rápido y tenía miedo de que se sientiera el ruido que hacía su garganta al tragar saliva…

Dios…

Se fijó bien y él no estaba, entonces decidió sentarse y pedir una Coca light. Necesitaba sacarse el gusto a pasto que tenía en la boca y de paso le venía bien para bajar un poco la temperatura.

En eso vio a Sebastián a través del vidrio y los arabescos color rojo del bar.

Hacía algunas semanas que no lo veía personalmente y le pareció verlo aún más lindo que en el último encuentro. Sexy…

Quizás ese encuentro sería la última vez que se veían. Quizás no.

Las cartas estaban (casi todas) echadas sobre la mesa. Era solo cuestión de que ese hombre ingresara al bar y se sentara a su mesa… y al estilo Loli Molina ella le pidiera perdón.