Juana sentía que sus palpitaciones
podían escucharse a cinco cuadras. Tenía el corazón acelerado y la respiración
entrecortada. La espera en la parada del colectivo fue la tortura más
angustiante de los últimos tiempos, casi equiparable a lo que había vivido el
fin de semana… bueno, en realidad, se había tratado de una concatenación de situaciones
angustiosas.
Pero, en el fondo del vaso… ahí
debajo de la manga… había una chance, había un viso de esperanza: las palabras
de Sebastián le habían devuelto algo de tranquilidad, aunque no quisiera
admitirlo conscientemente.
Buscó el celular en la cartera, que
se hizo rogar, porque no pudo encontrarlo rápidamente.
Ahí estás…- dijo en voz baja,
casi para sus adentros.
Conectó los auriculares, se los
colocó prolijamente en sus orejas y empezó a buscar música en su gran selección
de temas… algunos bastante viejos, otros recién incorporados…
Y así, sin más, apareció Loli Molina cantando como si fuera su
propia voz la que dijera… “si me marié y
me enredé es por que no sé mentir… si dije sí y dije no es porque no sé elegir…
es que yo siempre llego tarde… siempre me olvido de acordarme… ya sé que te
molesta, perdón”…
Oh Dios! Nadie en el mundo hubiese
expresado mejor lo que Juana sentía en ese momento… parada con el celular en la
mano, con sus brazos en forma de rezo mirando a algún punto fijo sin prestar
demasiada atención y haciendo una fuerza importante para no llorar…
Estaba cerca del laburo todavía, no
daba que la vieran así… pero su cabeza fue aflojándose de a poco, y comenzó a verse a
ella misma cantando suavemente la canción frente a un Sebastián molesto… ella
sensual, desnudándose en piel y alma, acaraiciándolo con una mano, mientras con
la otra sostenía el micrófono. Peinada y maquillada al estilo vintage…
Plop!
En los últimos acordes de la
canción, llegó el colectivo y la magia se desvaneció así de repente. Además,
después de ese tema, empezó a sonar uno de Gilda, que aunque a Juana le
encantaba, la sacó de situación completamente.
El colectivo parecía una cafetera
a punto de estallar… como cuando éramos chicos y le gritábamos al chofer “chofer, chofer, apure ese motor, que en
esta cafetera nos morimos de calor”…
Juana ahora iba tarareando esa
canción mientras seguía buscando una mejor en el celular. Tenía por delante
unos cuarenta y cinco minutos en los cuales se iba a dedicar –como casi
siempre- a observar a su entorno, tanto interno como externo, para evitar caer
en las redes de su propia mente. Y, en ese colectivo plagado de seres humanos,
iba a tener material para entretenerse… y sí, material… porque para ella el
mundo era una especie de observatorio gigante. Curiosa y voyeurista por
naturaleza, era de lo que más disfrutaba hacer, sobre todo si estaba
atrevasando una situación de nervios…
Para llegar a la puerta del medio,
tuvo que hacer una serie de peripecias chinas y logró abalanzarse al timbre por
sobre el rodete de una chica, que quedó medio de coté cuando ella lo empujó sin
querer…
Perdón…- dijo Juana.
No hay problema – le
contestó la chica- y le hizo una mueca de “es entendible, si esto es un infierno”…
Uuuff…
Por fin bajó.
Estaba transpirada y un poco
desubicada… tuvo que mirar dos o tres veces antes de decidir para dónde encarar
la caminata.
Habían quedado en que Sebastián la
pasaría a buscar por el trabajo, pero a último momento lo habían enganchado en
una reunión, y el punto de encuentro pasó a ser uno un poco más intermedio, por
lo que Juana se bajó para dirigirse al bar que habían establecido.
Faltaban unos metros para llegar y
Juana sentía que su corazón palpitaba cada vez más rápido y tenía miedo de que
se sientiera el ruido que hacía su garganta al tragar saliva…
Dios…
Se fijó bien y él no estaba,
entonces decidió sentarse y pedir una Coca light. Necesitaba sacarse el gusto a
pasto que tenía en la boca y de paso le venía bien para bajar un poco la
temperatura.
En eso vio a Sebastián a través
del vidrio y los arabescos color rojo del bar.
Hacía algunas semanas que no lo
veía personalmente y le pareció verlo aún más lindo que en el último encuentro. Sexy…
Quizás ese encuentro sería la
última vez que se veían. Quizás no.
Las cartas estaban (casi todas)
echadas sobre la mesa. Era solo cuestión de que ese hombre ingresara al bar y
se sentara a su mesa… y al estilo Loli Molina ella le pidiera perdón.