martes, 22 de noviembre de 2011

Cuestión de Perspectiva

Un batallón de pensamientos fue al ataque en el preciso instante en que posó su cabeza sobre la almohada. No era la primera vez que le pasaba.

Juana no pudo pegar un ojo esa noche. La muerte de Pochi había sido una noticia muy fuerte. En silencio y sola, derramó una lágrima de desahogo. Había evitado llorar enfrente de Sebastián. Y ahora no podía dormirse.

Intentó pensar en blanco (acaso se puede pensar en blanco?), pero en cada intento su mente le decía algo… “Pobre Sebas… la va a extrañar mucho… bueno, shhhh callate por favor” Juana le hablaba a su propia cabeza… “Quisiera estar con él ahora… ¿pero qué estoy diciendo? Estoy loca de remate… hace cinco horas no lo quería atender por teléfono…

Juana estuvo literalmente toda la noche dando vueltas. Le ganó a cualquier calesita de Capital Federal. Cuando amaneció, decidió que era hora de levantarse porque asumió que ya no conciliaría el sueño. Estaba cansada pero despierta, bastante despierta. Como sobrepasada, con una rosca de más. Cuando fue a la cocina, se encontró la cena a medio hacer del día anterior y le provocó una fiaca absoluta el tener que ponerse a limpiar, pero no le quedó otra alternativa.

Refunfuñando y resoplando, hablando sola en voz baja, fue de a poco acomodando el desorden. Lavó la tabla, la cacerola, guardó las cosas, repasó la mesada con una toallita húmeda de Ayudín. Todo impecable. Rico olor a limpio. Todavía tenía una buena cantidad de tiempo antes de salir para el trabajo, por lo que decidió prepararse el desayuno. Se hizo una buena taza de café negro. Se tostó un poco de pan integral que acompañó con queso crema y mermelada light. Desayunó tranquila y se pegó una ducha. No podía sacarse a Sebastián de la cabeza. En todo lo que hacía, a cada momento, él se le cruzaba sin pedirle permiso. Prefirió sumergirse cuanto antes en la rutina del día, para evitar que la invadiera tanto. Pero fue en vano.

Seguramente por esas horas estaba llevándose a cabo el entierro de Pochi, pero no podía faltar al trabajo por ese motivo. Desde la partida de Gangster, sobre todo, las cosas estaban bastante revolucionadas en el laburo. Caras largas, comentarios de más, chismes de despidos. Mejor hacer buena letra. Después lo llamaría y trataría de acompañarlo desde ese lugar.

Cortó con un cliente y vio que su celular estaba titilando. Lo abrió rápidamente y tenía dos mensajes de texto. El primero de Sebastián.

Gracias por venir ayer, de verdad. Estamos volviendo de Chacarita. Después te llamo.

¿Qué contestar? La atención que Sebastián le estaba dispensando en un momento tan difícil la abrumaba, la estremecía en un punto. No podía evitar sentir ese cosquilleo interno que le decía que algo más iba a pasar. Que la cosa no se podía detener allí.

Tranquilo, descansá. Cuando puedas, hablamos. Un beso.

Juana suspiró hondo, todavía tenía una pila enorrrrmeeee de papeleo que guardar. Ese papeleo que se va acumulando en la bandeja y que llega un día en que alguien se tiene que encargar de archivar. Mejor hacer una actividad así, antes que tratar de encarar otra que demandara más atención, más compromiso. No iba a estar a la altura. Iba a tener la cabeza en otro planeta.

Se acordó de que aún le quedaba un mensaje por leer. Era de su papá. Le confirmaba el almuerzo del sábado, le pasaba la dirección de su casa y le preguntaba qué tenía ganas de comer.

Hola! Ok, ahí voy a estar tipo 13.30. Milanesas con puré puede ser?

El almuerzo que hasta el día anterior la había tenido algo nerviosa, pasó a ser un momento ansiado, esperado. Pensó que mejor disfrutar a las personas mientras estuvieran vivas, vivas y bien. No desperdiciar el tiempo con pavadas, con peleas tontas, con asuntos que en verdad tienen solución. ¿Y si aparecían los hijos de Irene? Los saludaba y punto. ¿Y si no sabía de qué iba a hablar? Hablaba del clima, tema universal si los hay. ¿Y si las milanesas le parecían un espanto? Las comía igual.

La muerte relativiza todo. Los enojos. Los perdones. La memoria. Pone todo en perspectiva. Y está bien que así sea. Luego, inevitablemente una vuelve a la rutina, vuelve a correr, vuelve a enojarse, vuelve a putear sin sentido, vuelve a ser un simple ser terrenal.

Pero mientras dura, hay que aprovechar.



sábado, 12 de noviembre de 2011

Con aroma a durazno y sabor a scon...

Se bajó justo a la altura de la puerta, pero de la mano de enfrente. Tenía toda una avenida ancha aún por recorrer, para juntar coraje y enfrentar la situación que se aproximaba. En la entrada, un tumulto de gente. Algunos claramente entristecidos, otros con expresión más neutral. Los que fumaban, los que comentaban alguna anécdota, algún recuerdo.

Es que Pochi era especial. Una mujer verdaderamente especial. De una dulzura y tranquilidad inigualables. Juana la quería mucho y Pochi a ella. Durante el noviazgo con Sebastián, Pochi había sido su cómplice. Le contaba cosas de su propio ñieto, que por supuesto él no quería que Juana se enterara. Cada vez que Juana la visitaba, con o sin Sebastián, ella la esperaba con un tecito de durazno (gusto que Juana conservó más allá de la relación con su ex) y unos scons caseros riquísimos. Siempre la esperaba en el patio de la casa, con una amplia sonrisa. Y en invierno, adentro, con el hogar. Era como una abuela de cuento. Y Sebastián la amaba con todo su corazón. Era como su segunda mamá. De hecho, había cuidado mucho de él cuando su propia madre trabajaba.

Ingresó y buscó a Sebastián con la mirada. No conocía a la gente y la situación se ponía más y más incómoda minuto tras minuto. En un rincón vio a algunos amigos de Sebastián, pero no se acercó a saludarlos, porque ellos no habían advertido su presencia. ¿Cómo encarar la situación? ¿Ir o no a saludar?, ¿Intentar un acercamiento casi en silencio?, ¿Preguntar por Sebastián?… de pronto, entre medio de la gente, apareció él.

Su rostro expresaba el máximo dolor que ella había visto en una persona. Resumido en sus ojos. Resumido en su boca. Toda su expresión corporal exudaba tristeza. Él la vio y fue directo a abrazarla.

Ella le devolvió el gesto con una intensidad profunda, sincera.

-          Viniste…
-          Cómo no iba a venir…

Se dijeron mientras permanecían abrazados.

-          Gracias.
-          No me tenés que agradecer.

Juana sintió el impulso de decirle que lo sentía, pero lo reprimió, porque aunque verdaderamente lo sentía, también sentía que esa frase iba a quedar ridícula, mientras seguían abrazados en medio de ese salón.

Cuando se separaron, él le hizo un gesto a sus amigos, quienes se acercaron rápidamente ante su llamado y salieron todos juntos a fumar un cigarrillo a la puerta del velatorio.

Juana fue la primera en prenderse uno.

-          Y bueno… por lo menos se fue tranquila, dijo Sebastián.
-          Totalmente, reafirmó una amiga de él.
-          Durmiendo… qué más querés… morirte durmiendo… dice mi mamá que cuando la fue a ver estaba como con una sonrisa…

Juana pitaba y lo miraba a él y miraba la situación y asentía con la cabeza y cada tanto se preguntaba qué estaba haciendo allí. No sabía bien qué hacía, pero sí sabía que no podía permitirse no estar. ¿Qué hubiera hecho de lo contrario? ¿Comerse unos fideos? ¿Irse a dormir? No podía hacer oídos sordos a su llamado, era antes que su ex novia, una persona con humanidad. Nunca se negaría a estar ahí para él.

Sebastián la abrazó a Juana pasando un brazo por su espalda y agarrándola del hombro, luego la empujó hacia él, miró a sus amigos y les habló a ellos directamente…

-          Esta mujer, no es un sol?

Juana sintió que una llamarada de vergüenza le pintó el rostro de un rojo bermellón intenso.

-          Siempre te lo dijimos, dijo la misma amiga que había hablado antes.

Juana tenía la sensación de haberse perdido un capítulo de la historia, o varios… pero prefirió no preguntar, no decir nada, solo sonreír tímidamente.

Cuando terminaron de fumar, Sebastián quiso volver a entrar.

-          Si querés, quedate afuera, no hace falta que entres, dijo Sebastián dirigiéndose a Juana.
-          Voy con vos, afirmó ella.

Al ingresar, Juana saludó a la mamá de Sebastián y también a su padre, quienes se mostraron contentos al verla. Ella permaneció un rato conversando, mientras Sebastián fue apartándose para observar la escena de lejos. La vio a ella, conversando, abrazando a su mamá, frotándole la espalda y él supo más que nunca que no se había confundido esta vez. Ella era su mujer. Pero sabía también que iba a tener que seguir trabajando mucho para reconquistarla. Aunque el hecho de que ella estuviese ahí ese día, en ese momento tan importante, le daba una buena señal.

Juana, mientras conversaba con sus ex suegros -por quienes siempre había tenido un cariño especial- observó también en un momento a Sebastián. Si bien todavía se sentía confundida, aturdida con la noticia, con ese pedido tan especial, por primera vez después de esa noche en San Pedro, se permitió sentir algo distinto en su pecho y no hizo nada por evitarlo o dejarlo pasar. 

Cuando él le hizo un gesto invitándola a pasar, Juana negó con la mirada y continuó conversando un rato más. Prefirió no ingresar a ver a Pochi, prefirió quedarse con la imagen que tenía en su corazón y en su memoria. Una imagen con aroma a durazno y sabor a scon.