sábado, 12 de noviembre de 2011

Con aroma a durazno y sabor a scon...

Se bajó justo a la altura de la puerta, pero de la mano de enfrente. Tenía toda una avenida ancha aún por recorrer, para juntar coraje y enfrentar la situación que se aproximaba. En la entrada, un tumulto de gente. Algunos claramente entristecidos, otros con expresión más neutral. Los que fumaban, los que comentaban alguna anécdota, algún recuerdo.

Es que Pochi era especial. Una mujer verdaderamente especial. De una dulzura y tranquilidad inigualables. Juana la quería mucho y Pochi a ella. Durante el noviazgo con Sebastián, Pochi había sido su cómplice. Le contaba cosas de su propio ñieto, que por supuesto él no quería que Juana se enterara. Cada vez que Juana la visitaba, con o sin Sebastián, ella la esperaba con un tecito de durazno (gusto que Juana conservó más allá de la relación con su ex) y unos scons caseros riquísimos. Siempre la esperaba en el patio de la casa, con una amplia sonrisa. Y en invierno, adentro, con el hogar. Era como una abuela de cuento. Y Sebastián la amaba con todo su corazón. Era como su segunda mamá. De hecho, había cuidado mucho de él cuando su propia madre trabajaba.

Ingresó y buscó a Sebastián con la mirada. No conocía a la gente y la situación se ponía más y más incómoda minuto tras minuto. En un rincón vio a algunos amigos de Sebastián, pero no se acercó a saludarlos, porque ellos no habían advertido su presencia. ¿Cómo encarar la situación? ¿Ir o no a saludar?, ¿Intentar un acercamiento casi en silencio?, ¿Preguntar por Sebastián?… de pronto, entre medio de la gente, apareció él.

Su rostro expresaba el máximo dolor que ella había visto en una persona. Resumido en sus ojos. Resumido en su boca. Toda su expresión corporal exudaba tristeza. Él la vio y fue directo a abrazarla.

Ella le devolvió el gesto con una intensidad profunda, sincera.

-          Viniste…
-          Cómo no iba a venir…

Se dijeron mientras permanecían abrazados.

-          Gracias.
-          No me tenés que agradecer.

Juana sintió el impulso de decirle que lo sentía, pero lo reprimió, porque aunque verdaderamente lo sentía, también sentía que esa frase iba a quedar ridícula, mientras seguían abrazados en medio de ese salón.

Cuando se separaron, él le hizo un gesto a sus amigos, quienes se acercaron rápidamente ante su llamado y salieron todos juntos a fumar un cigarrillo a la puerta del velatorio.

Juana fue la primera en prenderse uno.

-          Y bueno… por lo menos se fue tranquila, dijo Sebastián.
-          Totalmente, reafirmó una amiga de él.
-          Durmiendo… qué más querés… morirte durmiendo… dice mi mamá que cuando la fue a ver estaba como con una sonrisa…

Juana pitaba y lo miraba a él y miraba la situación y asentía con la cabeza y cada tanto se preguntaba qué estaba haciendo allí. No sabía bien qué hacía, pero sí sabía que no podía permitirse no estar. ¿Qué hubiera hecho de lo contrario? ¿Comerse unos fideos? ¿Irse a dormir? No podía hacer oídos sordos a su llamado, era antes que su ex novia, una persona con humanidad. Nunca se negaría a estar ahí para él.

Sebastián la abrazó a Juana pasando un brazo por su espalda y agarrándola del hombro, luego la empujó hacia él, miró a sus amigos y les habló a ellos directamente…

-          Esta mujer, no es un sol?

Juana sintió que una llamarada de vergüenza le pintó el rostro de un rojo bermellón intenso.

-          Siempre te lo dijimos, dijo la misma amiga que había hablado antes.

Juana tenía la sensación de haberse perdido un capítulo de la historia, o varios… pero prefirió no preguntar, no decir nada, solo sonreír tímidamente.

Cuando terminaron de fumar, Sebastián quiso volver a entrar.

-          Si querés, quedate afuera, no hace falta que entres, dijo Sebastián dirigiéndose a Juana.
-          Voy con vos, afirmó ella.

Al ingresar, Juana saludó a la mamá de Sebastián y también a su padre, quienes se mostraron contentos al verla. Ella permaneció un rato conversando, mientras Sebastián fue apartándose para observar la escena de lejos. La vio a ella, conversando, abrazando a su mamá, frotándole la espalda y él supo más que nunca que no se había confundido esta vez. Ella era su mujer. Pero sabía también que iba a tener que seguir trabajando mucho para reconquistarla. Aunque el hecho de que ella estuviese ahí ese día, en ese momento tan importante, le daba una buena señal.

Juana, mientras conversaba con sus ex suegros -por quienes siempre había tenido un cariño especial- observó también en un momento a Sebastián. Si bien todavía se sentía confundida, aturdida con la noticia, con ese pedido tan especial, por primera vez después de esa noche en San Pedro, se permitió sentir algo distinto en su pecho y no hizo nada por evitarlo o dejarlo pasar. 

Cuando él le hizo un gesto invitándola a pasar, Juana negó con la mirada y continuó conversando un rato más. Prefirió no ingresar a ver a Pochi, prefirió quedarse con la imagen que tenía en su corazón y en su memoria. Una imagen con aroma a durazno y sabor a scon.


 

1 comentario:

  1. Dedicado a la memoria de todas las abuelas y nonnas que llenaron este mundo de amor...! Gracias!

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