domingo, 17 de marzo de 2013

Vamos viendo...


No había salido todo mal. No había salido tan mal.

La conversación había durado poco en comparación con lo que Juana hubiese querido quedarse charlando, pero Sebastián tenía otro compromiso por la noche imposible de suspender. Algo familiar, sin demasiada explicación ni detalle.

Y ella sabía que a fin de cuentas, había salido ganando. Sebastián quiso verla a pesar de estar enojado, y eso significaba algo. Él la había querido ver igual.

Sin embargo, algo en la garganta de Juana no se destrabó cuando dejó atrás la escena del encuentro y se aventuró de regreso a su departamento.

Es cierto. Se dijeron muchas cosas, no todas lights, no todas edulcoradas. La mayoría fueron bastante directas, sin eufemismos ni retoques retóricos; y tanto de un lado como del otro.

Ella le habló –por fin- de cómo había sufrido cuando cortaron la primera vez. De alguna forma esa tarde pudo largar todo lo que no había podido en los encuentros previos, ni siquiera en el momento mismo de la separación. En algún punto se liberó; en otro, sintió que se lo debía a ella misma. Lo iba a hacer de todas formas, aunque hacerlo significara distanciarse aún más de Sebastián. Pero no. Él se quedó pensativo cuando escuchó sus palabras.

Ella también le explicó que, a partir del momento que el destino quiso reencontralos, la única forma de preservarse ante el dolor había sido mantenerlo hasta ahí. “Hasta ahí, me entendés?”

Ella se disculpó por haberse comportado tan chotamente, a pesar de sentir que podía darse ese lujo… después de lo que había pasado entre ellos años atrás. Pero igual le pidió disculpas. Él se las aceptó.

Él, por su parte, asumió algunas responsabilidades de cuestiones anteriores aunque dijo: “Eso es el pasado  para mí, yo vivo el hoy”.

Él le contó que volvió a elegirla desde aquella noche en San Pedro. Que cuando estuvieron juntos, la había pasado muy bien. Que cuando no la veía, la extrañaba… pero que no podía asegurarle nada. Él también había sufrido.

Y ella quiso saber quién era esa chica. Bien, saber bien… saber todo. Con lujo de detalle.

Él por supuesto sólo le contó lo que quiso y ella tuvo que conformarse.

Él se terminó el segundo café y ella la única coca light que se había pedido. Él pago y tomó sus manos entre sus grandes manos… "¿Y? ¿Qué hacemos Juana?"

Ella sintió que tenía todo para decirle, pero de pronto enmudeció. ¿Miedo? ¿Pánico? ¿Amor? ¿Celos? ¿Todo eso junto?

“Hagamos… y vamos viendo, te parece?”.

Él sonrió y lo aceptó como respuesta. Era un comienzo. Tímido, pero comienzo al fin.

No hubo beso. O sí. Pero rápido, fugaz. Ella se quedó embriagada con su perfume de tinte bien masculino. Él le pidió disculpas por tener que irse “Así, corriendo”. Ella lo entendió y deseó acompañarlo. Entrar y sonreir y ser su novia; sentarse y comentar como su novia; hacer chistes y caer simpática como su novia; irse de la mano y saludar como su novia.

Pero solamente lo acompañó hasta la esquina. Él le ofreció plata para un taxi, ya que no podía acompañarla. Ella lo rechazó; luego, se subió al colectivo.

No había salido todo mal. No. No había salido tan mal. Sin embargo, ella se alejó con un cocktail de mariposas y signos de interrogación en el estómago.  

 

 

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