No había salido todo mal. No había
salido tan mal.
La conversación había durado poco
en comparación con lo que Juana hubiese querido quedarse charlando, pero
Sebastián tenía otro compromiso por la noche imposible de suspender. Algo
familiar, sin demasiada explicación ni detalle.
Y ella sabía que a fin de cuentas,
había salido ganando. Sebastián quiso verla a pesar de estar enojado, y eso
significaba algo. Él la había querido ver igual.
Sin embargo, algo en la garganta
de Juana no se destrabó cuando dejó atrás la escena del encuentro y se aventuró
de regreso a su departamento.
Es cierto. Se dijeron muchas
cosas, no todas lights, no todas edulcoradas. La mayoría fueron bastante directas,
sin eufemismos ni retoques retóricos; y tanto de un lado como del otro.
Ella le habló –por fin- de cómo
había sufrido cuando cortaron la primera vez. De alguna forma esa tarde pudo
largar todo lo que no había podido en los encuentros previos, ni siquiera en el
momento mismo de la separación. En algún punto se liberó; en otro, sintió que
se lo debía a ella misma. Lo iba a hacer de todas formas, aunque hacerlo
significara distanciarse aún más de Sebastián. Pero no. Él se quedó pensativo
cuando escuchó sus palabras.
Ella también le explicó que, a
partir del momento que el destino quiso reencontralos, la única forma de
preservarse ante el dolor había sido mantenerlo hasta ahí. “Hasta ahí, me
entendés?”
Ella se disculpó por haberse
comportado tan chotamente, a pesar de sentir que podía darse ese lujo… después
de lo que había pasado entre ellos años atrás. Pero igual le pidió disculpas. Él
se las aceptó.
Él, por su parte, asumió algunas
responsabilidades de cuestiones anteriores aunque dijo: “Eso es el pasado para mí, yo vivo el hoy”.
Él le contó que volvió a
elegirla desde aquella noche en San Pedro. Que cuando estuvieron juntos, la
había pasado muy bien. Que cuando no la veía, la extrañaba… pero que no podía
asegurarle nada. Él también había sufrido.
Y ella quiso saber quién era esa
chica. Bien, saber bien… saber todo. Con lujo de detalle.
Él por supuesto sólo le contó lo
que quiso y ella tuvo que conformarse.
Él se terminó el segundo café y
ella la única coca light que se había pedido. Él pago y tomó sus manos entre
sus grandes manos… "¿Y? ¿Qué hacemos Juana?"
Ella sintió que tenía todo para
decirle, pero de pronto enmudeció. ¿Miedo? ¿Pánico? ¿Amor? ¿Celos? ¿Todo eso
junto?
“Hagamos… y vamos viendo, te
parece?”.
Él sonrió y lo aceptó como
respuesta. Era un comienzo. Tímido, pero comienzo al fin.
No hubo beso. O sí. Pero rápido,
fugaz. Ella se quedó embriagada con su perfume de tinte bien masculino. Él le
pidió disculpas por tener que irse “Así, corriendo”. Ella lo entendió y deseó
acompañarlo. Entrar y sonreir y ser su novia; sentarse y comentar como su novia; hacer
chistes y caer simpática como su novia; irse de la mano y saludar como su
novia.
Pero solamente lo acompañó hasta la esquina.
Él le ofreció plata para un taxi, ya que no podía acompañarla. Ella lo rechazó;
luego, se subió al colectivo.
No había salido todo mal. No. No había salido tan mal. Sin embargo, ella se alejó con un cocktail de mariposas y signos de interrogación en el
estómago.
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