lunes, 8 de agosto de 2011

Pasadas por agua

Córdoba seguía gris. Juana intentaba descifrar quién estaba más nublado: si el día o su mamá, que desde que se había enterado de la noticia, había cambiado el semblante por completo.

Terminaron de poner los últimos petates en los bolsos y se despidieron de Teté, ya que Fernando la llevaba primero a ella y luego regresaría para llevarlas a la terminal. 

- La próxima quiero probar las berenjenas de Palmira… la despidió Juana justito antes de que se subiera al auto.

Más tarde, partieron todos para la terminal. Fernando, Valeria, Susi y Juana. Nadie hablaba. El aire se cortaba con un pelo. Son esos momentos tan silenciosos, pero tan silenciosos, que si prestás atención, hasta podés escuchar la respiración de los otros. Por eso Juana intentaba no respirar demasiado. - Qué nublado, no? dijo ligera. El clima siempre es un puntapié bárbaro para salvar ese tipo de situaciones incómodas, que no te dejan respirar tranquila…

A los dos minutos, Fernando puso la radio. Y Juana pensó: menos mal que se dio cuenta de poner la radio, esto así está insostenible por favor…

La despedida fue bastante lacrimógena. Susi lloró al abrazar a Valeria, como si ya se estuviera despidiendo para irse a Estados Unidos. Faltaba un mes todavía para el viaje. Fernando no aportaba ni cinco, como siempre. Juana, seguía tratando de poner humor y buena onda a la situación, sin conseguir ningún adepto. A Valeria también se le piantó una lágrima, que secó rápidamente con la manga del pullover. Pero Juana llegó a verla justo cuando se pasó la mano enfundada en el pullover por la cara.

La situación era tan deprimente, que por un momento Juana extrañó la agencia y las corridas habituales de la semana. De todas formas, se agradeció haberse pedido medio día para llegar tranquila, tomarse un baño, y recién después acercarse a la agencia. Quería saber además, que había pasado con la partida de Gangster… ese chimento era super jugoso. No podía esperar para hablar con Federico, café de oficina mediante.

Por otro lado, también la esperaba el temita de Julieta. El finde la había ayudado a darse cuenta que siempre es mejor la verdad. Tenía que ponerle mucho ovario, y quizás su amiga se molestara, pero mejor la verdad.

Ni hablar de Susi… si no había logrado contener las lágrimas delante de Valeria, seguramente le esperaban muchos días más de llanto…

Con lo cual, Juana no sabía si era más pesado lo que dejaba atrás, que lo que la esperaba. Sin embargo, sabía que su vida estaba en Buenos Aires. Ella no se podría mudar tan lejos a armar una vida en un lugar tan distinto. Ir de paseo, sí. Ir, recorrer, conocer y volver. Vivir, no. Para vivir, quería tener a su mamá cerca. Para vivir, quería tener a sus amigas cerca. Siempre fue así de arraigada. De chica, cuando se iban de vacaciones, antes de salir Juana besaba las paredes de su casa y en voz baja les decía: “no me extrañen, son solamente quince días”. En cambio, Valeria siempre había sido más “desprendida”. En la adolescencia, le gustaba irse de vacaciones con sus amigas, y quizás no llamaba por dos o tres días. Susi estaba como loca tratando de localizarla. Un mundo sin celulares mediante, claro está. Valeria siempre soñó con vivir afuera. Había fantaseado con esa posibilidad desde los 18 prácticamente, pero no se animaba a hacerlo sola. Le faltaba un compañero de aventura…

Esperando debajo del techito, el cielo fue ganando intensidad en ese color gris claro que venía desde la mañana.

- Va a llover, dijo Valeria.
- Lo único que espero es que no caigan piedras, agregó Fernando.

La lluvia no se hizo esperar. La gente empezó a desplegar los paraguas como en una coreografía orquestada por el más allá. Pronto, todo estaba empapado. Los micros, los paraguas, el piso, algunas personas que llegaban...

Cuando por fin se despidieron, subieron al micro y buscaron los asientos. Juana la dejó a su mamá del lado de la ventana. Esta vez iba a ser ella la que necesitara mirar hacia afuera, sin estar demasiado conectada con lo que aconteciera en aquel micro. Desde abajo, Valeria sacudía su mano con fuerza y Fernando la tenía tomada de los hombros, parado justo detrás de ella.

Esa imagen logró enternecer a Juana.

Bueno, después de todo… será un mastodonte sin modales, pero es el tipo que ama a mi hermana, y que mi hermana ama con locura. Y, más adelante, va a ser el papá de mis sobrinos… tan mal no está.

Susi le agarró la mano a Juana, en clara señal de que si pasaba un minuto más para que el micro arrancara, iba a liberar a las cataratas del Iguazú por sus dos pequeños ojos. La lluvia recorría las ventanas haciendo más melancólica la escena. Un pensamiento invadió a Juana: pero la puta madre! Estoy remando en dulce de leche repostero!!!... y con dos vainillas! Hacía falta que lloviera???

Apenas el micro dejó atrás a Valeria y Fernando, Susi derramó su primera lágrima y un sinfín de otras similares corrieron por su mejilla sin parar.

En cinco minutos, todo se había convertido en agua. Los micros, los paraguas, el piso, algunas peronas que llegaban... y ahora también su mamá. 

Juana sabía que algo así podía pasar, por lo que se había equipado como correspondía. En uno de los kioscos de la terminal, había comprado pañuelitos de papel, un agua mineral chiquita y unas pastillas de miel y menta. Juana abrazó a su mamá y simplemente dejó que se acobijara entre sus brazos. Ahora, la que necesitaba los mimos era ella. Luego, le ofreció la música para entretenerse y Susi aceptó. Más tarde, se quedó dormida.

Al revés de cómo había sucedido en el viaje de ida, el viaje de vuelta sirvió para que Juana estuviera despierta velando por su mamá, y fuera Susi esta vez la que descansara, dejando la angustia por algún lado extraño… ese lugar al que se va cuando dormimos... y que nadie sabe bien cuál es.

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