sábado, 29 de octubre de 2011

Reencuentro forzado


-          pufff siento que hace como un mes que no vengo…
-          Es que prácticamente hace un mes que no venís…
-          Tanto?
-          Sí. Cómo estás?
-          Bien… bien… me voy a quedar dormida en este sofá… estoy muerta de cansancio, pero bien… el tráfico un desastre hoy, me re costó llegar…

Juana advirtió por sí sola que estaba llenando los huecos con información que no aportaba nada al análisis…

-          Bueno, esta semana se viene heavy…
-          Por?
-          Bueno, primero hablé con Julieta, te acordás que te conté, no?
-          Sí.
-          Le dije todo lo que sabía, me re liberé… tenía un peso terrible con ese tema.
-          Estabas angustiada cuando lo hablamos.
-          Absolutamente… eso me re sirvió.
-          Y ella cómo reaccionó?
-          Re bien por suerte… ni yo lo podía creer. Creo que eran más mis fantasías de lo que iba a pasar que otra cosa…
-          Muy bien, y el resto?
-          El resto qué? el laburo? Mi vida? Mi papá?
-          En orden inverso estaría bien: tu papá, tu vida, tu laburo.
-          Ah, ok ok… mi papá bien. Esta semana me llamó y me dijo que él y su mujer me invitaban a almorzar el sábado…
-          Aceptaste?
-          Sí… le contesté sin pensar en realidad.
-          Pero querías?
-          Creo que sí… bueno, le dije que sí, no?
-          Así parece.
-          Sí, voy a ir.

El ratificarle una decisión que prácticamente ya estaba tomada al psicólogo, la hacía sentir más segura. Mucho sentido no tenía esa operación, pero la repetía a menudo. Decidía algo, o casi lo decidía y luego lo ratificaba frente a él.

-          La relación va avanzando.
-          Sí… no te digo que me moría por ir a la casa de Irene, pero bueno, salió así, no?
-          Parece que Irene también tiene ganas de verte entonces.
-          Así parece jaja

Juana se rió, porque en realidad, lo estaba imitando a él… su psicólogo solía decir “Así parece” bastante a menudo.

Sin darse cuenta, Juana había pasado por alto el fin de semana que había vivido en Córdoba y la enorme carga emocional que había representado para ella. Su papá y su amiga habían ganado la escena psicoanalítica.

Cuando salió y lo advirtió, se sintió bien. En general, luego de cada regreso de Córdoba, la relación con su hermana absorbía todo el tiempo, como si fuera un tissue absorbiendo el agua derramada. Sentía que no le sacaba nada de provecho a esas sesiones porque en general se la pasaba despotricando a lo pavota, sin reflexionar, sin detenerse un instante a pensar, casi sin respirar. Era una verdadera repetición año tras año desde que su hermana se había mudado a la provincia vecina: putear porque tenía que ir – ir – putear por algo que había pasado en el viaje. Esta vez, al menos una ficha se había corrido de lugar… ya no estaba puteando a la vuelta. Eso seguramente permitiría algún movimiento distinto también en el futuro.

Llegó a Belgrano y pasó por el mercado chino de la otra cuadra antes de subir. Tenía ganas de comer unos fideos, pero con una salsa casera, hecha por ella misma. Entonces, decidió pasar por la verdulería del chino que era bastante buena y nutrirse de cebollas, un pimiento rojo, una zanahoria y algunos condimentos que él tenía siempre frescos para vender. Sabía que en la casa tenía un paquete de fideos secos tirabuzón y eso le alcanzaba para satisfacer sus ganas de comer algo de “pasta”.

Se abrió un vinito antes de empezar a cocinar y abrió un poco la ventana, para dejar pasar el aire fresco.

Prendió la hornalla y puso la cacerola con abundante agua para hervir. Le tiró un poco de aceite. Prendió la radio para sentirse en compañía y empezó a picar la cebolla. El ritual de cocinar, cuando tenía ganas y tiempo, era perfecto para ella. Lo disfrutaba de principio a fin, incluso cuando la cebolla la hacía llorar sin remedio.

Estaba relajada, cocinando, cuando sonó su celular…

Quién es ahora?

En la pantalla “Seba ex” titilaba sin parar.

Qué quiere? Me cansó. Lo atiendo y le digo que no me llame más, que todo bien, pero ya está.

- Hola.
- Hola Juani.
- Sebastián, mirá, todo bien…
- Pará, pará Juana, te llamo por algo importante…
- A ver… qué?
- Falleció mi abuela.

Juana, todavía con la cuchilla en la mano y el teléfono entre la oreja y el hombro se quedó dura en esa posición sin saber qué decirle…

- Te necesito, le dijo él.

Juana no sabía muy bien por qué la estaba llamando justamente a ella. Descontando el encuentro casual en San Pedro y algún que otro llamado posterior a raíz de ese encuentro, hacía tiempo que no se vinculaban… ¿por qué ahora ante una situación de dolor tan grande él recurría a ella?

Pero, como solía suceder, ella contestó sin pensar…

- Ok… voy para allá.

La pasta quedó como un sueño trunco, la cebolla a medio cortar arriba de la tabla de plástico, la copa de vino por la mitad, el agua que dejó pronto de burbujear, los tirabuzones expectantes en el paquete… y ella solo podía pensar en encontrarse con él.

Un nudo se le ató ajustado en el medio del pecho, mientras se cambiaba el jean y se ponía una camperita oscura. Estaba confundida, triste y apresurada. Tenía ganas de llegar y abrazarlo sin saber bien qué papel iba a cumplir en ese lugar… pero solo quería llegar.  


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