miércoles, 2 de enero de 2013

Abatida


Cuando despertó esa mañana de domingo no era la misma Juana del día anterior. La lección que alguien había dispuesto que ella aprendiera, en lugar de animarla a ir por más, la había dejado sin ánimo.

Decidió saltearse el almuerzo;  se hizo un té, como para tomar algo. Avizoraba un domingo triste y eso la ponía aún peor… qué estúpida había sido por creer nuevamente en Sebastián, al fin de cuentas, a la primera de cambio había elegido estar con otra mujer… qué estúpida… y esa frase funcionaba como látigo en manos de un verdugo mental.

Un día gris la estaba acompañando, tanto afuera como adentro. Afuera, ni los pájaros cantaban, parecían haber huido a un lugar más seguro, sin tanta lluvia. Adentro, ella estaba como esos pajaritos… volada por algún lado que vaya uno a saber cuál era.

Juana empezó a pensar que ese tenía que ser su destino de domingo, cuando sonó su celular. Quizás, alguien en este mundo se había acordado de ella.

-          Hola...
-          Hola… qué vocecita… qué anda pasando??
-          Uff…
-          Mmm… me perdí de algo me parece.
-          Ay…

Juana sólo podía articular onomatopeyas… le dolía tanto el pecho a causa del cúmulo de angustia, que si emitía más de una palabra entera, se iba a largar a llorar.

-          Amiga, te llamaba para ver si querías hacer algo, juntarnos a tomar unos mates, pero ahora que te siento así, si querés voy para allá…
-          Ajá…
-          Bueno, voy eh… esperame.
-          Dale…

Juana ahogó instintivamente sus lágrimas, reservándolas para que alguien más las secara… o las comprendiera. Ya estaba cansada de llorar sola.

Mientras esperaba la llegada de Julieta, intentó buscar alternativas de distracción. La tele sólo presentaba malas películas de domingo, que ahondaban aún más la sensación de amargura. Estas películas deberían sacarlas de circulación, son perjudiciales para la salud- pensó.

Diario no tenía, revistas menos. La computadora, luego de revisar los mails –la mayoría de los cuales resultaron publicidades de descuentos y promociones- también terminó por aburrirla.

Cuando ya había agotado todos los recursos disponibles, Julieta tocó el portero.

-          Subí gorda…- Gracias a Dios que llegó.
 
Esos escasos segundos que Julieta demoró en subir, para Juana fueron eternos, interminables… conteniendo ese maremoto de emociones en el centro de su cuerpo, no daba más.

Al abrir la puerta, sin mediar palabras, Julieta la tomó entre sus brazos en el más cálido abrazo que haya brindado alguna vez…

-          Juanita…

Las lágrimas comenzaron a salir disparadas de los ojos de Juana como balas perdidas, mojando todo lo que estaba a su alrededor. El hombro de Julieta, su propia ropa y el papel de rollo que su amiga le alcanzó.

Cuando Juana recuperó un poco la calma, y dejó de empapar todo en su camino, Julieta quiso saber qué había pasado… no entendía nada…

Tras narrarle lo acontecido con pelos y señales, Julieta no dudó en aconsejarle:

-          A ver Juanita… te entiendo eh… te entiendo… pero lo que menos tenés  que hacer ahora es echarte culpa de nada… me explico? Vos te la jugaste…
-          Sí, tarde…
-          Pero bueno… te la jugaste… y si te salió mal, no importa, lo importante es que te la jugaste…

Juana hablaba y no podía creer lo mal que se sentía. No pensó en una primera instancia que ese desplante de Sebastián podía causarle tanto dolor. Llegaron sabiamente a la conclusión de que ella estaba más enganchada de lo que pensaba –y había asumido- con él.

Luego de hora y media de charla circular, Julieta dijo basta.

-          Nena, nos vamos!
-          A dónde? Ni borracha salgo…
-          Sí, sí, nos vamos… vamos al shopping, al cine, salgamos. Si nos quedamos diez minutos más acá, nos vamos a asfixiar.
-          Ayy pero Juli… ni ganas de salir.
-          Mirá, ya sé que no querés salir, pero no te estoy preguntando, te estoy obligando. Vamos, te ayudo a elegir algo que ponerte. Salimos, está fuera de discusión.

De jeans y con piloto, Juana abandonó su departamento para compartir lo que quedaba de la tarde con su amiga. Salvadora indiscutida, Julieta había tenido razón: diez minutos más allí y terminarían sin aire. La salida, en cambio, le permitió a Juana respirar profundo, ver gente pasar, comer algo rico y hasta animarse a una película. Por supuesto, las de romance estuvieron prohibidas…

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