lunes, 13 de junio de 2011

Próxima parada: Córdoba Capital

Allí estaba Juana, sentada en el asiento de la ventana, mirando sin observar. Susy, al lado, hablando sin parar y sin saber que no estaba siendo escuchada.

Juana pensaba en Julieta y en su relación con el esposo de Cecilia. Pensaba en cómo decírselo sin que se enfade y pensaba en cómo se iba a enojar sin remedio alguno. Temía por anticipado por las consecuencias de algo que no había buscado, no había planificado, no había pedido. Sería eso lo que también la mantenía prendida al afuera… la impotencia por sentirse involucrada en un tema que, en un punto (o en varios), le era ajeno. Salvo por el hecho de que se trataba de su amiga.

Tragó y nuevamente sintió esa sensación horrible en el medio de la garganta. Como un gran nudo que le impedía pasar la saliva fluidamente. Un nudo que trababa cualquier intento de respiración normal. Estaba angustiada. Tanto así que, casi por un instante, olvidó que estaba en un micro camino a Córdoba para asistir -como todos los años- al cumpleaños de su hermana.

Volvió en sí cuando Susy la sacudió tomándola desde el hombro.

-          Quéee maaa?
-          Me estás escuchando?
-          Sí… qué?
-          Te pregunté si te gustó la campera que le compré?
-          Divina má… dónde la conseguiste?
-          En Cabildo.
-          Divina la verdad…

Claramente, Juana estaba ofreciéndole a su madre una respuesta satisfactoria para evitar que las palabras siguieran saliendo de su boca sin parar…

-          Ma, no te jode si me pongo a escuchar un ratito de música?
-          No… vos estás bien? Ese inevitable sexto sentido materno...
-          Sí má, todo bien.

Explicarle el culebrón mexicano a Susy iba a ser = a:
-          158 preguntas sin pausa ni respiro.
-          15 consejos vertidos desde el más alto escalón de moral y buenas costumbres.
-          Réplicas infinitas de la historia a las amigas de Valeria, a los familiares de su esposo y a cuanta persona fuera invitada al cumpleaños.

Entonces, la respuesta más sensata era: “todo bien”.

Un modismo que utilizamos sin restricciones ni problemas: “todo bien”, “todo bien”. Lo repetimos sin cesar, cuando muchas veces, está todo para el traste.

Juana se acurrucó en su asiento, mientras en su iPOD sonaba Oasis a un volumen tal que aplacaba su propia voz interior…

Y no pudo evitar derramar una lágrima. Una lágrima que escondió contra la ventana, y que se ahogó en su cuello hasta llegar al pullover de lana que llevaba puesto.

Su madre intuía que Juana estaba llevando más peso del que acusaba el bolso que había despachado momentos atrás. Pero esta vez, más astutamente, iba a esperar a que llegara el momento en que su hija decidiera contarle lo que le pasaba. Más de una vez, se había enfrentado a un frontón cuando intentó averiguar algo sin que se la llamara a preguntar. Esta vez, decidió esperar.






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