miércoles, 27 de junio de 2012

Carrera con vallas

Juana seguía con cierto cansancio sobre el cuerpo. Sentía que llevaba todavía un piloto de estrés sobre los hombros. El ambiente de la oficina no ayudaba. Reinaba el malhumor y las contestaciones desacertadas. Hacía rato que ella miraba por la ventana de la esquina buscando algo que la remitiría a lo natural… un pajarito, una nube con alguna forma extraña… pero nada.

En esos días de cansancio y agobio, tenía la necesidad de irse a algún lugar alejado… tenía la necesidad de escapar, pero sabía que aunque los vientos se vinieran arremolinados, tenía que ponerle el pecho a las balas: al estado de situación de la oficina, a la decisión de cambiar de trabajo quizás, a la charla pendiente con Sebastián,  al encuentro que iba a tener con su hermana y su papá ese mismo día, entre otras tantas cosas.

Intentó en vano estar atenta y cumplir con su trabajo, porque solía disfrutar cuando las cosas le salían y sobre todo cuando le salían bien, pero no dio pie con bola. Llamó a un cliente y la tuvieron de acá para allá en ese ping-pong de internos que suelen ser las empresas; quiso concretar una reunión y no hubo forma de hacer coordinar las agendas; quiso elaborar un informe y cuando se dio cuenta, le faltaban la mitad de los análisis… Hasta que finalmente se dio por vencida.

Decidió eliminar archivos viejos, limpiar el escritorio de la computadora, y también por qué no, limpiar el escritorio de trabajo. Con ese tipo de actividades logró transcurrir la tarde lo más amenamente posible. Cuando salía, tenía que pasar a buscar a Valeria por la casa de su mamá y luego ir hacia el bar que le había apuntado su padre para encontrarse.

Qué bueno sería tener un autito- pensó.

Se despidió de sus compañeros, Fede la miró a los ojos y tan solo le dijo “paciencia mi reina”. Juana sonrió sin hablar.  

En algo así como 45 minutos Juana había llegado a la casa de su mamá. Valeria todavía no estaba lista.

-          No sé qué ponerme Juani…
-          Bueno Vale, pero mirá que tuviste tiempo para decidir eh… además, vamos a tomar un café con papá, nada más…
-          Es que vos ya lo viste, yo no…
-          ¿Y este jean? Es re lindo.
-          Ese jean me hace un elefante, ni loca.
-          Bueno, hagamos así, cambiate tranquila, te espero en la cocina. Pero acordate que nos espera a las site y media… no a las doce de la noche.
-          Dale, dale, ya me decido y salgo.

Quince minutos después, Valeria apareció en la cocina con el jean que la hacía sentir un elefante. Juana la miró con cara de “no te mato, porque sos mi hermana”.

Susi no estaba, porque se  había ido al club. Salieron casi corriendo. Juana paró un taxi sobre la avenida, se subió primero Valeria y ella la siguió. Apenas estuvieron arriba, Juana le indicó el destino. Ambas estaban acaloradas, a pesar del frío, porque cruzaron la avenida al trote. De a poco, fueron recuperando el aliento. A Valeria le costó más.

A pocas cuadras de haber arrancado el viaje…

-          Juani…
-          Sí Vale…
-          Tengo náuseas…
-          ¿Qué? Aguantá, aguantá que ya llegamos…

-          Quiere que frene señora? Preguntó el taxista.

Juana la miró a su hermana, para ver que contestaba… no quiso hacerse cargo del “señora” del tachero.

-          No, siga, siga, aguanto…- dijo Valeria.

-          Por favor, no vomite acá.

-          Le dije que aguanto señor, siga…

Fue el viaje de menos cuadras que más largo se le hizo a Juana, con su hermana nauseabunda y el tachero algo enfuscado.

-          Qué hacés Vale, qué buscás?
-          La billetera.
-          Pero voy a pagar yo Vale, tranqui.
-          No la estoy buscando para pagar…
-          Ah bueno…
-          Quiero ver algo.

Abrió la billetera con disimulo, pero Juana llegó a ver que en uno de los pliegues había una foto de su papá más joven, mucho más joven. Quizás, ese era el recuerdo que ella conservaba de él.

Cuando llegaron, el taxímetro marcaba $20.25. Juana le dio el billete para pagar y  el taxista no tardó en preguntar:
-          Con 100?
-          Sí, es lo que tengo, no tengo más cambio.
-          Pero es un viaje de 20 pesos…
-          Bueno, y yo le pago con cien- dijo firme Juana, perdiendo un poco esa paciencia que Fede le había recomendado que tuviera.
-          Todos pagan con cien, todos pagan con cien… uf… si total esta es la sucursal del banco iberoamericano…

Apenas tuvo el cambio entre sus manos, cerró la puerta velozmente, dejando atrás al taxista, su malhumor y el problema del cambio. Valeria ya había bajado por la otra puerta y estaba esperándola como si nada tuviera que ver con la situación, saboreando un caramelo sobre la vereda.

-          Estoy comiendo un caramelo, para ver si me siento mejor.
-          Ok…
-          ¿En dónde nos encontrábamos?
-          Me dijo que nos encontrábamos en el barcito de la esquina, Le Blé se llama.

A pesar de no haberlo visto por muchísimos años, Valeria no dudó de la fisonomía que se le presentó ante sus ojos.

-          Es ese? -Preguntó Valeria, señalando con su dedo índice hacia la esquina.
-          Sí, vamos…
-          No, Juani, no sé…
-          ¿Qué? ¿Cómo que no sabés? ¿No sabés qué?
-          Juani, no sé… no sé si me animo a verlo.
-          A ver Vale – Juana trató de recordar las palabras de Federico- por favor, sentémonos en este banquito, vení… ¿qué te pasa?, ¿qué sentís?
-          No sé… me dio miedo de repente, como si fuera a ver a alguien extraño entendés? Pero al mismo tiempo, alguien que me conoce mucho… no sé…
-          Es normal – le dijo Juana, poniendo un manto de piedad sobre la situación y sobre Valeria, a quien las cosas del corazón le costaban el doble que a Juana-. A mí también me pasó la primera vez que lo vi, bueno, la primera vez que lo vi después de tanto tiempo, se entiende, no?
-          Sí?
-          Obvio… qué te creés? Que yo la tengo tan clara?
-          Es que siento que se me sale el corazón del pecho.
-          Bueno, tranca, respirá… a ver si le pasa algo a mi sobrino, te mato!

Valeria inhaló y exhaló bien profundo más de tres veces. Le agarró la mano a su hermana bien fuerte y sin dudarlo dijo: vamos.

Por fin, Valeria miraba hacia atrás y en la pista había dejado todas las vallas intactas. Las había pasado una por una, venciendo los temores, acorralando los fantasmas, ignorando las inquietudes…  y lo había logrado una vez más, con ayuda de su hermana.

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