Había esperado meses para
despertarse y poder abrir las ventanas de par en par, dejando entrar el aire y
la luz… y por fin había llegado esa época. Juana funcionaba mejor de primavera
que de invierno, aunque el otoño tenía un lugar privilegiado en su calendario
anímico también.
La idea de unas tostadas con unos
mates se le presentó como ideal para arrancar el día. La semana que había
dejado atrás, le había aportado la secuencia justa de condimentos que la
hicieron merecedora de esa siesta extralarge; y lo que tenía por delante
también la tenía nerviosa, alerta, atenta.
Valeria había decidido volver con Fernando para Córdoba, tras su aparición repentina en la casa de su mamá, que luego lo obligó a quedarse unos días de vacaciones en Buenos Aires. Valeria, sensibilizada por el embarazo y habiendo aclarado la situación, pudo dejar lugar para la reconciliación y para tomar la decisión de volver a su hogar. Susi, menos convencida, tuvo que aceptar la decisión de su hija y Juana no pudo más que celebrarla, ya que implicaría tener a su madre más tranquila, menos llamadas telefónicas por día y… ¡todos contentos! Sin embargo, para llegar al casillero de la paz, faltaba una tirada de dados más, porque habían arreglado ir a almorzar todos juntos ese sábado, antes de la partida hacia la provincia hermana: Valeria, Fernando, Susi, Juana, Jorge e Irene. Faltaban el perro, el gato y el loro, y estaban todos.
Era el primer reencuentro de sus
padres después de varios años, y el primer reencuentro de todos, después de muchos
lustros. Iba a ver tensión seguro-seguro.
Por eso es que, antes de vivir ese
encuentro, Juana decidió que su mañana de sábado tenía que aportarle la
tranquilidad y alegría necesarias para afrontarlo. Así, Alejandro Sanz empezó a
cantarle “Ya no duele, porque al fin ya
te encontré, hoy te miro y siento mil cosas a la vez… mira si busqué, mira si
busqué, tengo tanto que aprender…” Y con paquete de fideos en mano, se
autobrindó un minirecital de Sanz, empachándose de melancolía, suspiros e
ilusiones… y ¡zas! Sin querer, se reencontró con lo que estaba evitando hacía
varios días… Sebastián volvió a su cabeza.
Sebas… qué tarada soy… lo traté re mal todo este tiempo…
qué estúpida… y por Pedro!!! Vah… por Pedro no… ¿A quién querés engañar Juana?
…Sebas… Sebas es distinto… y qué miedo me da encararlo ahora… ¿Por qué siempre
hago lo mismo?... Quiero y me alejo… No quiero y me acerco… Ayyy…
El pensamiento de Sebastián la
dejó sensible, sabiendo que había errado, que tenía que reparar, que si quería
volver a verlo, iba a tener que accionar ella. Dar el primer paso.
No podés hacerte tanto la tonta Juana… su vocecita le disparó con firmeza.
Se terminó la tostada que había
empezado, se chupó los dedos para no perder el dulce que se había derramado y
se paró de un salto. Esa era la decimoquinta tostada fácil… se había olvidado
de pensar en el almuerzo, o en las obligaciones de
la semana entrante, la entrevista, la ropa que se iba a poner para ir… de
golpe, Sebastián había invadido la escena y la había teñido toda.
“Ven, te daré todos mis sueños, que vivo de ilusiones, y
así no sé vivir… y aunque no quiera, pienso en ti, el fuego en que me quemo…”
Alejandro la acompañó a la ducha.
Alejandro la acompañó al bañarse. Alejandro la acompañó hasta dos minutos antes
de poner la llave en la cerradura y emprender viaje para encontrarse con su
familia (familia política, familia ensamblada, familia venidera, familia
ampliada…), recordándole que “aunque no
quiera, pienso en ti”…
Cerró la puerta y Juana dejó atrás
por un rato a Sebastián, Alejandro, el olor a tostadas, el paquete de fideos
seudomicrófono, los mates y la alegría de una mañana fresca de canto y
autoconfesiones...
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