miércoles, 22 de diciembre de 2010

Los hombres son de Marte, las Juanas de Venus...

Juana es periodista y si bien aspiraba a trabajar en un medio, por ahora estaba ocupando una silla en una consultora en comunicación que trabajaba para varias empresas. Eso hacía que la mayor parte del tiempo tuviera que cambiar de cabeza para poder sentarse a escribir. No era lo mismo narrar el recital que auspició Claro, que hacer una gacetilla de prensa sobre la Casa de la Cultura de Buenos Aires. Evidentemente, necesitaba de cierta habilidad para el cambio. Habilidad que tenía en el plano laboral, pero que no conseguía alcanzar en el personal.

El Outlook se trabó. “Diez, nueve, ocho, siete…” empezó a contar para no putear a los de sistemas. Siempre tienen una vuelta, pensó. “Que el hardware se trabó justo cuando estábamos haciendo una actualización del software, justo cuando el antivirus estaba en marcha, justo cuando reiniciábamos el sistema…” y la puta que los parió. No es que tuviese algo en contra de los de sistemas, simplemente es que manejaban otro lenguaje que ella no dominaba del todo y eso la exasperaba de por sí.

Juana no sabía si en el fondo era una escritora frustrada. Una que otra vez, empezó a escribir algunas ideas que no quería que se le escaparan y que en algún momento tomarían forma literaria.

El mouse no le hacía caso tampoco. Se hartó y se fue hasta la máquina de café para sacarse un cortado. Ahí apareció Pablo, le sonrió y siguió de largo. Un “holaa” fugaz resopló entre sus dientes.

Ella había tenido una historia con Pablo, un periodista deportivo que trabajaba también para la consultora, y trabajaba free-lance para otros tantos medios. Era fotógrafo también. Era un buen pibe pero que no quería compromisos.  Ese había sido su único delito.

-          ¿Qué pasa con los hombres Federico? Interpeló a su amigo que estaba detrás de ella, esperando para servirse un café.
-          Es sencillo mi lady, el cincuenta por ciento de los hombres a tu edad todavía quiere joda, ni les hables de compromiso. Mucho menos de una suegra. El otro veinte por ciento son putos y yo sé bien de esa estadística, vos sabés. El otro veinte, son casados que te prometen que se van a divorciar, la casa con perro y pileta y lo máximo que te ofrecen después, es el jacuzzi de un telo de General Paz. Y el diez por ciento es lo que queda… ¿Qué querés?, ¿Que justo laburen acá?

Juana asentía con la cabeza como si estuviese hablando un gurú espiritual. No era más que Federico Lambrozzi. Su mejor amigo. Su acompañante de mates. Su eterno escucha. Su personaje favorito.

Federico vivía sólo pero estaba en pareja. Hacía siete años que había declarado al mundo su homosexualidad, eso incluía a su abuela, su mamá, su hermano, su verdulero y su paseador de perros. Más o menos, todo su mundo.

Juana lo conocía desde hacía tres años, desde que había empezado a trabajar en la consultora. Al toque pegaron onda. Se entendieron como si se conocieran de toda la vida, como si hubieran hecho jardín de infantes juntos.

Federico era ácido, pero certero. A veces se iba un poco de mambo con algunos relatos sexuales que no daba para compartir en la oficina, pero a Juana le causaban mucha gracia.

Juana seguía asintiendo con la cabeza, cuando Pablo volvió a pasar. No habían tenido más que tres o cuatro –tres verdaderamente- ocasiones de buen sexo y ya. No era el amor de su vida. Ella sabía que para eso faltaba bastante.

La mañana pasó relativamente rápido, porque estuvo al frente de un curso de capacitación sobre Comunicación de Crisis para los empleados de Coca-Cola. Vieron casos reales de crisis en Estados Unidos y Argentina. Había gente de Atlanta también, la sede central de la compañía, que hablaba sólo en inglés y eso no la preocupaba porque ella lo manejaba a la perfección. Si algo le agradecía a su madre era el hecho de que, desde muy chiquita, la hubiese mandado a estudiar ese idioma. Tanto no tenía para criticarle después de todo.

Cuando miró el reloj, eran la una y media del mediodía. Dio por concluido el primer módulo del curso y se fue a comprar una ensalada. Una ensalada que supuestamente la mantendría dentro del peso adecuado. Para mantener, a la vez, una figura que la sociedad acepta como ideal femenino y que ella no se iba a dar el lujo de rechazar.

En el camino, volvió a cruzarse con la misma compañera de la mañana. Sonrió falsamente.

Tetas, culos, culos, más tetas. Pasó el puesto de diarios y lo dejó atrás. Sombrillitas y cervezas. Qué envidia. “Seguramente esos son extranjeros, haciendo una parada en el tour, disfrutando de las exquisiteces culinarias que tenemos para ofrecerles…”.  Dobló en la esquina y se prendió un cigarrillo, que nunca terminó de disfrutar, porque la chocaron dos de frente que venían en dirección contraria mirando para cualquier lado en la minúscula calle San José.

Había algo que la inquietaba y no sabía bien qué era. “No importa, lo voy a hablar con el psico”, pensó. Juana tenía la creencia de que todo el mundo necesita terapia. No importaba qué motivo te acercara al diván, tenías que ir. A veces, sus argumentos no eran muy sólidos para sostener esa idea, pero ella la defendía a morir.

Finalmente llegó al bar. Estaba a dos cuadras y media pero habían parecido cuarenta. De repente, sonó el celular.

-          ¡Hola de-sa-pa-re-ci-da! Hace dos días que no me llamás. La voz sonó estridente y aguda en el celular.
-          Hola má. Eso de que no tenía tanto para criticarle empezó a dar marcha atrás….
-          ¿Comiste?
-          Estoy en eso.
-          ¿Qué vas a comer?
-          No sé… capaz una ensalada.
-          ¡Ayyy!
-          ¿Qué pasó?
-          Eso no es comida querida. Vos no comés bien, no comés bien...
-          Bueno má, ¿para qué llamabas?
-          Y… porque hace como dos días que ni aparecés.
-          Bueno má, son dos días nada más. ¿Todo bien?
-          Sí, sí, estoy cocinando porque no llego con la entrega.

Susy era la mamá de Juana. Cocinaba para un club. Su especialidad era el pastel de papas, en toda época. Verano o invierno. Por eso no entendía como su hija podía vivir a lechuga y arroz integral.

-          Vas a desaparecer.
-          Bueno má, te dejo, estoy por pagar. Hablamos después. Chau.
-          ¡Chau! Llamame eh… no te olvides.

Mentira. Doblemente mentira, en realidad. Uno: no estaba a punto de pagar. Estaba recién en la difícil decisión entre la ensaladita de lechuga, zanahoria y tomate ó la de rúcula, lechuga morada y aceitunas negras. Dos: nunca volverían a hablar, al menos ese día. 

Corrió hasta el parquecito de la vuelta del trabajo y se encontró con Federico para almorzar.
-          Decime Fede… ¿a vos te parece que no soy atractiva?
-          ¿Pero vos estás borracha?, ¿Qué te picó? Estás más buena que el dulce de leche.
-          Y bueno… ¿qué querés que piense? Hace meses que no tengo una alegría. ¡Nada! Ni siquiera una desilusión. Desde Pablo que no me vinculo con nadie.
-          Tenés que buscar afuera mi amor, ya te dije.
-     Ok... pero decime... ¿Quién entiende a los hombres?
-     jajja la pregunta del millón!

Comió la lechuguita y volvió al ruedo para continuar con el curso de capacitación. Terminó exhausta la tarde. Sabía que se iba a tener que llevar trabajo a casa. No le desagradó demasiado la idea.

-          Chau Fede, ¿hablamos?
-          Siempre princesa.

Corrió hasta el subte. Entró de casualidad. Llegó por fin a Belgrano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario