viernes, 22 de abril de 2011

Atraso

Sentada en el inodoro del baño de la oficina, Juana se acordó de que hacía dos días que se tenía que haber indispuesto.

-          Qué extraño… nunca se me atrasa… bueno, quizás ahora que algunos problemas se fueron destrabando, me indisponga…

Por un instante, la imagen de Sebastián se le vino a la cabeza. Recordó también la noche de pasión que tuvieron en San Pedro. Él había sido claramente el último con el que había estado, y en mucho tiempo… con lo cual… Pero Juana prefirió no preocuparse por el tema, y le adjudicó el retraso a su nerviosismo de los días anteriores.

Cuando salió, en su sector no había nadie. Fede seguía enfermo a causa de una gastroenterocolitis aguda. Pobre… estaba a puro tecito y arroz blanco. Aprovechando el silencio reinante, la ausencia absoluta de intrusos, se dedicó a relajarse una media horita. Chusmeó la Ohlalá online. Les escribió un mail a sus amigas. Habló con Susi, para contarle la conversación que había tenido con su papá. Susi se puso contenta con la noticia y le dijo que, si tenía ganas –y solo si tenía ganas-, podía pasar a almorzar el domingo, o a cenar cualquier día en la semana. Y cerró la conversación con un: “y acordate que falta poquito para el cumple de tu hermana”…

Ese último comentario, se le quedó un poco trabado en la garganta a Juana. No por su mamá, sino por el cumpleaños en sí mismo. Nada había en este mundo (o casi nada) que detestara más que ir al cumpleaños de su hermana. La relación con ella, además, estaba más tirante que nunca, desde las últimas conversaciones truncas que habían tenido a causa de la enfermedad de su padre.

Pero no era eso solo, lo que la incomodaba de la situación. Era un combo extralarge de cosas que la hacían sentir realmente mal, cada vez que su hermana cumplía años.

A saber:
·         El viaje a Córdoba, que siempre terminaba siendo a las corridas, y por el cual su mamá empezaba a apuntarle cosas en relación al mismo unos cinco días antes.
·         El recibimiento de su hermana y su cuñado que, más que agradecidos de recibirlas, parecían fastidiados con la situación. Valeria disimulaba un poco más, pero su cuñado no escatimaba en gestos desaprobatorios de toda índole.
·         Ver cómo él la trataba a su hermana y ver cómo su hermana no hacía nada al respecto. En ese punto en particular, Juana se sentía tan diferente a Valeria…
·         El regalo que tenía que comprarle y que nunca terminaba por arrancarle una sonrisa completa y amplia. La inconformista eterna…
·         El tener que pensar qué ponerse, cómo combinar (aunque este punto no era propio del cumpleaños de Valeria; a Juana solía robarle tiempo en cada festejo, encuentro o reunión que tuviera).
·         Entablar contacto el día del festejo con todas las amigas de su hermana que, en definitiva, eran muy similar a ella… porque es sabido: “dios las cría y ellas se juntan”…
·         La suegra de su hermana, Teté, a quien nadie se fumaba, y que se le adosaba a Juana en cuanto festejo compartieran, a contarle cómo había sido la separación de su marido; una historia que Juana sabía de memoria y que podía reproducir casi a la perfección. Claro, la perfección que se adquiere a fuerza de repetición.
·         La cama ínfima en la que le tocaba dormir cada vez que iba, y que la hacía levantar con un dolor de espalda insoportable y una picazón terrible… esto último, Juana no sabía bien a qué se debía (si a la poca limpieza del colchón o a la bronca con que solía irse a dormir, luego del festejo cumpleañero).
·         La cara de tristeza de Susi, cuando comprobaba una vez más, que su cuñado era un Rocky Balboa versión argenta, y su hija una estúpida con mayúsculas, que después de tantos años le seguía la corriente sin cuestionamientos ni reproches.

En definitiva, era un evento que no la entusiasmaba para nada y que, en los días de amor y paz que estaba teniendo últimamente, venía a enturbiar un poco la cuestión. De todas formas, Juana empezó a recordar anécdotas graciosas de cumpleaños anteriores, y eso la sacó un poco del estado-de-revelamiento-ante-la-imposibilidad-de-no-ir que estaba sintiendo.

Juana estaba aprendiendo, de a poco, a hacer lo que quería, y a respetar su decisión. Pero el tema del cumpleaños de su hermana, era un escollo grande de sortear, más precisamente desde el momento en que Valeria cumplió sus 15 años y, según sus propias palabras: “me cagaste mi cumpleaños de 15 nena, escapándote con tu noviecito por ahí”…

Juana lo había hecho casi como una travesura -quizás también por celos- pero sin medir las consecuencias que su acto traería en sus vidas y tantos años después. En realidad, Juana le había pedido disculpas una y mil veces; le había hablado de la inconsciencia adolescente; de la falta del padre rector que pusiera el límite que ella estaba buscando; de lo que quería demostrar con ese acto… pero no hubo caso. La hermana seguía culpándola como cuando tenía 15. Y esa culpa, que ahora estaba aprendiendo a quitarle protagonismo en su vida, en relación a lo de su hermana, seguía estando presente.

Pensó en cómo muchas cosas todavía necesitaban una vuelta de tuerca. No quería forzarlas ella, pero sí era consciente de que no estaban del todo bien. Sin embargo, para no abusarse de su buena racha, prefirió esperar a que en algún momento se acomodaran solas. Después de todo, algunas cosas, se demoran en suceder...



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