martes, 26 de julio de 2011

Al que madruga...

La casa estaba en silencio. Silencio de ultratumba. Juana se levantó despacito, sin la picazón que solía tener cada vez que dormía en ese colchón. Su mamá dormía en la cama de al lado, mirando contra la pared. Juana trató de no hacer ningún ruidito. Se calzó unas pantuflas que tenía al lado de la cama y despacito se acercó hasta la puerta. Qué nervios ridículos sentía al estar tratando de evitar el más minúsculo ruido. Son esos nervios típicos de momentos zonzos. No pasa nada si de repente algo te sale como no lo pensaste. O pasa, pero no es mortal. Es como cuando le estás espiando el celular a un novio, te atacan esos nervios descontrolados, porque sabés que en cualquier momento puede entrar sin golpear y pescarte en ese acto mezquino. O como cuando esperás a que te entreguen una nota y ya sabés que no te fue bien, porque no estudiaste demasiado, pero igual te ponés nerviosa esperando a que canten el numerito. Nervios. Juana no se animó a cerrar del todo la puerta, la encimó nomás.
No entendía que había pasado exactamente; cómo se había quedado así de dormida, no entendía nada. Sentía algo de culpa y algo de alivio. Una mezcla extraña.
Cuando por fin bajó el último escalón, se sintió más libre de movimientos. Fue hasta la cocina y observó por la ventana. Había una niebla matinal importante. Puso la pava sobre la hornalla, sin advertir que su hermana también tenía una pava eléctrica. La casa estaba bastante ordenada, considerando que la noche anterior había habido una fiesta con tantas personas. Sólo quedaban unos regalos en un rincón y varias botellas vacías al lado de la heladera. Juana enseguida pensó que las mujeres de la familia –salvo ella por supuesto- se habían quedado ordenando hasta última hora. Eso iba a significar algún reproche seguro. Eso, sumado obvio, a que se había quedado dormida. En realidad, era el reproche de que se había quedado dormida y, encima, no había ayudado a ordenar. Juana empezó a pensar las opciones de excusas que podía tener.
a-      descompostura terrible…
b-      baja presión…
c-      vómitos imparables…
Cualquier otra excusa, sería discutible; así que eligió la opción “a”. Era verosímil, ya que más de una vez se había descompuesto en situaciones de lo más extrañas. Las que se le vinieron a la cabeza automáticamente fueron: cuando se iba de viaje de egresados, fue la última en subirse al micro, porque estuvo hasta último momento en el baño del colegio; cuando se casó Valeria, en el medio de la fiesta no aguantó más y se fue corriendo al baño (menos mal que Susi había llevado pastillas de carbón, porque ya sabía que a Juana los nervios la traicionaban); cuando se recibió, aparte de estar chocha de alegría, tuvo que hacer una pasadita urgente por el baño antes de ir al restaurant a celebrar. Y las veces que ellas no estuvieron, pero sus amigas presenciaron corridas estrepitosas y vueltas urgentes a casa, para evitar accidentes desagradables. En fin… era verosímil. Y todos los recuerdos la ayudaron a verificar y recontraverificar su invento. A creérselo ella misma.

Por eso, tenía que tomar rápido los mates. Si alguien la veía, la mentira de la descompostura quedaba automáticamente invalidada. Se tomó un par de mates y comió unas galletitas de agua con queso. Después, se encargó de dejar el mate bien limpito y tal cual lo había encontrado y se preparó un té. La obra maestra de la mentira estaba desarrollándose. La situación empezó a divertirla. Prendió la tele para ver si podía ver algo. Al minuto, sintió que alguien bajaba por la escalera de madera. Era Valeria. Una versión de Valeria nada amistosa. Con cara de pocos amigos, una bata y los pelos onda savage. Ufff… hacía rato que no la veía así.

-          hola Vale…
-          hola. Ayer desapareciste.

De una. Entró de una… vamos Juana, vos podés.

-          Ayyy Vale… terrible…
-          Qué te pasó?
-          Una descompostura fulera… se ve que comí mucho, no sé… también puede ser el café del viaje.
-          Pero si mamá me dijo que te la pasaste durmiendo todo el viaje.
-          Mamá es una exagerada, vos sabés.
-          Te perdiste cuando soplé las velitas.
-          Me quiero matar Vale! Estaba tan linda la fiesta… justo cuando me descompuse estaba charlando con tus amigas. Una charla re entretenida. Un bajón…
-          Tomaste algo?
-          Me hice un tecito…
-          Pero se te pasó?
-          Ahora estoy mejor sí… veremos cómo sigo.
-          Encima nos quedamos mamá, Teté y yo hasta las cuatro de la mañana limpiando. La gente se fue a eso de las dos y media.

Ahhh… pero yo soy una caradura… a qué hora me fui a dormir? Se preguntó Juana para sus adentros.

-          Sí, ví que estaba todo ordenado.
-          Impecable dirás.
-          Impecable-impecable.

A Juana le sorprendió la benevolencia de su hermana. Por cosas menores, le había hecho un escándalo terrible en situaciones pasadas. ¿Tendría que ver con su reciente embarazo? En realidad, Juana no sabía si era tan reciente, pero la panza no se le notaba. Sintió cierta comezón en la boca del estómago y se moría por preguntarle, pero se aguantó.

-          Hoy al mediodía, antes de que se vayan, quiero contarles algo.
-          A mamá y a mi?
-          No, a vos y al chapulín colorado. Claro! A quién va a ser?
-          Ok, ok!

Mejor no la molestaba demasiado, porque la Valeria de siempre podía volver a escena. Juana siguió mirando la tele, mientras su hermana preparaba el desayuno para ella y su marido.
-          Mamá duerme?
-          Cuando me levanté sí, estaba dormida todavía.
-          Voy a ver si quiere desayunar también.
-          Dale…

El acting le había salido espléndidamente bien. La mentira seguía en pie, incólume. Lo único que la frustraba un poco a Juana, era que en el almuerzo iba a tener que controlarse, para evitar levantar sospechas.

Por el resto, estaba feliz.

Se había bancado menos de lo esperado al trío del mal. Evitó las charlas habituales de Teté, cuando la noche empieza a decaer. Había comido rico y se había ido a dormir temprano. ¿Qué más podía pedir en esas circunstancias?

Al domingo le quedaba poco, a la estadía en Córdoba también y eso se vio reflejado en la inmensa sonrisa que se posó sobre el rostro de Juana.

Sólo faltaba que Valeria diera la buena noticia y listo. Al finde le ponía un moño rojo gigante.   

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