domingo, 22 de julio de 2012

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Tomó el pañuelo de papel y estornudó. El timbre del estornudo quedó rebotando un rato en sus tímpanos. Le causó gracia el estruendo que provocó y como quedó ella atontada unas milésimas de segundo.

Agarró el encendedor y se prendió un cigarrillo. Pitó con fuerza. Se fue hasta el balcón. Abrió un poquito la ventana y dejó entrar el aire fresco, dejando escapar en el mismo acto el humo del cigarro.

El frío le erizó la piel. Miró hacia el horizonte, que estaba entorpecido por cables y fachadas, y luego miró hacia el cielo, en donde titilaban ya algunas estrellas.

Tenía ganas de salir corriendo, y al mismo tiempo, de echarse en el sillón a descansar. Sintió un impulso liberador. Algo lindo en el centro del alma.

Terminó el cigarrillo y se dirigió a la cocina. Tomó la botella de vino tinto y se decidió a abrirla. Le costó deshacerse del corcho, pero lo logró. Agarró una copa, la lavó para quitarle el polvillo. La secó cuidadosamente con una servilleta de papel. Más por fuera que por dentro. Se sirvió un poco de vino. Se apoyó contra la mesada y respiró profundo. Respiró como si fuera a ser la última vez que se lo permitieran. Sintió su corazón latir velozmente. Quería sentirse tranquila, pero su cuerpo entero estaba en movimiento. Sus células, su sangre, su aire. Todo estaba de aquí para allá. Pero ella se quedó allí, tratando de pensar. Tratando de entender lo que estaba viviendo. Tomó unos sorbos de vino, agachó la cabeza y sonrió. Volvió a encenderse otro cigarrillo. Prendió un sahumerio para contrarrestar el tabaco. La mezcla no fue tan buena. Generó cierta embriaguez en el ambiente. El aire que entraba por la abertura del comedor ayudó a alivianar un poco ese aire cargado. Sin querer, dejó escapar una lágrima. Pero no era una lágrima de tristeza, era todo lo contrario. Era de alegría. Era de emoción. Era de nervios.

Asintió con la cabeza para convencerse. Miró el final de la copa y se sirvió más. Miró el reloj que colgaba de su muñeca y vio como la aguja se clavaba en el y media. Prendió el equipo de música, ese que conservaba desde hacía más de un lustro, y puso esa música que a ella tanto le gustaba escuchar. Esa música que la animaba. Se soltó el pelo. Se lo batió con las manos, con la cabeza hacia abajo, y con las manos bien rápido. Fue a paso acelerado a mirarse al espejo. Se cubrió las ojeras, que apenas asomaban. Se puso una base pareja. Se coloreó las mejillas. Se colocó rímel. Se puso brillo en los labios. Se volvió a batir el pelo con las manos. Buscó su Tommy en el armario del baño. Apretó dos o tres veces. Antes de salir, acomodó la alfombra del piso con el pie derecho. Al cerrar la puerta, se dio vuelta en un movimiento lento… muy lento… Miró el reloj de la pared. Agarró la revista del domingo. Pasó sus páginas sin prestarle demasiada atención. Se detuvo en alguna que otra imagen. Sintió frío. Fue a cerrar aquel espacio que había dejado abierto para airear. Vio de casualidad un Halls de menta y se lo puso en la boca. Antes tuvo que luchar con el papel pegoteado que le presentó lucha. Pero logró metérselo en la boca. Miró nuevamente hacia el horizonte, sintió nuevamente el corazón contra el pecho, queriéndose escapar.

Tocaron el timbre.




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