Tomó el pañuelo de papel y estornudó. El timbre del
estornudo quedó rebotando un rato en sus tímpanos. Le causó gracia el estruendo
que provocó y como quedó ella atontada unas milésimas de segundo.
Agarró el encendedor y se prendió un cigarrillo. Pitó con
fuerza. Se fue hasta el balcón. Abrió un poquito la ventana y dejó entrar el
aire fresco, dejando escapar en el mismo acto el humo del cigarro.
El frío le erizó la piel. Miró hacia el horizonte, que
estaba entorpecido por cables y fachadas, y luego miró hacia el cielo, en donde
titilaban ya algunas estrellas.
Tenía ganas de salir corriendo, y al mismo tiempo, de
echarse en el sillón a descansar. Sintió un impulso liberador. Algo lindo en el
centro del alma.
Terminó el cigarrillo y se dirigió a la cocina. Tomó la
botella de vino tinto y se decidió a abrirla. Le costó deshacerse del corcho,
pero lo logró. Agarró una copa, la lavó para quitarle el polvillo. La secó
cuidadosamente con una servilleta de papel. Más por fuera que por dentro. Se
sirvió un poco de vino. Se apoyó contra la mesada y respiró profundo. Respiró
como si fuera a ser la última vez que se lo permitieran. Sintió su corazón
latir velozmente. Quería sentirse tranquila, pero su cuerpo entero estaba en
movimiento. Sus células, su sangre, su aire. Todo estaba de aquí para allá.
Pero ella se quedó allí, tratando de pensar. Tratando de entender lo que estaba
viviendo. Tomó unos sorbos de vino, agachó la cabeza y sonrió. Volvió a
encenderse otro cigarrillo. Prendió un sahumerio para contrarrestar el tabaco. La
mezcla no fue tan buena. Generó cierta embriaguez en el ambiente. El aire que
entraba por la abertura del comedor ayudó a alivianar un poco ese aire cargado.
Sin querer, dejó escapar una lágrima. Pero no era una lágrima de tristeza, era
todo lo contrario. Era de alegría. Era de emoción. Era de nervios.
Asintió con la cabeza para convencerse. Miró el final de la
copa y se sirvió más. Miró el reloj que colgaba de su muñeca y vio como la aguja
se clavaba en el y media. Prendió el equipo de música, ese que conservaba desde
hacía más de un lustro, y puso esa música que a ella tanto le gustaba escuchar.
Esa música que la animaba. Se soltó el pelo. Se lo batió con las manos, con la
cabeza hacia abajo, y con las manos bien rápido. Fue a paso acelerado a mirarse
al espejo. Se cubrió las ojeras, que apenas asomaban. Se puso una base pareja. Se
coloreó las mejillas. Se colocó rímel. Se puso brillo en los labios. Se volvió
a batir el pelo con las manos. Buscó su Tommy en el armario del baño. Apretó
dos o tres veces. Antes de salir, acomodó la alfombra del piso con el pie
derecho. Al cerrar la puerta, se dio vuelta en un movimiento lento… muy lento… Miró
el reloj de la pared. Agarró la revista del domingo. Pasó sus páginas sin
prestarle demasiada atención. Se detuvo en alguna que otra imagen. Sintió frío.
Fue a cerrar aquel espacio que había dejado abierto para airear. Vio de
casualidad un Halls de menta y se lo puso en la boca. Antes tuvo que luchar con
el papel pegoteado que le presentó lucha. Pero logró metérselo en la boca. Miró
nuevamente hacia el horizonte, sintió nuevamente el corazón contra el pecho,
queriéndose escapar.
Tocaron el timbre.
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