domingo, 15 de julio de 2012

Ya no te he de extrañar...

Algo así fugazmente sintió… no supo bien qué fue, no podría explicarlo con palabras. Mientras lavaba los platos esa noche, algo así sintió.

Tenía tantos recuerdos en su cabeza, recuerdos que habían permanecido guardados en una pequeña caja de cristal… y ella había mantenido la llave a resguardo. Tenía flashes de imágenes fraternales, de guisos de lenteja, de domingos de otoño, de tardes de mate… Cada tres sueños, uno involucraba a la casa de su infancia… a los olores de su infancia… a las paredes de su infancia. Y en cada uno de esos sueños, aparecía la palabra gruesa de su padre, la palabra aguda de su madre, el pullover rojo o la tetera con bordes dorados… también por qué no, esa mancha de humedad.

Pero ese día por la noche, algo se destrabó en el pecho de Juana. Algo se liberó de una vez para siempre. Como si de repente hubiese encontrado esa llave que había guardado alguna vez… alguna vez hacía tanto tiempo, tanto pero tanto tiempo… que ya no recordaba dónde se encontraba; dónde la había escondido. Quizás porque, hasta ese día, no había querido abrirla, ni que nadie más lo hiciera. Quizás porque sentía que allí dormían esas imágenes, esos recuerdos… que allí permanecían a salvo… a salvo de todo.

Pero esa noche, el temor se había esfumado de un plumazo, se le había abierto el alma… se había marchado la incertidumbre. Tenía la certeza absoluta de que eso era positivo, de que las cosas tomarían un nuevo rumbo, de que ella ahora podría escribir su propia historia. Su padre ya no era una foto en un cajón. Ya no era una lágrima sobre una carta. Ya no era una canción. Su infancia ya no era una parte de un rompecabezas. El simple recuerdo de una etapa mejor; de una etapa feliz. Su infancia había sido feliz sí… pero su tiempo presente también podía serlo, mucho más incluso… mucho más si ella quería, si ella se lo proponía. Y más importante que eso… siendo la absoluta protagonista.

Ya no extrañaría esas calles, porque tenía calles nuevas. Ya no extrañaría esa vereda, porque la vereda se construiría más adelante. Ya no extrañaría esa terraza, la recordaría con amor toda la vida, pero ya no la extrañaría… porque ahora tenía su sofá, su mesa-escritorio, su computadora en donde escribía sus historias imaginarias… Ya no extrañaría ese pasillo y esa puerta… porque detrás de esa puerta había un mundo que perteneció a otro tiempo, que ya quedó atrás… Ahora era momento de escribir su propia historia, con su propia pluma, detrás de otra puerta.

Y por eso los colores vivos en su departamento, y por eso las velas y fragancias, y por eso los cuadros y accesorios… porque esa era Juana después de haber tenido una infancia feliz… una infancia cargada de luz, de dulces, de abrazos fuertes… después de haber vivido una adolescencia más apagada… más conflictiva y más anudada… pero al fin de cuentas, todo le había servido para ser hoy la mujer que era… dispuesta a borrar ese pizarrón mágico y dejarlo en blanco para iniciar la escritura… necesitaba hacerlo de una vez por todas. Dejar la melancolía del ayer y animarse a vivir el hoy al cien por ciento. Tenía todo para hacerlo. Tenía con qué.


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