martes, 15 de marzo de 2011

Regazo materno

Cuando salió del trabajo, la sorprendió una lluvia de verano. Pero no una lluvia leve, liviana, sino, todo lo contrario: copiosa y cegadora. No se veía nada a un metro de distancia.

Juana buscó reparo debajo de un techo, esperando a que el colectivo se dignara a venir (como si el colectivo tuviese vida propia...). Por esas casualidades de la vida, había decidido no viajar en subte ese día.

Esperando allí abajo, sintiendo un poco de frío -ya que la ropa mojada empezó a pegársela en el cuerpo- comenzó a mirar la escena que se había montado a su alrededor. La gente corriendo de un lado a otro. Mayor atascamiento en el tráfico y más bocinazos que musicalizaban de una forma extraña la obra. En el medio, algunos truenos le aportaban potencia sonora. El fondo era un cielo gris oscuro, casi impenetrable. Y sobre los cordones, donde el agua seguía acumulándose, se formaban grandes burbujones. Una vez el abuelo de Juana le había enseñado que, cuando eso ocurría, la lluvia había llegado para quedarse un rato largo.

Juana no pudo hacer otra cosa que pensar en un abrazo materno, un tecito caliente, y una comida más caliente, casera y riquísima, como solía salirle a su mamá.

Cuando el colectivo asomó la trompa, a Juana no le importó salir de su guarida para ir corriendo hasta la puerta. Allí, un chorro entero, continuo y tupido le cayó de lleno en la cabeza.

Mucha gente, poco espacio. En lugar de tomarse la situación como en una novela melodramática, Juana optó por empezar a divertirse. Después de todo, no era otra cosa que un día de lluvia en Buenos Aires. Es decir, en una ciudad atestada de gente, atestada de vehículos, con calles diminutas (por lo menos en el microcentro) y con escasos techos reparadores.

Apenas pudo –y como pudo- Juana sacó su celular de la cartera. Le escribió un mensaje a su mamá que decía: Ma, voy para allá! Hacé algo rico!!

Su mamá, que siempre disfrutaba de sus visitas –aunque cada vez eran menos frecuentes- no tardó en contestarle: Hago pan de carne, querés?

La respuesta de Juana fue inmediata: Con papas!! Gracias ma!

El romance con la madre se reinició en ese mismo instante. En realidad, no era que Juana se llevara mal, pero Susi se la pasaba metiéndose en sus cosas; opinando de su grupo de amigas; indicándole que tenía que comer y qué no; cuestionándola porque no llamaba más seguido; tratando de presentarle cantidadatos pensando que “ya se le había pasado el cuarto de hora”. Pero ese día, Juana decidió no recordar todos aquellos detalles que la incomodaban de su mamá, sino, disfrutar de todo aquello que siempre había amado y que la hacían tan feliz. Sobre todo, en un día como ese.

El solo hecho de pensar en llegar a su casa, tener que bucear en la heladera y hacer magia con lo que encontrara, que seguramente, no sería tan exquisito comparado con cualquier plato de Susi, la hizo sentir muy agraciada y le arrancó una sonrisa en medio del colectivo lleno de caras enojadas, estufadas, empapadas, malhumoradas…

Llegó más tarde de lo habitual, dada la lentitud de todo… de los que subían, de los que bajaban, de los autos de alrededor y del propio colectivo. Pero llegó feliz y así lo hizo sentir. Entró con sus propias llaves.

-          Maaa, maaaaa…
-          Estoy en el jardín… gritó Susi a lo lejos.

Juana atravesó el living, la cocina, pispeó el horno -comprobó que allí yacía su próximo manjar- salió y la vio a su madre tratando de sacar el agua que se había acumulado con un secador.
-          Hola ma!
-          Hola Juani, entremos, entremos que se puso frío. Además, estás toda mojada nena..!

Buenos Aires es así en verano. Te estás muriendo de calor, te querés sacar hasta la piel, para ver si experimentás algo de alivio (porque ya te sacaste todo lo que podías en el camino) y, de repente, sin previo aviso, se larga un diluvio universal. Es cuestión de costumbre.

Entraron. Susi le alcanzó una muda de ropa y Juana se fue a cambiar al baño. Colgó las prendas en perchas de cara a la bañera, no con la esperanza de que se secaran, pero por lo menos, de que no les agarrara ese olor a humedad putrefacto, que le agarra a la ropa cuando la dejás hecha un bollo en algún balde por largo tiempo.

Salió con cara de relajada. Se sirvió un vaso de jugo y se sentó a ver la tele. Susi quiso indagar alguna que otra cuestión de su vida, pero ella esquivó bien las balas, hablando de la farándula, de los programas de la tv y… por supuesto, de la lluvia.

Antes de que Juana pudiera darse cuenta –estaba como zombi mirando la tele-, Susi ya había dispuesto la mesa.

Allí, en el centro, una panera la saludaba con gracia.

-          mmmm el pan de los chinos!!! Qué bueno está. Por hoy, suspendo la dieta. Aunque si sigo por este camino, voy a rodar.
-          Pero nena, estás loca. Si estás hecha un palito. Decime… qué comés todos los días? Arroz?
-          Naaa ma. De verdad, como bien. Te lo digo cada vez que nos vemos mujer.
-          Sí, que dicho sea de paso, es cada vez menos.
-          Bueno ma, mucho laburo, cosas.
-          Cosas… cosas… Y? alguien en vista?
-          Sí, a Santo Biasatti acá delante, no ves?
-          Juana, no te hagas la tonta. Yo pregunto por algún candidato…
-          Ayyy má, como están los hombres hoy en día… mejor dejalo ahí.
-          Okey, okey… tu papá esta mejor me enteré…

Qué gran habilidad tiene la vieja para saltar de un tema al otro sin trampolín- pensó fugazmente Juana.

-          Sí, yo también me enteré. De hecho, fui a verlo ayer y cuando estaba por entrar escuché a Pedro que hablaba por celular y le contaba a la novia que estaba mejor, que había comido y todo…
-          Pero lo viste?
-          No me animé a entrar.
-          Por qué? qué te pasó?
-          No sé má… mambos… no sé… dejalo ahí…
-          Okey, okey…

Últimamente, las repuestas finales de Susi eran: "Okey, okey"… para evitar cualquier cruce con su hija y lograr que las visitas se dieran más a menudo.

Por fin, el pan de carne se presentó en la mesa. Las papas le salían increíbles a Susi. Tan bien, casi tan bien, como a su abuela. Era un secreto especial, una receta que iba de generación en generación y que Juana todavía no había aprendido. Pero era un verdadero placer.

Juana comió con ganas, con esas ganas que a su mamá la hacen feliz. Es más, repitió el plato. De postre, se comió una banana. La panza estaba más que llena, y el corazón feliz.

-          mmmm má esto está riquísimo. Dijo más de una vez Juana, con el mismo tono de satisfacción, con el mismo agradecimiento.
-          Por qué hoy no te quedás a dormir acá? Total, tenés ropa.

Por un instante Juana pensó: dos noches seguidas fuera de casa…
Dudó, pero aceptó. Hacía mucho que no le daba el gusto a Susi y, después de todo, si se iba a esa hora, iba a llegar re tarde a la casa y re cansada. Parecía mejor idea subir y tirarse derechito en la cama a dormir.

-          Bueno, dale, dónde duermo?
-          Como quieras. Tu cama está hecha. Sino, conmigo.
-          A ver…

Juana subió las escaleras con paso acelerado. Quería comprobar una vez más lo que ya sabía de memoria. Su cuarto estaba intacto. Impecable. Ni un papel de menos, ni uno de más. El cuadrito del viaje de egresados. Las notitas de alguna de sus amigas. El gorro de cuando se recibió. Su cama, su colcha de toda su adolescencia. Su armario, con la ropa que ya no usaba, toda colgada, prenda por prenda.

En un punto, Juana pensaba que algo de todo eso era raro. En otro, la entendía. Su madre había vivido los primeros años de matrimonio, con dos hijas chicas, mucho bullicio, muchas cosas tiradas por todos lados, muchos juguetes, muchas voces. De un día para el otro, se separó y se quedó en esa misma casa con esas dos hijas. En un santiamén, una de sus hijas se fue a vivir a Córdoba y, al momento siguiente, la otra se le mudaba a demasiadas cuadras de distancia. Era bastante entendible.

Apagó la luz y cerró despacio la puerta de su cuarto. Era entendible, pero podía dejarlo todito para ella sola.

-          Ma, duermo con vos. Gritó desde arriba.
-          Buenoooo… ya voyyyy.

Por un instante Juana pensó qué era peor… si dormir en su ex cuarto con las cosas sin tocar tal como las había dejado, o dormir con su mamá… se lo preguntó más de una vez en verdad. Se lo preguntó hasta cuando fue al baño a hacer pis. Y se lo preguntó antes de entrar al cuarto de su madre.

Apenas puso un pie en su cuarto. No lo dudó más.

Olor rico por todas partes. Olor a flores, pero fresco, rico. Levantó la colcha y las sábanas, que se elevaron como en conjunto. Se acercó a olerlas. El perfume era exquisito también. Se metió despacio adentro, para no desarmarla. Se estiró y no llegó al final de la cama. Una sensación placentera le inundó el alma.

En eso subió su mamá.

-          ma… no me alcanzás medias?

Su mamá respondió a su pedido. Ella se puso las medias calentitas. Se volvió a acomodar y se tapó prácticamente hasta la nariz. Solamente asomaba uno que otro bucle por allí.

-          Querés ver un ratito la tele antes de dormirte?
-          Y dale… bueno…

Y allí comprendió todo. Ella también tenía un ángel de la guarda. Y ese ángel, era su mamá.

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