martes, 22 de mayo de 2012

Fiebre de domingo por la noche

Juana se preparó unas milanesas al horno con puré de papas. Menú extraño para un domingo al mediodía, por lo menos para los domingos al mediodía de Juana desde hacía varios años. Pero, desde que había decidido independizarse de los almuerzos en el club, variaba de menú libremente.

Un domingo más, había desistido de ir, aunque su hermana y su mamá estuvieran almorzando allí. La cuota de familia por el fin de semana ya estaba cubierta. Más, podía causarle algún malestar. Extrañaba un poco a Ele, pero no faltaría oportunidad de verla en otro momento.

La milanesa le pasó como una lija por la garganta. Por eso, cada bocado de milanesa estuvo acompañado por una porción de puré, como para suavizarlo.

Mmmm este dolorcito me está preocupando… no me estará por agarrar… no, hoy no puede ser, hoy no por favor.

Hacía varios meses que Juana no se agarraba su bendita angina pultácea del año. Siempre, como mínimo, eran dos.

¡Cómo me está costando tragar! Y que frío hace en este departamento.

Juana se recostó en el sofá con una manta polar encima para ver un poco de tele. Se quedó dormida casi sin advertirlo.

Cuando despertó, dos horas después, sentía más frío que antes. Quiso tragar y ya no pudo.

¡Dios, no me podés estar haciendo esto! Hoy me encuentro con Sebastián.

Pero es sabido, el hombre propone... y Dios dispone.

Juana se tomó la temperatura y el termómetro impiadoso le marcó 38.9, sí-sí… casi 39.

¡No! ¡No! ¡No! ¡No puede pasarme esto! Gritaba sola Juana en su departamento. Bueno, gritar es una forma de decir, porque apenas le salía la voz…

¡Me quiero matar! ¡Matame, Dios, matame! ¡Prefiero que me mates ahora mismo!

Con el componente de exageración que había heredado de Susi, más una agregado plus que ella misma le sumaba, Juana le imploraba al cielo raso de su departamento, y a través de él, al amo de todos los amos que la dejara salir ese día, que no se enfermera del todo, que un ibuprofeno hiciera milagros… hasta que una hora después dijo: Me rindo…

Tardó media hora más en avisarle a Sebastián a través de un mensajito de texto que tenía que suspender el encuentro, porque se sentía muy mal e iba a llamar al doctor.

A los dos minutos, él la llamó por teléfono a su casa.

- Hola Juana, cómo estás? ¿Qué te pasó? ¿Qué tenés?
- Creo –tragó dificultosamente- que es angina… angina pultácea…
- Terrible… qué dolor. Entonces listo, no se diga más, voy para tu casa.
- ¡No! -Le dolió bastante la garganta cuando dejó escapar la negación.
- No voy a aceptarte un no como respuesta. No seas caprichosa. Voy saliendo. Ahora… si me querías en tu casa, hubieses inventado algo más original, no? Otra excusa…
- No estoy inventando nada, no te quería en mi casa y no quiero que vengas.
- No seas orgullosa, voy para allá.

Juana pensó: estoy hecha un verdadero desastre, toda transpirada, con cara de espantapájaros y encima con este aliento de zombi… no daaa…

- Mejor nos vemos en la semana. Si esperamos tanto, podemos esperar un poco más, no?
- Juana…
- Sí…
- ¿Te puedo pedir una cosa?
- Dale, pedime…-dijo Juana, sabiendo que venía de regaño…
- ¿Te podés dejar mimar?

Juana sintió que se derretía como un helado de crema puesto a la hornalla… y no sabía muy bien si era por la fiebre que tenía o por las palabras que acababa de escuchar.

Lo cierto es que Sebastián logró su objetivo.

- Bueno, ok… eso sí, me vas a obligar a bajar a abrirte así en este estado…
- Bueno, pero te ahorrás de ir a comprar los remedios, no?
- Ah… eso sí. Bueno, me estoy metiendo en la cama.
- Ya salgo para allá. Un beso.
- Gracias. Nos vemos.

Juana se acostó, se tapó hasta la garganta y llamó a la guardia de su prepaga.
 
Quince minutos después, le tocaron el timbre. Ella no sabía quién era, si Sebastián o el Doctor.

-          Doctor de Osde.
-          Ya bajo.

Bajó como pudo a abrirle al doctor y en eso vio que Sebastián estaba estacionando enfrente. Hizo pasar al doctor y esperó a que Sebastián cruzara. Lo saludó con un beso en la mejilla.

Qué situación más incómoda –pensó- con el doctor y Sebastián en el ascensor.

Menos mal que el doctor rompió el hielo.
-          ¿Qué hizo muchachita? ¿Tomó frío?
-          Ayy Doctor, no sé… siempre me agarra.
-          Pero no se deje agarrar señorita! ¿O debo decir señora?

Juana lo miró a Sebastián con cara de sorprendida. Sebastián le sonrió.

-          Señorita doctor, señorita.

Pasaron al departamento y fueron hasta su habitación. El Doctor le tomó la fiebre, mientras le revisaba la garganta con un bajalenguas y una linternita minúscula.

-          Placas mi querida. Y 39.3. Está volando de fiebre. Tiene que tomar antibiótico, ahora le hago la receta. ¿Su credencial?
-          La tengo en la billetera, en la cartera que está colgada en la silla del comedor.

Sebastián intervino por primera vez.
-          Yo voy a buscarla.

El doctor hizo la receta, le recomendó hacerse un hisopado la próxima vez, antes de comenzar a tomar el antibiótico, ya que Juana le dijo que esta vuelta no quería esperar para comenzar a tomarlo. Necesitaba sentirse bien.  

El doctor se despidió de Juana y fue Sebastián el que lo acompañó esta vez hasta abajo. Cuando subió, la miró a Juana con cara de: “qué anduviste haciendo?”
-          Te digo que siempre me agarra…
-          Bueno, voy a comprar los remedios. ¿Necesitás algo más?
-          Sí, ¿no me comprarías Seven-Up?

Siempre que se enfermaba, a Juana le gustaba tomar Seven-Up.

-          Muy bien, voy a comprar y vuelvo.
-          Dale…

Juana escuchó que la puerta se cerró y no podía salir de su asombro…

¿Sebastián está en mi casa cuidándome y ahora está yendo a comprarme los medicamentos?

No sabía si lo que estaba viviendo era producto de un delirio febril o era parte de la realidad.

Drogada por la fiebre, con las mejillas coloradas, los ojos a Juana le empezaron a pesar una tonelada. Antes de que Sebastián volviera, se quedó nuevamente dormida.

Se despertó con Sebastián al costado de su cama, ofreciéndole un vaso de Seven-Up para que tomara la pastilla. Y un bowl con agua helada y un paño que le puso de inmediato en la frente.

Juana sintió escalofríos en todo el cuerpo.
-          Esto es bueno Juana, te va a ayudar a bajar la fiebre. Mi abuela siempre me los ponía cuando estaba enfermo.

Juana volvió a sentir escalofrío, por el contraste que le provocó el frío del paño en la frente que ardía.

No tuvo fuerzas para contestar.

A pesar de estar volando de fiebre, sudada y tapada hasta la cabeza, la satisfacción interna que sentía por estar acompañada le dibujaba una sonrisa interna. Una sonrisa imaginaria. Una sonrisa que después… ahora sí a causa del delirio febril… empezó a imaginársela de colores…

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