jueves, 24 de febrero de 2011

El día después...


Un agujero grande en el centro del pecho. Un agujero literal, no imaginado. Eso vio Juana en su cuerpo, cuando se levantó… Empezó a correr para todos lados, sin saber qué hacer, buscando ayuda, gritando… con un agujero terrible, que dejaba ver más allá…! Qué espanto!
-          Ayyy!
-          Qué pasó?, qué pasó? Se despertó exaltado Sebastián, sin entender que estaba ocurriendo.
-          Ay qué feo, por favor, tuve una pesadilla horrible…
-          Qué soñaste?
-          No sé –mintió ella- no me acuerdo, pero sé que fue fea…
Juana miró el reloj. Eran las siete menos cuarto de la mañana. Hacía frío.
-          Tengo que volver, dijo ella.
-          Te llevo.
Se despidieron con un beso en la mejilla. Qué extraño, después de haber compartido toda una noche –o casi toda una noche-, ahora se despedían con un beso en la mejilla.
-          Nos vemos, dijo él.
-          Nos vemos!
-          Ah Juana… gracias.
-          Por qué?
-          Por no guardarme rencor. Fui un turro con vos.
-          Dejá… no hablemos ahora de eso… es muy temprano…
-          Gracias igual.
-          Ok… Bye.
-          Bye.
Juana sabía que no lo iba a volver a ver. Sentía que mucho no le importaba, y sentía también que el último comentario lo absolvía de culpa y cargo. Sin embargo, el sueño –la pesadilla más vale- se le había presentado como muy reveladora.
El camping estaba prácticamente en silencio. La mayoría de la gente, seguía durmiendo. Abrió el cierre de la carpa con lentitud, casi con una lentitud digna de espía rusa. Pero ese detalle de precisión no alcanzó, porque Eugenia se despertó.
-          Quién es?
-          Soy yo zonza, quién va a ser?
-          Qué hacés!? Qué hora es? Preguntó casi sin respirar entre una frase y la otra.
-          Las siete.
-          Eso es muy temprano…
-          Sí, por eso, seguí durmiendo, que vas a despertar a Juli.
-          Cómo te fue?
-          Después te cuento, dale, dormite ahora.
Juana no pegó un bendito ojo. Ese agujero en el pecho no era por Sebastián –nada más-. Era por todo lo que estaba viviendo. Tenía ganas de cambiar.
Cuando por fin las chicas se despertaron, Juana se vio sometida a un interrogatorio policial. Julieta preparó mate cocido. Estaba exquisito.
-          Pero de una? Preguntó Eugenia.
-          Sí, de una. Me subió arriba suyo…
-          Ahhh terrible… dijo Eugenia.
-          Y hoy cómo te levantaste? Quiso saber Julieta.
-          Rara chicas, no se los voy a negar… pero bien. Igual, creo que se me vino a la cabeza tooodooo el resto de cosas que me vienen pasando. La pasé genial, la estoy pasando genial, pero bueno… no puedo olvidarme del resto.
-          Por supuesto. Asintió Julieta.
-          Igual, me deja más tranquila lo que me decís –agregó Eugenia-. Tenía mucho miedo de que te levantaras al otro día queriéndote matar…
-          El famoso día después… tituló Julieta.
-          No! Tampoco es para tanto… pero soñé que tenía un agujero en el pecho…
-          Un agujero? Preguntaron al unísono las chicas.
-          Un agujero, acá –se señaló el pecho, debajo del busto- así de grande… y con las manos trató de hacer una circunferencia del tamaño de un melón.
-          Mmmmm… qué significará?
-          Estuve toda la mañana pensando en eso –sorbió un poco de mate cocido y prosiguió-: para mí, es porque en realidad, más allá de Sebastián, más allá de Leo, más allá de todo… me siento vacía…
-          Muy buen análisis… dijo Eugenia.
-          Sí, igual lo tengo que hablar con el psicólogo, no? Pero tengo esa sensación. 
-          Bueno, y está bien, cuál es el problema? Le preguntó Julieta.
-          Ninguno, ninguno… el tema es que no sé por dónde empezar… o mejor dicho, qué es lo que quiero cambiar en realidad… es como la canción chicas “no sé lo que quiero, pero lo quiero ya”…! Nunca les pasó?
-          Puffff… suspiró Eugenia.
-          Pufff al cuadrado, dijo Julieta.
Al mate cocido, le siguió el de bombilla. Julieta se tomó una buscapina porque había tomado alcohol de más y se le partía la cabeza, pero por el dolor de panza. Eugenia se sentía mucho mejor y Juana, apenas pudo, fue a ducharse porque no aguantaba el olor a pucho y a transpiración que despedía su ropa. Aunque, no se quejaba.

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