viernes, 18 de febrero de 2011

No era que...?


-          Te voy a repetir lo que dijiste hace escasas veinticuatro horas Juana –le decía Eugenia en el baño del bar, mientras Julieta se había quedado charlando con Sebastián y el grupo de amigos que lo acompañaban- dijiste algo así como: “no tengo la cabeza para estar con alguien ahora, tengo que meditar, tengo que pensar…”
-          No dije meditar.
-          Meditar, pensar, es lo mismo! Y sí dijiste meditar…
-          Bueno… y?
-          Y? te pregunto yo a vos… y?
-          Pero no me pasa nada con Sebastián Euge por favor!
-          Ayyy dios mío, te conozco esos ojos más que nadie Juani…
-          No-me-pa-sa-na-da… ok?
-          No quiero que sufras ni un segundo y medio por un nabo que dejaste atrás hace tantos años.
-          Ya lo sé amiga, ya lo sé… Vamos, dale?
-          Estás nerviosa, te conozco.
-          Sí bueno, sí, estoy nerviosa, pero nada más… vamos…

El baño de mujeres a esa altura, era la estación de retiro a las ocho de la mañana de un día lunes. Ya no se podía ni caminar. Respirar era un privilegio que quedaba solo para la parte trasera del bar, en donde habían dispuesto unas mesitas.

Camino a la barra, que es en donde las estaban esperando, vio a Fernando y al Matías Alé desmejorado…
-          Euge, esto es La Morocha?
-          La verdad ni idea, por qué?
-          Porque ahí están esos dos boludos del camping…
-          Qué mala que sos por favor…
-          Bueno sí, sí, pero vayamos por acá, porque si nos agarran, no nos sueltan más…

Se escabullieron entre la gente y terminaron alcanzando el objetivo: Sebastián y Julieta -que seguía charlando de cuanta pavada se le cruzaba por la cabeza-.

-          Volvieron! –dijo Sebastián con un entusiasmo, hasta podríamos decir, desconocido para Juana- pensé que se las había llevado un ovni…!
-          Si supieras lo que es el baño de mujeres –le contestó Eugenia- otra que ovnis…!

El chiste fue festejado por los presentes. Juana parecía como aquietada, suspendida en el aire, mirándolo. De vez en cuando, trataba de mirar para otro lado, detenerse en otros rostros, disimular, para evitar quedar expuesta. Pero resultaba taaaannn obvio… Ese chico tenía una especie de encanto magnético que siempre había surtido efecto en ella. Así fue cuando lo conoció. Era una fiesta. Él se le acercó a hablar y, a partir del momento en que dijo “hola”, ya no pudo despegarse de él.

Sin embargo, había pasado mucha agua debajo del puente. Verdaderamente, había pasado un tsunami debajo del puente. Ella no podía hacerse la boluda con todo lo que había sufrido a causa de él, pero esa noche, no quería autometerse el dedo en la herida… prefería vivir, por una vez en la vida, lo que estaba sintiendo en ese preciso-exacto momento.

-          Tomás algo?, la invitó Sebastián.
-          Sí, obvio… a ver…
-          Dejame adivinar. Una caiphirina?
-          Dale…

Exacto. Él conocía sus gustos al dedillo. Habían compartido años de relación, en los cuales aprendés esos detalles no necesariamente por un interés desmedido por el otro, sino sencillamente, por efecto de repetición. Además, Juana no variaba demasiado sus gustos: Fernet, caiphirina, de vez en cuando también un Mojito le sentaba bien.

Poco a poco, las chicas fueron apartándose y quedaron charlando con los amigos de Sebastián. Charlar es una forma de contarlo, porque verdaderamente el bullicio era tal, que no se podía escuchar nada ni a veinte centímetros de distancia.

-          Cómo? No te escucho nada!! Le dijo Juana casi gritándole a Sebastián.

Él se acercó al oído de Juana. Sintió su perfume. El infaltable Tommy. Ella sintió su respiración caliente en la nuca.

-          Que si querés que vayamos a caminar?...

Un shock eléctrico la recorrió desde la punta de los pies hasta el último pelo de su cabeza. Sintió como la corriente reanimaba partes de su cuerpo que había olvidado que tenía.

-          Dale, vamos? Insistió él.
-          Vamos, sí, vamos.

Juana se despidió de sus amigas -a pesar del lamento de Eugenia- y partieron por esa misma puerta por la que entraron, sin saber que el destino los volvería a cruzar.

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