domingo, 13 de febrero de 2011

Primer amor

      -          Nudo en el estómago.
-          Batallón de mariposas desde la garganta hasta el bajo vientre.
-          Sudoración indiscriminadamente excesiva (en verano o invierno).
-          Espera eterna de llamados telefónicos (antes, por lo menos, eran solo llamados… ahora deben ser: mensajes de texto, mensajes vía twitter, facebook y un millón y medio de redes sociales más).
-          Un centenar de ositos de peluches, a los cuales les pusiste nombre (a veces apellido, y a veces, hasta apodo) y, muchos de ellos, ni siquiera comprados, sino más bien sacados de una máquina en un veraneo adolescente.
-          Cientos, miles, trigésimo miles de cartas escritas de puño y letra. Con besos estampados con un labial rojo furioso que no te pertenecía (quizás era de tu mamá, quizás era de tu abuela); con perfume (y a veces le llegaste a poner tanto, que arruinabas la carta y tenías que volver a empezar); con dibujitos (que hoy no dedicarías ni a tus sobrinitos); con lágrimas derramadas encima, que enturbiaban toda posible escritura.
-          Fotos, pegadas por todos lados, estampadas en cualquier superficie (placards, interiores de carpetas, agendas, al lado de la computadora –si tenías-, debajo de la almohada si eras vergonzosa y soñadora).
-          Canciones que eran “sus” canciones, aunque él no lo supiera tal vez…
-          Perfección en estado puro. Esa, la del primer amor, casi imposible de imitar en sucesivas relaciones.
-          Ganas de verlo. Siempre. Verlo en el boliche, verlo en el club, verlo en el cumpleaños, verlo en el colegio, verlo en el bar de la esquina del colegio… eso! Simplemente verlo.
-          Ruborización de mejillas por doquier.
-          Estreno, por semana, de una remerita nueva.
-          Suspensión de salidas por aparición de granos.
-          Primeros cosquilleos sexuales. Esas ganas de hacerte pis, sin tener ganas de hacerte pis.
-          Si eras demasiado chica, los primeros trazos de maquillaje. Si eras más grande, doble mano de pintura.
-          Mucho Neruda…
-          Y bastante de táctica y estrategia (que nunca aplicaste) de Benedetti.

Eso… el primer amor. Único e indescriptible. Eso es lo que había sentido Juana por Sebastián González.

Pero esa noche, la noche del 29 de enero, allí estaba ella, como aquella primera vez en la que le sonrió tímidamente, preguntándole algo que ya sabía.

- Sebastián?

Él se dio vuelta, con aire despreocupado y una gran sonrisa en la cara y, cuando descubrió que la persona que le había tocado el hombro y lo había llamado por su nombre era Juana… no lo dudó. La abrazó fuertemente.

Las chicas miraban todavía desde la mesa, dudando de que hubiese sido una buena idea irlo a buscar. Juana sufrió mucho cuando cortó la relación con él. En realidad, cuando él la cortó, porque se había enamorado de una compañera de trabajo nueva. Ella se veía con él en un futuro, casada, con hijos y todo lo que tienen las historias felices de rococó y puntilla. Después, con el correr de los años, comprendió que en verdad tenían bastantes diferencias. Tenían estilos de vida diferentes. Tenían proyectos distintos. Tarde o temprano, por la compañera de trabajo o por quien fuera, se iban a terminar separando. Y, aunque él no lo supiera, ella lo había perdonado.

Es ese tipo de perdón que viene con el tiempo. Como que el dolor, el enojo y la angustia caducan y ya no hay espacio para sostenerlos. Entonces, cuando ellos se corren, entra el perdón. Y una vez que se instala, lo que sucede es que la melancolía le hace compañía.

Juana sentía eso. Una mezcla de recuerdos lindos y una melancolía gris que la hacían sonreír amargamente cuando se lo nombraban. Pero mientras era una palabra, la cuestión estaba resuelta… ahora lo tenía ahí, frente a ella, mejor dicho, con ella… abrazándola fuertemente.

-          Juana –dijo él separándose un poco, pero sosteniéndola por los hombros- estás más linda que nunca.

Las chicas expectantes no sabían si acercarse o no. Quizás, Juana estaba esperando a ser rescatada, quizás, si se aparecían e intentaban llevársela, las odiaría por el resto de sus días. Finalmente, decidieron esperar en la mesa, tranquilas, mirando la escena desde lejos.

-          Tanto tiempo… ¿qué es de tu vida?, preguntó Sebastián.

Juana quedó sin habla por un segundo. Era él. Él. No la imagen de él que tuvo durante tantas noches, luego de haber cortado. Era él. No la voz de él en un mensaje de voz dejado en su celular unos meses antes de terminar la relación “Hola amor!, cómo estás? Te extraño, hoy nos vemos?”. Ese mensaje torturante que escuchó decenas de millones de veces, llorando sobre el aparato hasta que un buen día decidió borrarlo para ya no volver a escucharlo más. Era él. No una foto. Mucho menos una foto estrujada contra el pecho por extrañarlo, o arrugada por aborrecerlo, o doblada por querer esconderlo a la vista… Era él. “Sebastián es Sebastián” decían siempre sus amigas. Y era así. Y ahora lo tenía ahí… de carne y hueso….

-          Mi vida? Todo bien. Laburando…
-          Estás sola? La interrumpió él.
-          No, no, estoy con las chicas. Euge y Juli.
-          No me digas! Dónde están? Preguntó con sincero interés.
-          Allá, ves? –señaló con el dedo para la mesa de la esquina del boliche, que estaba cada vez más lleno- sentadas en aquella mesa.

Entre medio de la gente, las chicas vieron a Juana que las señalaba. Sebastián las miró y les dedicó una cálida sonrisa. Ellas le devolvieron el gesto.

Eugenia masculló por lo bajo, mientras impostaba la sonrisa…

-          Mejor que no le haga nada a Juana, porque sino la sonrisa se la va a tener que meter en el culo…

-          Y vos? –le preguntó ella- qué es de tu vida?

-          Tranqui… muy tranqui… me recibí.

-          Te recibiste?

-          Sí, finalmente. Ahora soy todo un ingeniero. Estoy trabajando para Volkswagen.

-          Aaaah… muy bien.

-           Siii… la verdad estoy muy bien.

Juana no se animaba a hacer esa pregunta. Mejor no.

-          Pero che… de verdad… estás más linda que nunca.

Juana, sin quererlo, comenzó a ruborizarse. De todas formas, la poca luz del lugar, evitó que quedara en evidencia.

Y, como en esos embrujos de la vida, de una forma mágica y ancestral, de una forma que ni en sus miles de sueños ella hubiese imaginado, comenzó a sonar su canción. La canción.

En la voz de Gustavo Cordera, comenzó a escucharse Mi Caramelo.

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