viernes, 11 de febrero de 2011

Parrillada para tres

La tarde estuvo “espléndida”.

jajaja -se rió Juana- está bien que tengamos todas más de treinta Juli, pero “espléndida” es una palabra que usa mi vieja, dale!!

Juana ya había recuperado el humor. Seguramente, gracias a la extensa charla que habían tenido. Quizás, un poco a propósito, el tema del papá de Juana no se tocó. En cambio, sí  hablaron de todo esto: el  desaparecido de Javier; Manuel; el “pobre” de Leo; Gangster; las ganas de cambiar de laburo de Eugenia; la materia que seguía debiendo Julieta para recibirse de una vez por todas; las várices; la depilación definitiva (Juana recordó que ese tema seguía pendiente en su lista de pendientes); de las sesiones de terapia; de las ganas de Eugenia de hacer un curso de chef (su gran pasión nunca desarrollada, al menos profesionalmente, porque su amiga “era una genia cocinando”); de Fede y su novio (que, aparentemente, estaban atravesando una crisis); de las liquidaciones de verano; de las adicciones; de Barreda, lo cual desencadenó a la vez un extenso debate sobre la culpa, la pena, y el perdón o no perdón; de la posibilidad y de las ganas de ser madre de Julieta (que sabía que no tenía candidato, pero sus ganas iban más allá de la realidad misma)…

Cualquiera que hubiera grabado la conversación, hubiese podido editar el primer tomo de una saga de libros. Imparables. Era una de las cosas que más disfrutaban hacer cuando estaban juntas. La otra, era comer.

Por eso, decidieron que a la noche, después de pegarse una ducha, irían a una parrillita que habían visualizado apenas llegaron a San Pedro. Y así, de hecho, lo hicieron.

La ducha las reconfortó ampliamente, después de que el sol las había castigado por horas al lado del río. Y con lo blanca que era Julieta, aunque se había puesto protector, parecía una frutillita.

Fueron caminando, para no depender del tema de a dónde dejar el auto, y además, porque sabían que luego iban a terminar yendo a tomar algo: la idea de estirar las piernas le ganó dos a cero al auto. Todas estuvieron de acuerdo.

En el camino, recibieron uno que otro piropo levantador de autoestima.

La parrilla estaba casi llena, pero encontraron un buen lugar mirando al río. La noche estaba cálida, estrellada y sin viento. Los mosquitos empezaron a acechar, pero Juana sacó el Off de la cartera y chau problema.

-          ¡Parrillada para tres!, exclamó contenta Juana.
-          ¿Saben que el otro día escuché en la tele a una nutricionista que decía que los argentinos celebramos tooodo comiendo? Dijo Julieta.
-          Jajaja ... y qué tiene eso de malo? Preguntó Juana.
-          Además, qué quiere que hagamos? ¿Que juguemos a la rayuela? Preguntó indignada Eugenia, que sabía que llevaba un par de kilos de más.
-          Bueno, es que no puede ser que siempre medie la comida –explicó Julieta ante la mirada incrédula de sus amigas y continuó- porque no resulta sano…
-          No me jodas Juli, si nosotras mismas cada vez que nos juntamos es para comer… sentenció Eugenia.
-          Puede ser que a veces nos excedamos un poco –suavizó la charla Juana- pero te podría decir Juli que este tema hasta tiene una explicación antropológica… nuestros antepasados y los antepasados de nuestros antepasados se juntaban alrededor del fuego para comer lo que habían cazado, y también lo hacían con gran algarabía… entonces por qué, ahora, nosotros vamos a venir a cuestionar eso? Ya demasiado quilombo tenemos alrededor, que también ahora nos vamos a privar de esto? Bastante que hago lo que puedo durante la semana, comiendo ensalada, tomando agua mineral, poniéndome crema en la cara y las manos… y encima me van a pedir que no disfrute de una parrillada con ustedes que son mis amigas del alma y que estamos acá, en el mismísimo San Pedro, para olvidarnos un poco –principalmente yo- de los problemas????                                                                           

 Jajajajaja se rieron las chicas a la par. Sabían que Juana divertida era una buena señal.

-          ¡Parrillada para tres!, reforzó el concepto Juana y llamó al mozo extendiendo su brazo.

Las chicas comieron como para una semana. Mollejas, chinchulines –los preferidos de Juana-, morcilla, chorizo, asado y vacío. Acompañaron el menú light, con papas fritas y vino tinto y brindaron por la nutricionista de la tele, dedicándole un “¡viva el asado, carajo!”.

-          uffff… estoy repleta. Dijo Eugenia.
-          Repleta es poco… Agregó Julieta.
-          Ni loca voy a bailar, con todo lo que comí. Siguió Juana. Como si se turnaran para hablar y respirar.
-          Vamos a tomar algo, así de paso, bajamos la comida con la caminata, propuso Julieta. Y sus amigas asintieron.

Transitaron las despobladas calles de San Pedro, al menos por esos lados, mientras algunos naranjos se asomaban por las veredas y las estrellas las acompañaban en su andar.

Estaban tranquilas y más bien silenciosas. Juana se prendió un cigarrillo  -enrareciendo el aire dulzón que había predominado hasta el momento- y Eugenia la acompañó.

-          Yo también quiero fumar uno, dijo Julieta.
-          Qué boluda, si vos no fumás. Eugenia escondió el paquete en su cartera.
-          Pero hoy quiero fumarme uno, no me jodas Euge…

Y su amiga no tuvo más remedio que ofrecérselo. Si bien tosió al principio, por la falta de costumbre, estaba liberada como para fumarlo tranquila. Como cuando, varios años atrás, en el primer campamento que habían hecho con la escuela en Ñandubaysal, Entre Ríos, la propia Eugenia y su amiga Juana probaron el pucho y ya no lo largaron más.

-          Sos una tonta. No sé para que querés fumar, si no fumás. Dijo Juana. Pero no intervino más.

Enseguida, llegaron al centro. Muchos jóvenes en motito y las luces de los bares, le dieron de pronto a San Pedro un aire menos pueblerino. Las chicas eligieron un bar que tenía una onda tranqui pero que –y sin saberlo- era el que más terminaba llenándose al final de la noche. Julieta se pidió un Amarula y Juana y Eugenia una caipirinha de maracuyá, bien fresca, para hacerle burla al calor que empezaba a sentirse en el lugar.

De pronto, la mirada de Eugenia se congeló. Miraba como dicen que miran los perros a un punto fijo cuando están viendo a un espíritu.

-          Qué pasa Euge!? Le preguntaron sus amigas, sacudiéndola para ver si decía algo.
-          Ese… -Eugenia dudó, pero dirigió su mirada hacia la entrada del bar- no es Sebastián?

Los ojos color miel de Juana se humedecieron. Era Sebastián. Su primer y verdadero amor, quien la dejó por otra mujer a sus veintiséis años, destrozándole también por primera vez su corazón y llevándola, también por primera vez, a terapia.

Era Sebastián González. ¿Qué sería de él después de tanto tiempo?

-          Ayyy chicas, no chicas… -empezó a tartamudear Juana- no estoy preparada para verlo, no, no, no quiero.
-          Tranqui Juana, tranqui, que está mirando para otro lado –la agarró del brazo Eugenia- si querés nos vamos.
-          No, no quiero irme, no.
-          ¿Qué querés hacer? Le consultaron.
-          Quiero hablarle.
-          ¿Quéeeeeeee? Dijo por lo bajo Eugenia con tono de reprimenda.
-          Sí, quiero hablarle. Insistió Juana.

Si bien hacía tiempo -años en verdad- que Juana había dejado de sentir lo que se llama verdaderamente amor por ese hombre, él le seguía provocando algo extraño en el cuerpo, como una llama latente y un temblor gratificante entre medio de las piernas.

-          Esperá –la instó Eugenia- no hagas algo de lo que después, te podés arrepentir…
-          Te aseguro que no, le contestó Juana.

Sin mirar a su alrededor, caminó directamente a su encuentro.

-          Sebastián? Preguntó, a la par que le tocó el hombro con su mano.


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